viernes, marzo 17, 2017

SIMÓN DE CIRENE (3)

4. Vida nueva en el amor
San Juan se dirige a los creyentes de la comunidad para inculcar la necesidad del amor a Dios y al hermano. Ambos aspectos son inseparables. Miente, dice, quien afirma que ama a Dios y odia al hermano. Y añade: A nosotros nos consta que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte (1Jn 3, 14).

El amor, si es como el de Cristo, -sacrificado, generoso, total- nos introduce en la vida nueva, es decir, en la Pascua de Jesús. Nos hace pasar de la muerte a la vida, que eso es pascua. 

Aun obligado y forzado, no cabe duda de que Simón recibió el don del amor. Se hizo digno de él porque se había unido a quien es la fuente de todo amor. Lo que a los ojos de la gente podía ofender su dignidad al cargar la cruz de un condenado, en la perspectiva de la redención, le ha otorgado, en cambio, una nueva dignidad. El Hijo de Dios le ha convertido, de manera singular, en copartícipe de su obra salvífica.

Pasó del rechazo primero a la disponibilidad, de la curiosidad a la compasión, de la resignación al servicio amoroso, como si hubieran llegado a su corazón aquellas palabras: El que no lleva su cruz conmigo, no es digno de mí. Llevando la cruz, fue in-troducido en el conocimiento del evangelio de la cruz. Fue introducido en una vida nueva.

5. Tu cruz. Tus cruces
Tu cruz puedes ser tú mismo.
Porque te domina el egoísmo; porque no puedes erradicar la indiferencia y frialdad en tu relación con Dios y sufres por ello; porque ves el mal que invade y penetra todo y te declaras, de entrada, impotente para hacer algo. 

Porque no logras aceptar la enfermedad que te tiene postrado y abatido; porque te sientes incapaz de superar cierta clase de tentaciones, y sufres también por ello; porque los resultados no acompañan a tus esfuerzos por superar ciertos problemas y te sientes un fracasado. 

Porque te desanimas ante la prueba y te abates y deprimes; porque te ves aco-sado por problemas que no puedes resolver; porque caes en situaciones de angus-tia y tristeza por lo que ocurre en ti o al tu alrededor.

Pero hay cruces que salvan y engrandecen, aunque impliquen dolor y sufrimiento: cuando cuidas con amor a tu hijo enfermo sin remedio posible; cuando te acercas con cariño al hermano deprimido, triste y solo, y lo acompañas; cuando haces tuya la cruz del hermano que sufre y es débil; cuando la preocupación por tanto dolor que hay en el mundo te obliga a salir de ti para dar y darte generosamente y sin condiciones; cuando compadeces –padecer con- y te apiadas del hermano, conocido o no, que muere de hambre, de desamor y abatimiento.

Ya lo ves: Tienes tu cruz y también los demás. Falta sólo que la cargues, la tuya y la de los otros, con amor, con ternura, con misericordia. Nos lo dice así el mismo san Pablo: Cargad los unos con las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo (Ga 6, 2). Y la ley de Cristo es el amor. No hay otra. En la carta a los Efesios añade: Sobrellevaos mutuamente con amor (Ef 4, 2). 

Una cruz, la tuya,  la que sea,  cargada con amor, pesa menos. Una carga o una cruz, la del otro, llevada con amor, es menos carga y menos cruz. Compartida sin amor, se hace más pesada y, en ocasiones, insufrible. Y toda cruz se hace más llevadera si se sigue a Cristo con ella. Le ocurrió a Simón de Cirene, sin duda.

 Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
P. Teodoro Baztán Basterra.

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