sábado, enero 28, 2017

LA BONDAD DEL MATRIMONIO (III)

Múltiple bondad del matrimonio

Ahora bien, cuál de estas sentencias sea la más congruente, o si aún restan otra u otras que de aquellas palabras de la Escritura santa puedan desprenderse, sería tarea de prolijas y problemáticas búsquedas y disertaciones.

Lo que aquí afirmamos, presupuesta la natural condición presente del nacer y del morir, que a todos nos es obvia y en la que hemos sido plasmados, es que en la unión conyugal del hombre y la mujer se asienta y radica un bien, y que esta alianza conyugal de tal manera y con tanta insistencia la encomienda y preceptúa la divina Escritura, que a la mujer separada de su marido no le consiente ni le hace lícito contraer nuevas nupcias mientras aquél viva; ni al marido, del mismo modo, abandonado por su mujer le permite vincularse a otra mujer mientras la suya legítima viviere.

Lo que se trata de investigar, pues, es por qué razón la bondad del matrimonio es llamada propia y justamente un bien; bien del matrimonio, que el Señor mismo ratificó en su Evangelio, no solo cuando prohibió repudiar a la esposa, a no ser por causa de adulterio (Mt 19,9), sino también porque Él mismo consintió ser invitado a unas bodas (Jn 2,2).

Entiendo que la razón de ello no radica en la sola procreación de los hijos, sino principalmente en la sociedad natural por uno y otro sexo constituida. Porque, de lo contrario, no cabría hablar de matrimonio entre personas de edad provecta, y menos aún si hubieran perdido a sus hijos o no hubieran llegado a engendrarlos.

Y, sin embargo, en el verdadero y óptimo matrimonio, a pesar de los años y aunque se marchiten la lozanía y el ardor de la edad florida, entre el varón y la mujer impera siempre el orden de la caridad y del afecto que vincula entrañablemente al marido y la esposa, los cuales, cuanto más perfectos fueren, tanto más maduramente y con unánime parecer, comienzan a abstenerse del comercio carnal; no porque más tarde hayan de verse forzados a no querer lo que ya no podrían realizar, sino porque les sirve de elogio haber renunciado a tiempo a aquello que más tarde habría de ser forzoso renunciar.

Si, pues, se mantiene firme la fe del honor y del obsequio debidos por parte de uno y otro cónyuge aun cuando el cuerpo comience a languidecer y vaya adquiriendo palidez de cadáver, perdura y se prolonga, no obstante, la castidad de los lícitamente matrimoniados tanto más sincera cuanto más probada y tanto más eficaz y segura cuanto más apacible.

Hay que adscribir aún una excelencia y un honor nuevos al matrimonio, y es que la incontinencia carnal de la juventud ardorosa, por inmoderada que sea, tórnase honesta cuando se endereza a la propagación lícita de la prole, y de ahí resulta que el matrimonio, del desorden de la libídine, sabe extraer su parte de fecundidad para el bien.

Añádase a esto que la concupiscencia de la carne se reprime y ordena con la unión conyugal y, si cabe hablar así, crepita y se abrasa más verecundamente cuando viene moderada por el afecto paterno. Es innegable, evidentemente, que los ardores de la voluptuosidad quedan atemperados por no sé qué mesura y gravedad cuando el hombre y la mujer se percatan sabiamente de que por la unión conyugal se han de convertir en padre y madre.
B. Conjug., III

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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