domingo, junio 21, 2020

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO- A-

Según el calendario religioso podríamos decir que el mes de junio es el mes de las fiestas o festividades cristianas:  Hemos celebrado la de la Santísima Trinidad, la del Corpus Christi (Cuerpo y Sangre de Cristo), nos acercamos a las fiestas del Corazón de Jesús (mes de Junio dedicado a esta devoción) y del Corazón de María y terminaremos el mes con las de San Juan Bautista y los Santos Pedro y Pablo. Pero quiero comenzar mi reflexión sobre las lecturas del domingo diciendo que no nos limitemos a recordar o a “celebrar” estas fiestas, sino que cada día, y mirando desde la fe estas verdades o estos acontecimientos religiosos, proclamemos aquello en lo que creemos, expresemos en cada momento esa fe cristiana. Escuchemos lo que nos dice Jesús en el evangelio, que luego lo volveremos a recordar: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte delante de mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre del cielo”.

Estamos viviendo unos tiempos muy extraños y difíciles que ponen a prueba nuestros mismos valores personales y nuestras creencias religiosas. Hagamos lo posible por aceptar esta realidad, pero, también, levantemos nuestros ojos a Dios. Nos unimos al Papa y a la Iglesia y como cristianos oremos intensamente para que podamos sobrellevar los problemas de esta situación y colaboremos en todo lo que podamos con tantísima gente necesitada que, realmente, está sufriendo mucho. Hoy, como nunca, debemos dar razón de nuestra fe en toda su dimensión: de oración, de testimonio y de ayuda espiritual y material si nos es posible. Demostremos que somos cristianos. La figura de Jesús nos apremia, lo mismo que el ejemplo de esas personas santas que recordamos en este mes. Vamos a fijarnos en el mensaje de las lecturas de este domingo:

Libró la vida del pobre de manos de los impíos.

Jeremías es un personaje del AT que sintetiza en su vida lo que le puede esperar a un profeta fiel a Dios: su mensaje resultó incómodo a todos, sobre todo para las autoridades, y por eso lo persiguieron, le interpretaron mal, lo detuvieron y golpearon. Hoy leemos cómo se queja ante Dios de que le espían, le ponen toda clase de dificultades e intentan acabar con él. Cuando fue llamado por Dios a ser su portavoz, su enviado, no había cumplido todavía los veinte años. Es el modelo de una persona que vivió intensamente la vocación profética y tuvo que echar mano de toda su fe para no perder la esperanza y seguir confiando en Dios. Él sí que pudo decir, ya en el AT, como Pablo en el NT, “sé de quién me he fiado”, “el Señor está conmigo, como fuerte soldado: mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo”. Jeremías representa a todas esas personas a quienes les toca sufrir en esta vida, pero que tienen su confianza puesta en Dios y siguen adelante su camino. Son creyentes que pueden decir con el salmo de hoy: “por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro, pero mi oración se dirige a ti, Dios mío”. No nos perseguirán ni nos llevarán a la cárcel o al pozo lleno de fango, como a Jeremías, pero sí podemos caer en esa sutil red de indiferencia y de burla que nos rodea y que puede desanimarnos.

Todos pasamos momentos de dificultad en nuestra vida de creyentes. A veces esas dificultades nos vienen de dentro, de nosotros mismos: el cansancio, la tendencia hacia lo fácil, la debilidad de nuestras convicciones. Otras, de fuera: la sociedad en la que vivimos no nos ayuda precisamente a ser fieles a los caminos de Dios. Jesús no nos prometió que todo nos saldría bien y nos resultaría fácil. Al revés: nos aseguró que tendríamos dificultades, como las tuvo él, como las de Juan el Bautista, como las de Pedro y Pablo, como las de …. Pero lo que nos lleva al éxito final y a la felicidad verdadera es nuestra fidelidad a Dios, pase lo que pase. Que no nos cansemos de ser buenos, que no dejemos de dar testimonio de nuestra fe y de anunciar la Buena Noticia a aquellos con quienes convivimos y que lo hagamos gratis, porque gratis hemos recibido los dones de Dios. Eso no deben hacerlo solo el Papa o los obispos, o los sacerdotes, sino cada cristiano en su familia y en su ambiente, superando las propias perezas y los ambientes hostiles. 

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo 

Cuando se escribió el evangelio de Mateo ya había una larga experiencia de malentendidos y persecuciones. Por eso, al recordar el encargo que hace Jesús a los suyos de que se sientan enviados como lo ha sido él por el Padre, el evangelista tiene que decir también que el discípulo no va a tener mejor suerte que el maestro y que no se desanimen: “no tengáis miedo a los hombres ... que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma” ni la libertad interior. Más aún: “si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”. Testimonio por testimonio: no quedará sin recompensa nuestra fidelidad a Cristo. Y al revés: “si alguien me niega ante los hombres, yo también le negaré ante mi Padre”. A eso sí que deberíamos tener miedo: a defraudar a Cristo Jesús en nuestra vida.

Los discípulos no pueden tener mejor suerte que el Maestro:  ser creyentes fieles en medio de este mundo nos va a traer dificultades. Pero el mismo Jesús que nos dice que no tengamos miedo nos invita a la confianza: Todos estamos en las manos de Dios y, si él lleva cuenta hasta de los cabellos de nuestra cabeza y de los gorriones del campo ¿cuánto más no cuidará de nosotros que somos sus hijos? Lo demuestra la historia y nos lo recuerda el propio Jesús resucitado y señor de la humanidad.

No nos podemos cansar, ni avergonzarnos de dar testimonio de Cristo, sino seguir anunciando, en lo escondido y a plena luz, a los cercanos y a los lejanos, la buena noticia de la salvación que Dios nos ofrece. Siempre ha resultado difícil ser buen creyente, ser sacerdote o religioso o misionero, ser una familia cristiana, un joven practicante y comprometido. Todo eso son opciones que comportan con frecuencia dificultades en no pocos ambientes. Pero es una misión muy noble y que vale la pena de cumplir superando los inconvenientes. “No tengáis miedo”: precisamente porque el mundo está más duro de oídos, los cristianos de hoy debemos anunciar la buena noticia con una voz más alta y una vida más creíble; con constancia, con valentía, sin respetos humanos.

 P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.

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