martes, marzo 07, 2017

MARÍA DE BETANIA (1)

Lc 10, 38-42.  Jn 11, 1-44- Jn 12, 3

Dejamos de lado el problema, todavía no resuelto, de la posible identificación de María de Betania con otras mujeres que aparecen en los evangelios, concretamente con María Magdalena y la mujer pecadora. Reflexionaremos sólo sobre los tres episodios en que la Biblia menciona a María de Betania: cuando se hos-\peda Jesús en la casa de los tres hermanos (Marta, María y Lázaro), en la resurrección de Lázaro y en la cena en Betania, en la que María ungió los pies de Jesús.
En estos tres episodios María muestra un gran amor por Jesús

Betania se encuentra a unos tres kilómetros de Jerusalén. Allí viven tres her-manos muy amigos de Jesús: Lázaro, Marta y María. Su casa era un lugar de hospitalidad y reposo para Jesús, y un alto en el camino cuando pasaba por ahí o hacia ahí iba, en sus diversas correrías. En ella descansaba, acogido con cariño por los tres amigos.

 Una primera reflexión.
He buscado en la red todo lo relativo a la palabra “Betania”, y casi todas las páginas o sitios indicados hablan de casas de acogida, convivencias, retiros, etc., y también sitios en los que ofrecen distintos servicios relativos a todo ello. En la aldea Betania obró la resurrección de Lázaro. De ahí que se utilice esta palabra para expresar acogida y hospitalidad.

Por nuestra parte podemos decir o deducir que cada una de nuestras parroquias o grupos de creyentes, cualquiera que sea su denominación, cada una de las familias cristianas, debe ser también “Betania”; es decir, una comunidad de hermanos, cada cual con su función propia y diferenciada, para vivir en amor y brindar amor. Para acoger y servir también a los hermanos. Pero, sobre todo, para acoger siempre a Cristo que viene.

Y este “Cristo que viene” es todo aquel que llega a nuestra casa en busca de algún servicio. Si viene necesitando algo, es Cristo que viene con él. O es Cristo que ha venido ya en la persona del hermano o la hermana que hace tiempo que vive entre nosotros.

Y le brindarás, quienquiera que él sea, de fuera o de casa, acogida amable, atención esmerada, delicadeza en el trato y servicio solícito. Si así fuera agradecería la acogida y se encontraría muy a gusto contigo. Y le escucharás con atención y amabilidad cuando hable de sus problemas, de sus enfermedades, de sus inquietudes, anhelos y aspiraciones.

Para ello es necesario que tu grupo, tu comunidad cristiana o parroquia, tu casa, sea un hogar de familia bien avenida, donde se trabaja y se ora, donde se comparte el amor y la fe, el sufrimiento, y donde el gozo es compartido por todos.

No podemos perder nunca de vista que en el otro está Jesús que nos necesita, que viene muchas veces cansado, o mendiga un poco de amor, ánimo y estímulo. ¡Qué distinta sería nuestra parroquia, nuestra familia, si viéramos todo desde esta perspectiva evangélica y viviéramos en una verdadera Betania!
Prescindimos de momento de la figura de Marta. Nos fijaremos sólo en algunos aspectos de la vida de María.

María a sus pies (Lc 10, 38-42)
Es muy conocida esta escena del evangelio. Nos la cuenta Lucas. Aunque en este pasaje se habla sólo de una aldea, sabemos que se trata de Betania, que es donde vivían los tres hermanos. Llega Jesús, seguramente cansado del camino, y quiere descansar. Lo recibe Marta, quien en seguida se pone a preparar todo lo concerniente para atender al Señor. Pero María opta por otra cosa. Se sienta a los pies del Maestro, no tanto para mirarle o contemplarle, sino para escuchar su palabra.

No conocemos las palabras de Jesús a María. Serían, sin duda, palabras llenas de vida y verdad; palabras únicas, como nunca hombre alguno ha pronunciado; palabras dirigidas al corazón, no sólo a la mente o la inteligencia; palabras consoladoras, si el caso lo requería; palabras amables, siempre; claras y sin tapujos; palabras que hablan de perdón y que se hacen camino para llegar al Padre. Caen en el corazón de María de Betania como la semilla espléndida en tierra buena.

María escucha y ama. Contempla y adora. Siente que en su interior brota y nace algo nuevo que ella no sabría explicar. Está absorta y embelesada, fijos los ojos, la mente y el corazón sólo en Jesús. Ha elegido la parte mejor y no se la quitarán. Es decir, ha optado por estar con Cristo, que es la vida, el amor, la plenitud de todo. Aunque ella no comprenda en ese momento el alcance de su opción. Pero lo dice el mismo Jesús en su nombre.

¿Y qué es la parte mejor? La respuesta es sencilla en su formulación y riquísima en su contenido. La parte mejor es estar con Cristo, escucharle y amarle. Ya lo decía a su manera San Pablo: Mi vida es Cristo (Fil 1, 21). Y en otro lugar: Todo lo considero pérdida comparado con el superior conocimiento de Cristo Jesús mi Señor; por el cual doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a él (Fil 3, 8-9). Todo es pérdida, todo es basura, todo es nada, comparado con ganar a Cristo y estar unido a él. Luego está claro cuál es la parte mejor.

Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
Padre Teodoro Baztán Basterra

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