viernes, abril 08, 2016

El sacrificio de la tarde

Mi sermón va a tratar sobre el sacrificio vespertino. En efecto, cantando hemos orado y orando hemos cantado: Suba mi ovación como incienso en tu presencia; el alzarse de mis manos es mi sacrificio vespertino (Sal 140,2). En la oración vemos significado al hombre, y en las manos extendidas, la cruz. Se trata, pues, de la señal que llevamos en la frente', la señal por la que hemos sido salvados. Una señal que fue objeto de irrisión, para ser luego honrada; objeto de desprecio, para ser luego glorificada. Dios se deja ver para que el hombre le suplique y se oculta para que el hombre muera. Pues, si lo hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor (1Co 2,8). Este sacrificio, en el que el sacerdote es a la vez víctima, nos redimió con la sangre derramada del Creador. No sólo nos creó con sangre, sino que nos redimió con sangre. Nos creó la Palabra que existía en él principio, la Palabra que estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Por ella fuimos creados. El texto continúa: Todas las cosas fueron creadas por ella, y sin ella no se hizo nada (Ibid. 3). He aquí por quién hemos sido creados. Escucha ahora lo que nos ha redimido: Lo que fue hecho era vida en ella, y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron (Ibid. 3,4-5). Todavía nos hallamos ante Dios; todavía se habla de lo que permanece siempre inmutable, de lo que requiere la purificación de los corazones para ser visto; pero aún no dice cómo han de ser purificados. La luz, dice, brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron (Ibid. 5). Más para que no sean tinieblas y puedan acogerla —pues las tinieblas son los pecadores y los infieles—, para que no sean tinieblas, repito, y puedan acogerla, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Ibid. 14). Ved la Palabra, ved la Palabra—carne, la Palabra anterior a la carne. En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; todas las cosas fueron hechas por ella8. ¿Dónde está aquí la sangre? Aquí aparece ya quién te hizo, pero aún no tu precio. ¿Con qué has sido, pues, redimido? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros9.

 Prestad atención a lo que dice un poco antes. La luz, dice, brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron (Ibid. 5). Como las tinieblas no acogieron la luz, era preciso para los hombres el testimonio humano. No podían ver el día, quizá podían soportar la lámpara. Dado entonces que no estaban capacitados para ver el día, soportaban, en todo caso, la lámpara: Hubo un hombre enviado por Dios. El vino para dar testimonio de la luz (Ibid. 6-7). ¿Quién vino, de dónde vino para dar testimonio de la luz? ¿Cómo no era él luz, si en verdad era lámpara? Ante todo, advierte que era lámpara. ¿Quieres ver lo que la lámpara dice del día, y el día de la lámpara? Vosotros, dijo, mandasteis una embajada a Juan y quisisteis gozar por un instante de su luz; él era la lámpara que ardía y brillaba (Jn 5,33.35). ¿Qué veía, pues, Juan el evangelista, que menospreciaba la lámpara? No era él la luz, pero venía para dar testimonio de la luz (Ibid. 18). ¿De qué luz? Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Si a todo hombre, entonces también a Juan. El que aún no se quería mostrar como día, se había encendido su propia lámpara como testigo. Era una lámpara que podía encenderse de día. Escucha cómo lo confiesa el mismo Juan: Todos, dijo, hemos recibido de su plenitud (Ibid. 16). Era tenido por Cristo, y él se confesaba hombre; era tenido por el Señor, y él se reconocía siervo. Haces bien, ¡oh lámpara!, en reconocer tu humildad, para que no te apague el viento de la soberbia. Era, en verdad, la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (Ibid. 9), es decir, todo animal que es capaz de iluminación o, lo que es lo mismo, todo hombre que posee mente y razón mediante la cual pueda ser partícipe de la Palabra.

¿Dónde estaba, pues, la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo? Estaba en este mundo. Pero también la tierra estaba en este mundo, e igualmente el sol y la luna. Escucha lo que se dice de tu día, ¡oh ojo de la mente humana! Estaba en este mundo y por ella fue hecho el mundo (Ibid. 10). Estaba aquí de idéntica manera a como estaba antes de que el mundo existiese; no como si no tuviese dónde estar. Dios, en efecto, al habitar contiene, no es contenido. Por tanto, estaba en este mundo de una forma maravillosa e inefable. El mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció (Ibid. 10). ¿Cuál es el mundo que fue hecho por ella? En el principio hizo Dios el cielo y la tierra (Gn 1,1), puesto que todo fue hecho por él. ¿Cuál es el mundo que no la conoció? Hay clases de mundos, como hay clases de casas; se llama casa al edificio y casa a los moradores de él. La casa es el edificio, como cuando decimos: «Construyó una gran casa; levantó una hermosísima casa». La casa son los moradores, como cuando decimos: «Buena casa: bendígala el Señor; mala casa: que Dios la perdone». Así, pues, el mundo fue hecho por ella: tanto la habitación como los habitantes; y el mundo no la conoció, es decir, los habitantes.
Sermón 342. 1-3

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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