miércoles, marzo 08, 2017

MARÍA DE BETANIA (2)

Cristo no viene a nuestra casa: 
está y vive en ella

Nuestra casa (parroquia, grupo o como quiera que se llame) no es para el Señor un lugar de descanso, pero sí de acogida. No es una etapa más en su camino, sino de permanencia en ella. Y en ella encuentra un grupo de amigos, creyentes y seguidores suyos, quienes, como María, quieren gozar con su presencia, situarse a “sus pies”, escuchar sus palabras y contemplarle.

No lo vemos con los ojos de la cara, ni nos sentamos físicamente a sus pies, ni le oímos percibiendo sonidos agradables. Pero Él está ahí: nos ve y nos ama, nos mira y nos habla, le acogemos pero Él es quien nos acoge a nosotros, descansamos en Él y no al revés, nos atiende y no se deja servir. Se entrega por entero y se nos da en alimento. Su presencia, eucarística o no, es real siempre y llena la casa. Es el centro de nuestra vida, lo que le da sentido y calor.

Una parte integrante y esencial de la vida de todo creyente es la oración de contemplación. Y contemplar es, entre otras cosas, mirar con los ojos del corazón y ver al Señor, que es el amor encarnado, la vida nueva, la única ganancia o riqueza, el TODO, y que se hace presente de mil maneras en nuestra vida.

Se le contempla cuando amamos, como Él, al hermano; cuando admiramos y gozamos con la belleza de todo lo creado; cuando vemos “su mano amorosa” en los acontecimientos de la vida; cuando miramos muy dentro de nosotros mismos y lo encontramos ahí, inhabitando, animando y vivificando.
Lo contemplamos especialmente cuando, en un “tú a tú”, le escuchamos, le hablamos, le adoramos, le “miramos” con los ojos del espíritu, y nos dejamos amar. La contemplación no es quietud pasiva (quietismo), sino actividad plena, donde se ponen en funcionamiento todos los sentidos del corazón para escuchar y hablar, para “tocar” o sentir su presencia, para gozar con la fragancia de su amor, para verle junto a nosotros y en nosotros.

(Me pregunto ¿Por qué utilizamos la expresión “oración mental” cuando debe ser oración de contemplación desde el corazón?).

Serás feliz si experimentaras todo esto y lo vivieras. Habrías elegido, como María, “la parte mejor”. Mantén viva, en lo posible, esta opción; es una opción que no te la quitarán, dice el evangelio, a no ser que te la quitaras tú a ti mismo. La acogida al hermano que pide tu acogida será más real y cristiana si parte de tu oración de contemplación.

 La resurrección de su hermano Lázaro (Jn 11, 1-44)

Esta es una de las páginas más hermosas y ricas del evangelio. Lázaro, el amigo, está enfermo, y Jesús se encuentra lejos de Betania. Cuando le comunican la noticia, dice: Esta enfermedad no ha de acabar en la muerte; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella. Y siguió tranquilo evangelizando ahí donde estaba. Regresó a Judea cuando lo consideró oportuno. Pero dice antes unas palabras muy significativas: Nuestro amigo Lázaro está dormido; voy a despertarlo.  Lázaro llevaba ya cuatro días muerto.

Cuando al fin llega a Betania se establece un primer diálogo con Marta. En este diálogo Jesús pronuncia una de las frases más enjundiosas del Evangelio: Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre.

Y en este momento aparece María, avisada por su hermana Marta que le  había dicho: El Maestro está aquí y te llama. ¿Por qué llama Jesús a María? No lo sabemos ciertamente. Para que viera, quizás, en persona lo que iba a realizar, porque, si su dolor era grande por la muerte de su hermano, debía llenarse de alegría al verlo de nuevo con vida. Y quizás también para que fuera testigo de una resurrección en cuanto signo del poder de Jesús, anticipo y señal de la resurrección del mismo Jesús después de su muerte. Quizás también para que ambas hermanas compartieran en familia la “reincorporación” de quien las había dejado. O quizás también, en respuesta con amor al amor que de ella recibía.
Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
P. Teodoro Baztán Basterra.

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