SIMÓN DE CIRENE (2)
2. Y cargó con la cruz
Lo vieron los soldados y se fijaron en él. Pero quien lo vio antes y también se fi-jó en él, fue el Espíritu del Señor, Dios mismo. Fue elegido por Dios, y forzado por los soldados.
A Jesús le faltaban las fuerzas para poder cargar sobre sí el madero de la cruz y llevarlo hasta el calvario. Había pasado toda la noche maltratado y humillado, in-sultado y burlado, llevado de un tribunal a otro, del Sanedrín a Pilatos y Herodes, azotado despiadadamente. Había quedado exhausto. No podía más.
Su ánimo estaba pronto, pero su cuerpo estaba deshecho y agotado. Imposible llegar así al lugar de la ejecución con el peso de la cruz.
3. ¿Por qué yo?
Los soldados se fijaron en Simón porque lo vieron fuerte y vigoroso. Como en general lo son los campesinos de buena edad. Se resistió, quizás, al requerimiento de los soldados. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, lo que veía no iba con él. Pero tuvo que ceder. ¿Cómo podía resistirse ante la brutalidad de la soldadesca? Cedió y re-corrió gran parte del trayecto cargado con la cruz de Cristo.
¡Vaya paradoja! Cristo cargó sobre sí, en la cruz, con los pecados de toda la hu-manidad, y Simón cargó con la cruz del único inocente, de quien iba a ser crucifica-do. Inocentes los dos, pero uno redentor, y el otro sería redimido. Camino del cal-vario los dos, pero uno para entregar libremente su vida y morir, el otro forzado a ayudar, desconocedor de todo, para vivir en adelante la vida nueva que brotaría de la cruz.
¿Por qué yo?, se preguntaría Simón. Y con razón. Llevar la cruz junto con un condenado podía considerarse un acto ofensivo a la dignidad de un hombre libre. ¿Por qué yo?, te habrás preguntado en más de una ocasión cuando te has visto for-zado a aceptar una situación de dolor, un momento de angustia, una enfermedad que te supera, un fracaso del que no te consideras culpable, un compromiso inelu-dible, un servicio difícil a quien sufre una injusticia grave, una cruz que tienes que llevar con la que te has topado en el camino de tu vida.
“Pasas por ahí” en la vida y te ves forzado a prestar una ayuda generosa a quien sufre o carece de todo, a alguien a quien quizás no conoces. Te exigen, alguien o las circunstancias, a cargar con la cruz de “quien no puede más”: un hijo enfermo incu-rable, una familia venida a menos y carente de lo más necesario, un amigo fracasado y sin trabajo, un emigrante que pide vivir o sobrevivir apenas.
Y te ves forzado a arrimar el hombro. No puedes rehuir una colaboración nece-saria. No es tu problema, pero lo haces tuyo para aliviar la cruz del otro. Si haces tuya la cruz del otro, o la compartes, y lo haces por amor a él, estás entrando en la dinámica de la Pascua de Jesús.
Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
P. Teodoro Baztán Basterra.
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