domingo, febrero 07, 2016

V Domingo del Tiempo Ordinario (C) Reflexión

Jesús sigue desarrollando su ministerio en tierras de Galilea. Hoy está junto al lago. Está hablando a la multitud, pero es tal la cantidad de gente que se agolpa en torno a Él, que pide montar en una barca para alejarse un poco de la playa y hablar desde allí. No deja de ser significativo que monte en la barca de Pedro y hable desde ella. Muchos ven en este hecho a la barca de la Iglesia fundada por Jesús y confiada después a Pedro. 

Jesús, todavía en el inicio de su ministerio, va llamando uno por uno a los que van a ser sus discípulos y apóstoles. Jesús no se fija en los más cultos, tampoco a los más santos, ni a los más inteligentes. Llama, y eso es vocación, a los que Él quiere. En este caso, se fija en un grupo de hombres jóvenes pescadores. Pedro y Andrés, hermanos: Santiago y Juan, también hermanos. Hombres sencillos, trabajadores, y, sin duda, hombres de fe. 

Jesús tiene distintas maneras de dar a conocer lo que él quiere decirnos: en lenguaje directo, en parábolas o con gestos. Hoy prefiere utilizar el gesto o una parábola en acción. Acaba de hablar a la gente y dice a Pedro y sus compañeros: Rema mar a dentro y echad las redes. Ellos, hombres de mar, no pueden creer lo que les dice. Que un extraño, que no conoce el oficio de pescar, les diga que echen las redes, cuando ellos han estado toda la noche intentando en vano pescar algo…, no tiene sentido.

Pero Pedro intuye algo, y le dice: Por tu palabra echaré las redes. Es la respuesta que esperaba  Jesús. En otra ocasión, mucho más adelante, les dirá: Sin mí no podéis hacer nada. ¿El resultado? Más peces de los que pueden acoger la barca. Y aprovecha Jesús el momento para decir a Pedro y sus compañeros: No temáis, desde ahora seréis pescadores  de hombres. Y ellos, dejándolo todo, lo siguieron.

La primera lectura nos presenta la vocación de Isaías. Tanto Isaías como Pedro viven con asombro la fuerte experiencia de la cercanía y poder de Dios, a la vez que reconocen su pequeñez y su pecado. Pero y sus compañeros se sienten atraídos y fascinados. Y Jesús los incorpora a su misión.

Hoy, Jesús, lo mismo que siempre, se acerca también a la vida de muchos y muchas jóvenes, ocupados asimismo en sus estudios y trabajos. Se fija en ellos y los llama para ser enviados y evangelizar. No a todos, es verdad; pero sí a muchos. La vocación, en cuanto llamada – que eso significa la palabra -, no escasea. Escasea la respuesta. ¿Por qué? Cada cual verá.

.Quizás se valora más el estudio, la carrera, la profesión. A lo mejor puede más el amor al otro o a la otra. O se impone el miedo a una opción definitiva o de por vida que implica la entrega total. O los halagos de este mundo, legítimos sin duda, impiden la escucha de Jesús. 

En los jóvenes de hoy ya también muchos valores positivos: la responsabilidad en el estudio, la seriedad en el trabajo, la apertura y preocupación por las necesidades de los demás, una gran sensibilidad social, y tantos otros. Pero dejar todo: trabajo y novia, novio y estudios, familia y la posibilidad de un futuro estable y prometedor…, es mucho pedir. 

Pero la palabra de Jesús es siempre la misma: No temas. No tengas miedo. Te necesito para continuar mi obra. Quiero contar contigo para propagar el evangelio. Es suficiente que digas un sí – como María, como Isaías, como Pedro y los apóstoles, como cientos de miles a lo largo de toda la historia de la Iglesia, y el resto déjalo en mis manos. 

Dejarás todo, pero, querido joven, a Dios nadie le gana en generosidad. Dejarás todo, pero te sentirás más lleno que antes. El mundo hambrea el alimento para el cuerpo, pero hambrea también y sobre todo, el alimento del espíritu. 

La Eucaristía es el momento cumbre del encuentro con Cristo. Se acerca a nosotros, nos habla y se nos da en alimento. Abramos nuestros oídos para ver qué nos quiere decir hoy. Y abramos también nuestro corazón para acoger su Palabra.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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