viernes, enero 27, 2017

LA BONDAD DEL MATRIMONIO (II)

Diversas hipótesis sobre la propagación de los hijos, si el hombre no hubiese pecado

No es ahora el momento oportuno de investigar en este lugar ni de proferir una opinión definitiva acerca del problema de dónde hubiera podido provenir la prole de los primeros hombres, a quienes Dios bendijo diciéndoles: Creced y multiplicaos y poblad la tierra (Gn 1,28), si nuestros primeros padres no hubiesen pecado, ya que sabido es que por el pecado le sobrevino al cuerpo la muerte, y que, por otra parte, el ayuntamiento carnal no puede verificarse sino en los cuerpos perecederos y mortales.

Sobre esta cuestión se han pronunciado múltiples y contrapuestas sentencias. Si hubieran de ser contrastadas para deducir cuál de ellas se conforma más adecuadamente con la verdad de las divinas Escrituras, darían materia de prolija y ardua controversia, ya se tratase de investigar cómo, de no haber prevaricado la primera progenie humana, se hubieran podido engendrar los hijos con cualquier otro arbitrio fuera del comercio carnal. Quizá por un privilegio del Creador omnipotente, que pudo y supo crear a los primeros padres sin el concurso de humano parentesco, que pudo formar la carne del cuerpo de Cristo en el seno virginal y que ha arbitrado asimismo -si he de dirigirme también a los que viven en la gentilidad- el modo de dar descendencia prolífica a las abejas sin contacto corporal alguno. Quizá sea que en el referido pasaje se quieran expresar muchas otras cosas en un sentido místico y figurado, y haya que interpretar la frase poblad la tierra y sometedla a vuestro dominio (Gn 1,28), de forma que la refiramos a la plenitud y perfección de la vida y del poder, del mismo modo que el incremento y la multiplicación, cuando se dice: Creced y multiplicaos, pueden entenderse del crecimiento de la inteligencia y de la abundancia de las virtudes, conforme a lo que se dice en el salmo: Multiplicaréis mi alma en la virtud (Sal 137,3). Y esto puede entenderse así, porque no le fue concedida al hombre la descendencia, sino porque la muerte, a causa del pecado, dejaría su vacío en la naturaleza humana. Quizá, en fin, a los primeros padres les hubiera sido otorgado en un principio un cuerpo no espiritual, sino animal, a fin de que por el mérito y retribución de su obediencia ese cuerpo fuera tornándose espiritual y digno de conseguir la inmortalidad, no después de la muerte, que invadió el mundo por ardid y envidia del demonio (Sab 2,24), convirtiéndose así en pena y talión del pecado, sino por aquella transmutación de que habla el Apóstol cuando dice: Después nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro de Cristo sobre los aires, y así estaremos con el Señor eternamente (1Ts 4,16), para que entendamos que los cuerpos de aquel primer matrimonio, en su primigenia conformación, fueron creados en un estado de mortalidad ciertamente, y, no obstante, de no pecar, no hubieran estado sujetos a la muerte con que el Señor les conminó. Es como si hubiera conminado con una herida, porque el cuerpo es vulnerable, lo cual no hubiera acaecido si no transgredieran el precepto del Señor.

Así pues, hubieran podido subsistir y prolongarse las generaciones por la unión conyugal de esos cuerpos primeramente formados, que habrían conseguido un crecimiento y duración determinados, sin declinar, no obstante, en la caediza senectud, o que asimismo, en llegando a la senilidad, no acabarían en la muerte mientras la tierra no hubiera quedado colmada con aquella semilla de bendición por el Señor multiplicada. Porque, si el Señor pudo hacer que las vestimentas de los israelitas, por señalado privilegio, no conocieran rotura ni detrimento durante los cuarenta años de su peregrinación por el desierto (Dt 29,5), ¡con cuánta más razón no había de conferir a la vestidura corporal de los que prestaran acatamiento a sus mandatos una bienhadada condición, un cierto temperamento habitual hasta que alcanzaran un estado más perfecto, no por la muerte del hombre, por la que el alma del cuerpo se desprende, sino por la dichosa y permutable gradación de lo perecedero y mortal a lo inmortal y durable, y de la condición terrena al don de la espiritualidad!
B. Conjug., II

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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