viernes, marzo 03, 2017

JOSÉ (2)

Algo sobre su  vida

José nació probablemente en Nazaret, sin que conste una fecha más o menos aproximada. En la iconografía de antes aparece con aspecto de anciano, figura un tanto encorvada y barba larga. Decían que para proteger la virginidad de María. Pero no es verdad. Era joven cuando contrajo matrimonio con ella.

En la genealogía del evangelio de Mateo y de Lucas aparece como descendiente de David. ¿Lo era en verdad? Según parece, el propósito apologético de ambos evangelistas era evidente, es decir, se propusieron presentar la ascendencia davídica de Jesús.
Sin embargo, tanto en la genealogía de Mateo como en la de Lucas, Jesús es presentado como hijo de María, no de José. En Mateo, al final de la genealogía, dice: Jacob engendró a José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Mesías. En Lucas, al principio de ella: Cuando Jesús comenzó su ministerio tenía treinta años y pasaba por hijo de José.

¿Su oficio?: Artesano. Probablemente carpintero. O pluriempleado en los varios trabajos que un pueblo como Nazaret requería. Pobre, profundamente religioso, responsable en su trabajo, fiel con una fidelidad a toda prueba. Varón justo, lo llama el evangelio. ¿Cabe elogio mayor? Porque justo, en una interpretación amplia, se puede aplicar a todo aquel que ajusta en todo su vida a la voluntad de Dios.
 
Los santos, bien lo sabes, no son sólo figuras ilustres a quienes hay que admirar y venerar por su vida fe, su entrega total a Dios, su amor a los hermanos o por haber brillado en virtudes heroicas, sino ejemplos a imitar o puntos de referencia para seguir mejor a Jesucristo. José es uno de ellos. Quizás el más eminente, exceptuando a María. Pero antes, o de modo previo, los santos han sido y son de condición humana, hombres o mujeres. Con sus cualidades y defectos, con sus limitaciones y deficiencias,  ¿Cómo te presentarías tú a ti mismo? ¿Qué cualidades crees tener? ¿Y tus limitaciones o deficiencias? ¿Qué haces para potenciar unas y corregir las otras? Aunque nada es imposible para Dios, difícilmente podrías imitar la vida de un santo, y ser santo en verdad, si fueras inmaduro de carácter o irresponsable en tus actos, comodón e indolente, apático e indiferente ante los problemas de los otros, etc.

José era un hombre cabal, trabajador responsable, humilde y sencillo, pobre sin duda. Tendría trabajo unos días sí y otros no. Nadie contaba en aquel entonces con seguro alguno. Se vivía al día y con un futuro siempre incierto. José, María y el Niño vivían su pobreza con la dignidad de quienes saben que la verdadera riqueza es Dios y todo lo que a Él se refiere. Porque la pobreza, aunque sea carencia de muchas cosas, puede y debe ser apertura confiada a Dios. Era así en la santa familia de Nazaret.

Vocación. Elección y llamada de lo alto

¿Por qué “llamó” Dios a José -que eso es vocación- para ponerlo al frente de la sagrada familia? ¿Por qué se fijó en él y no en otro? Nadie lo sabe. Dios llama a quien quiere, como quiere y cuando quiere. O porque sí. Lo ha hecho siempre así a lo largo de la historia de la salvación y de la Iglesia. Piensa en Abrahán, en Moisés tartamudo, en  David pastor de ovejas, en María joven de una pobre aldea, en Pedro y los otros pescadores, en Pablo perseguidor, en Agustín pecador… Y así un número incontable. Tú y yo, entre otros.

Tú y yo hemos sido llamados básicamente, por el bautismo, a seguir a Jesucristo, a ser discípulos y testigos suyos. Luego llegarán otras llamadas, otras vocaciones específicas: , a formar comunidad con los demás creyentes, a trabajar por la causa del evangelio, a prestar un servicio de caridad, a ejercer un ministerio concreto, a formar una familia cristiana, a colaborar en ciertas actividades de la Iglesia, a una vida cristiana laical o a optar por una vida totalmente entregada a los demás en la vida religiosa o el sacerdocio… No somos llamados una sola vez, sino muchas veces. ¡Hay tantas llamadas de Dios a lo largo de tu vida…!

Tareas, todas ellas,  difíciles de aceptar y cumplir, pero posibles y, si se produjera la llamada, obligantes.

Más todavía, y no te asustes ni te sorprendas: Has sido llamado a ser santo. ¡Nada menos! El que os llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: “Seréis santos, porque yo soy santo” (1 Pe 1, 15).

