domingo, enero 29, 2017

4 Domingo del Tiempo Ordinario (A) Reflexión



Comienza hoy la lectura del llamado “Sermón del monte”, que abarca los capítulos 5, 6 y 7 de San Mateo.  Muchos lo llaman la “carta Magna” del cristianismo. Aquí están contenidas las principales enseñanzas de Jesús.
Empieza este sermón proclamando las bienaventuranzas. Es decir, son aquellas afirmaciones rotundas de Jesús en las que llama felices a aquellos que las acogen y las viven.
Y de entrada se percibe un fuerte contraste con los criterios y modos de pensar de este mundo. Porque, ¿a quiénes se les admira y se dice que son felices según el mundo? A los que tienen mucho dinero, a los llamados famosos, a los que figuran en el campo de la política, a los poderosos, a los que tienen éxito en sus empresas, a los que ocupan los puestos más importantes en los distintos aspectos de la vida, a los que...
Y viene Jesús y dice que de eso, nada. Que son felices los pobres de espíritu, es decir, aquellos para quienes Dios es el bien absoluto y no se apegan a lo que tienen, sino que son desprendidos, a los que careciendo de muchas cosas, se sienten necesitados de Dios y se acercan a él; a los que tienen un corazón sensible y misericordioso, a los que trabajan por la paz, a los limpios de corazón, a los que trabajan por la justicia, a los que dan y se dan con generosidad, a aquellos que no se cierran en sí mismos, sino que se abren al hermano, a los sufridos, sabiendo que se sufre más cuanto más se ama, a los que lloran, no porque lloran, sino porque en Dios han de encontrar el consuelo ya que en este mundo no lo encuentran.
De todos ellos es el reino de los cielos, quedarán saciados y verán a Dios, alcanzarán misericordia y serán llamados hijos de Dios.
Pero Jesús va más allá cuando dicen en la última de las bienaventuranzas: Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Esta última bienaventuranza la han vivido y sufrido los mártires. Cuenta la historia de todos ellos que iban contentos y felices al martirio.
Jesús fue el primero en vivir estas realidades: porque es el verdadero pobre de espíritu, el siervo humilde y fiel de Dios, fue pobre del todo y desprendido, sufrió hasta la muerte, vino a implantar la verdad y la justicia, predicó la paz, tenía entrañas de misericordia, fue limpio de corazón, perseguido por causa del evangelio. Y fue feliz, el hombre más feliz, porque tenía la conciencia limpia de todo pecado y se identificaba con la voluntad amorosa del Padre.
Todos queremos ser felices, pero basamos esta aspiración en tener: salud, dinero, bienestar y comodidad, ausencia de problemas, trabajo bien remunerado...
Las bienaventuranzas son un ideal por el que tenemos que luchar. Todos queremos ser felices y merece la pena esforzarnos para por obtener el premio, como subraya san Agustín:
 “No puede encontrarse, en efecto, quien no quiera ser feliz. Pero ¡ojalá que los hombres que tan vivamente desean la recompensa no rehusaran la tarea que conduce a ella! ¿Quién hay que no corra con alegría cuando se le dice: «Vas a ser feliz»? Mas ha de oír también de buen grado lo que se dice a continuación: «Si esto hicieres». No se rehúya el combate si se ama el premio. Enardézcase el ánimo a ejecutar alegremente la tarea ante la recomendación de la recompensa. Lo que queremos, lo que deseamos, lo que pedimos vendrá después. Lo que se nos ordena hacer con vistas a lo que vendrá después, hemos de realizarlo ahora”. (San Agustín, Sermón 53, 1-6)
Jesús nos viene a decir hoy que la felicidad propia va unida a la de los demás. Es decir, será feliz aquél que trabaja por hacer felices a los demás. Este es el secreto para entender el mensaje de Jesús.
Tenemos un buen ejemplo: La Virgen María, la Madre y la primera discípula de Jesús, en el canto del Magnificat expresa esta actitud y a ella se aplican las bienaventuranzas de su Hijo: Mi alma se alegra en Dios, mi Salvador, porque se ha fijado en la pequeñez de su sierva..., y ha hecho en mí obras grandes..., por eso me llamarán bienaventurada y feliz todas las generaciones.
 P. Teodoro Baztán Basterra

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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