sábado, abril 09, 2016

La Palabra Encarnada .(2)

Vino a su propia casa, y los suyos no la recibieron (Jn 1,11). ¿Por qué vino, pues? ¿No sabía de antemano que los suyos no la iban a recibir? Escucha por qué vino: Mas a cuantos la recibieron (Ibid. 12). Los suyos no la recibieron y los suyos la recibieron; el mundo no creyó y creyó todo el mundo. De idéntica manera decimos: «Todo el árbol está lleno de hojas». ¿Es que, acaso, no se deja lugar para el fruto? Ambas cosas pueden afirmarse y comprenderse juntas: que el árbol esté lleno de hojas y que esté lleno de frutos; el árbol es el mismo, lleno de hojas que han de caer y de frutos que han de recogerse. Por tanto, vosotros sus fieles, sus siervos, sus amadores; vosotros cuya gloria, cuya esperanza, cuya riqueza es ella, cuando oís: Los suyos no la recibieron, no sintáis pena, porque creyendo sois de ella. Los suyos no la recibieron (Ibid. 11). ¿Quiénes son ésos? Tal vez, los judíos llamados en otro tiempo de Egipto, librados con mano poderosa, pasados por el mar Rojo a pie enjuto, libres de enemigos que los persiguiesen, alimentados con el maná, sacados de la esclavitud, conducidos al reino y rescatados con tantos favores. He aquí los suyos que no la recibieron; pero al no recibirla se convirtieron en extraños. Estaban en el olivo, pero la soberbia los desgajó. El acebuche despreciable y contentible por la amargura de sus frutos se hallaba en todo el mundo, y todo el mundo lo aborrecía por ser silvestre; sin embargo, por su humildad mereció ser injertado allí de donde se desgajó el olivo por su soberbia (Rm 11,17). Escucha al olivo orgulloso, merecedor de ser desgajado: Nosotros no hemos nacido en la esclavitud; tenemos por padre a Abrahán. Se les responde: Si fuerais hijos de Abrahán, haríais las obras de Abrahán. Saliendo al frente de lo que dijeron: Nosotros no hemos nacido en la esclavitud, se les dijo: Seréis verdaderamente libres si el Hijo os libera. ¿Os jactáis de ser libres? Todo el que comete pecado es siervo del pecado (Jn 8,33-39). Así, pues, ¡cuánto más seguro se hallaría el hombre siendo siervo de otro hombre que de un deseo perverso! Ellos, soberbios, no acogieron al humilde. Mira al acebuche digno de ser injertado, al centurión aquel, miembro no del pueblo judío, sino del gentil: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo (Mt 8,8). Y el Señor: En verdad os digo que no he hallado tanta fe en Israel (Ibid. 10). No he hallado en el olivo lo que encontré en el acebuche. Por tanto, córtese el olivo soberbio e injértese el humilde acebuche. Contémplale injertando, contémplale cortando: Por lo cual os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente: vendrán muchos acebuches a injertarse en el olivo; y se sentarán a la mesa con Abrahán, e Isaac, y Jacob en el reino de los cielos (Ibid. 11). Acabas de oír cómo es injertado el humilde acebuche; escucha cómo es cortado el olivo soberbio: En cambio, los hijos del reino irán a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y rechinar de dientes (Ibid. 12). ¿Por qué? Porque los suyos no la recibieron. ¿Y por qué fue injertado el acebuche? Porque a cuantos la recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios (Jn 1,12).

 Levanta el corazón, raza humana; respira el aire de la vida y de la libertad llena de seguridad. ¿Qué escuchas? ¿Qué se te promete? Les dio el poder. ¿Qué poder? ¿Acaso aquel con el que se hinchan los hombres, el poder de juzgar sobre las vidas de los hombres, de proferir sentencias sobre inocentes y culpables? Les dio el poder, dice, de ser hijos de Dios (Ibid. 12). Antes no eran hijos y se convertían en hijos, puesto que aquel gracias al cual se hacían hijos era ya desde antes Hijo de Dios y se hizo hijo del hombre. Ellos, pues, eran ya hijos de los hombres y se tomaron en hijos de Dios. Descendió hasta lo que no era, porque era otra cosa; te elevó a ti a lo que no eras, puesto que eras otro. Levanta, por tanto, tu esperanza. Gran cosa es lo que se te ha prometido, pero te lo ha prometido quien es grande. Parece demasiado e increíble y como imposible el que los hijos de los hombres se conviertan en hijos de Dios. Pero por ellos se ha hecho algo más: el Hijo de Dios se hizo hijo del hombre. Levanta, pues, tu esperanza, ¡oh hombre! ; arroja la incredulidad de tu corazón. Por ti se ha realizado ya algo más increíble que lo que se te ha prometido. ¿Te extrañas de que el hombre posea la vida eterna? ¿Te admiras de que el hombre llegue a la vida eterna? Extráñate, más bien, de que Dios llegó hasta la muerte por ti. ¿Por qué dudas de la promesa habiendo recibido tal garantía? Considera, pues, cómo te afianza, cómo te robustece la promesa de Dios. A cuantos la recibieron, dice, les dio el poder ser hijos de Dios. ¿Mediante qué nacimiento? No mediante el nacimiento habitual, viejo, transitorio o carnal. No de la carne, ni de la sangre, ni de la voluntad de varón, sino que han nacido de Dios (Ibid. 13). ¿Te causa extrañeza? ¿No lo crees? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Ibid. 14). He aquí de dónde ha salido el sacrificio vespertino. Adhirámonos a él: sea ofrecido con nosotros quien se ofreció por nosotros. Así, con el sacrificio vespertino, se da muerte a la vida vieja y al amanecer surge la nueva.
Sermón 342. 4-5

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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