No le quedó fácil a José acoger y aceptar la llamada. Se interponía una evidencia que él consideraba insalvable. Después de su desposorio con María y antes de vivir juntos, ella aparece embarazada y esperando un hijo. José se llena de dudas y temores. Se topa con el misterio. Porque misterio era para él, en ese momento, un embarazo de María a quien él consideraba libre de toda culpa, inocente ante Dios y los hombres, a quien amaba tiernamente.

Entre los judíos el matrimonio se realizaba en dos momentos. El primero, que podríamos llamar desposorio, consistía en un contrato que daba mutuos derechos a los cónyuges. Sin embargo, la novia continuaría viviendo con sus padres o tutores, hasta un segundo momento, el matrimonio propiamente dicho, que se solemnizaba con el banquete nupcial y la conducción de la novia al nuevo hogar.

Seguro que fueron días y noches de mucho sufrimiento y de desconsuelo total. José amaba a María y confiaba en ella. Estaba seguro de la inocencia y bondad de su esposa. Pero las evidencias eran innegables. ¿Qué hacer? No quiso denunciarla como le exigía la ley; tampoco podía aceptarla, porque sabía que el hijo no era suyo. Y decidió dejarla en secreto, alejarse de ella, retirarse.

Nos dice el evangelio que “como era justo y no quería ponerla en evidencia, decidió repudiarla en secreto”.

Entonces intervino Dios por medio de un ángel. Y aquí aparece la llamada o vocación de José: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu esposa, porque la criatura que lleva en su seno es obra del Espíritu Santo (Mt 1, 20). El misterio, humano hasta entonces, toma otra dimensión, que tampoco entiende ni comprende José, pero acepta: Hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado y acogió a su esposa (Ib. 1, 24).
 
Creo que con la misma propiedad  con la que se puede decir que el ángel del Señor anunció a María su futura y divina maternidad, también se puede afirmar que el ángel del Señor anunció a José su deber de aceptar a María como su esposa y mujer.

Las mismas dudas y dificultades que había tenido María para aceptar la voluntad del Señor, las tuvo José, y quizá mayores, para obedecer la voz del ángel. Muy mal lo tuvo que pasar José desde el momento mismo en que empezó a dar-se cuenta de que su esposa estaba embarazada.
No le quedó fácil, porque además las palabras del ángel llegaron a él durante el sueño. ¿Serían verdad? Pensó que sí, creyó al ángel y obedeció a pesar de todo.

No hubo palabras claras, audibles, pronunciadas por el ángel. No hubo una voz sonora proveniente de lo alto que llegara a los oídos de José. Ocurrió en sueños, en su interior. Ahí fue donde él sintió o percibió que era el Señor quien le estaba hablando. Y no dudó. Así como María pronunció su famoso y trascendental “fiat”, el hágase, así también José “hizo como el ángel del Señor le había mandado”. Desaparecieron sus vacilaciones y sus temores. Hizo lo que el ángel le pedía.

Como ves, José fue un hombre, no de palabras, sino de hechos. Es el santo de la obediencia y de la fidelidad incondicional. Escucha y acoge la palabra de Dios sin comprenderla. Cumple lo que Dios le pide sin medir o calcular las consecuencias. Permanece discretamente en el trasfondo, en un segundo plano, en los grandes misterios.

Toma a María con su vida y su destino sin comprender nada de lo que ocurre, sencillamente porque Dios lo quiere. Toma a Jesús como hijo suyo y, como buen padre, se ocupa de él, porque Dios lo quiere. Como Abrahán, parte o emprende el camino también sin saber adónde le llevará el camino que tiene que emprender.

¿Y tú? ¿Cuál ha sido tu actitud, o mejor, tu respuesta ante una llamada-vocación del Señor? Echa la vista atrás y recuerda. Piensa en las dificultades que encontraste, en las dudas que surgieron, en tus miedos, en la tentación de mirar hacia otro lado… Y si la acogiste, experimentaste, sin duda, una gran satisfacción personal a pesar de las dificultades, el reconocimiento y aprobación de tu propia conciencia, la cercanía de un Dios amigo y padre, la ayuda que recibiste de lo alto, una cierta plenitud dentro de ti.

Recuerda a los setenta y dos discípulos a quien es Jesús había enviado a las ciudades y aldeas adonde pensaba ir él. Aceptaron gustosos, cumplieron con su deber y volvieron al mismo Jesús alegres y contentos. Y les dice: No os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres están registrados en el cielo (Lc 10, 20).

Nadie es más feliz en este mundo que aquel que acoge la llamada-vocación del Señor, la que sea, y la cumple. Felices los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, dirá el mismo Jesús. Tú sabes que toda Palabra de Dios dirigida a ti es una llamada, es vocación para algo, que tú debes discernir y cumplir. Y si así fuera, serás feliz.
Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
P. Teodoro Baztán Basterra

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