domingo, junio 14, 2020

FIESTA DEL CORPUS CHRISTI

La fiesta del Corpus, que nació en el siglo XIII, es una de las más célebres y populares en nuestra Iglesia española, como lo demuestran las procesiones y otras muchas manifestaciones cultuales. Es una celebración que nos ayuda a recordar de una manera agradecida la ayuda que nos presta Jesús en el ca-mino de la vida al dársenos como alimento y compañía. Las lecturas de la misa nos recuerdan perfectamente en qué consiste esta presencia “ayudado-ra” y cómo debemos recordarla y vivirla cada vez con mayor intensidad. Vamos a fijar nuestra atención en ellas:
Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres 

Poco antes de entrar en la “Tierra Prometida” Moisés recuerda a su pueblo los muchos dones que Dios les ha hecho, no solo liberándolos de los egip-cios, sino ayudándoles a lo largo de su peregrinaje por el desierto, sobre to-do en lo que a la comida y a la bebida se refiere: “no te olvides del Señor tu Dios, que hizo posible salieras de Egipto... que sacó agua para ti de una ro-ca... que te alimentó en el desierto con el maná”. Fueron cuarenta años de desierto: cuarenta años de peligros, de incertidumbres y, sobre todo, de hambre y de sed. Pero Dios estaba con los suyos e hizo posible el gran mila-gro de asentarse en unas tierras nuevas y formar un pueblo independiente.

Es verdad que a veces Dios, como buen pedagogo y padre, les ha castigado por sus maldades. Pero siempre les ha dado muestras de un amor exquisito y les ha acompañado en su camino. El maná ha quedado en la memoria de Israel como el mejor símbolo de cómo Dios les hizo posible este viaje y, para nosotros, en una de las mejores figuras de la futura Eucaristía. El mismo Je-sús, cuando promete el “pan de vida eterna” que será su Cuerpo y Sangre, lo compara con el maná que los judíos comieron en el desierto. 

Del "discurso del pan de vida", que pronunció en la sinagoga de Cafarnaún al día siguiente del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, hoy leemos la parte más relacionada con el sacramento de la “Eucaristía”. Jesús comienza pidiendo fe a los oyentes, y a nosotros también: “el que crea en mí tendrá vida” para luego añadir: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. A la fe le sigue el “sacramento” que entonces no lo entendieron y que es “comer” su carne y “beber” su sangre. Para el creyente, para los que tenemos la fe que nos pide, los efectos de hacer de Jesús nuestro alimento son bien claros: “el que me coma habita en mí y yo en él”, y todavía otro más sorprendente: “así como mi Padre vive y yo vivo por mi Padre, así el que me coma vivirá de mí”. Pidamos fe para creer y hacer realidad estas palabras.

Cristo, nuestro alimento de vida eterna
En este admirable sacramento, Jesús ha querido ser para su comunidad, has-ta el final de los siglos, el Maestro que transmite la Palabra viva de Dios. Pe-ro además ha querido ser el alimento que nos da fuerzas y nos transmite vi-da: “quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... vivirá de mí como yo vivo del Padre”. El simbolismo de la comida y la bebida es muy expresivo. Como al pueblo de Israel, en el camino del desierto, Dios lo alimentó con el maná y sació su sed con agua viva de la roca, también a nosotros, en el camino siempre difícil de la vida, Cristo nos da a comer su Cuerpo y su Sangre: él mismo es el verdadero “viático”, alimento para el camino, alimento que es fortaleza y alegría. Ojalá tuviéramos en verdad hambre y sed de Cristo, para vivir con más sentido nuestra vida. 

Jesús ha pensado la Eucaristía como sacramento de unión con él, como ca-mino o medio para compartir su propia vida. Un ejemplo bien claro de esta “comunión vital” es el que utilizó más tarde y que está recogido en el capítulo 15 del evangelio de san Juan cuando les dijo : “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos…mi Padre es el viñador… permaneced unidos a mí como yo lo estoy con vosotros. El que permanece unido a mí produce mucho fruto; por-que sin mí no podéis hacer nada”. Es la comunión vital que quiere Cristo con nosotros sin la que es imposible caminar con seguridad por este gran desierto de la vida. Necesitamos el “maná” de su persona, el alimento de su palabra, de su cuerpo y de su sangre y de su poder intercesor ante el Padre: “Sin mí no podéis hacer nada”. Sin su ayuda caminamos hacia la muerte. Ya lo había dicho en otra ocasión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

La Eucaristía nos une con nuestros hermanos
Pero la Eucaristía tiene también una dirección "horizontal", que es la que hoy ha descrito Pablo en su carta a los Corintios. El participar en la misma mesa, después de haber escuchado la misma Palabra, nos debe hacer crecer en una actitud de verdadera fraternidad de la que desaparezcan toda clase de egoísmos, de envidias, de malos pensamientos, de odios o de rencores y en la que prevalezcan la acogida y el amor, la verdadera caridad: “El pan que partimos  ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?”. “El pan es uno, con-tinúa diciendo, y así nosotros, aunque seamos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.

Comulgar con Cristo significa que hemos de evitar toda clase de idolatría, adorando a dioses falsos como los que nos ofrece en abundancia nuestro mundo, valores humanos en los que sentimos la tentación de poner nuestra confianza y dedicarles nuestro culto. Sería faltar al primer mandamiento: "no tendrás otro dios más que a mí". 

Pero, a la vez, la Eucaristía nos debe hacer crecer en fraternidad. Los que hemos comido el mismo pan debemos vivir más unidos, ser más hermanos. Asistir a misa, comulgar es acercarnos más a Jesús, parecernos cada día más a él; pero debe ser  o significar también un mayor crecimiento en la fraterni-dad, sentirnos más hermanos de quienes han compartido con nosotros el mismo pan y el mismo vino.

La Eucaristía nos ayuda a crecer en la vida de fe
La Eucaristía no es solo celebración como lo hacemos en las misas: la Euca-ristía es también “presencia”, llamada a nuestra atención, objeto de culto. Ahí están nuestros sagrarios, los “hogares” o las “casas” de Jesús, en oca-siones lujosas y dignas de atención, que nos invitan a que pasemos algunos ratos ante él, a que lo veneremos, le recemos, meditemos. Es un modo de es-tar Jesús entre los suyos, a quienes les sigue hablando y enseñando; a los que continúa curando o ayudando si lo necesitan. El pan consagrado que guardan nuestros sagrarios continúa siendo el alimento para nuestro cami-nar por la vida, la mejor medicina para los enfermos y para todos los que tienen fe en el Maestro, aunque quizá ya no puedan visitarlo. Es frecuente que nuestras iglesias o nuestros templos permanezcan abiertos. Si podemos, entremos, sentémonos cerca de Jesús y atendamos a sus enseñanzas. Seamos los nuevos discípulos de tal maestro.
P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.







0 comentarios:

Related Posts with Thumbnails

Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

  © Blogger templates The Professional Template by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP