sábado, febrero 06, 2016

Los Mártires

 Sin embargo, amadísimos, puesto que hay dos vidas, una antes de la muerte y otra después, ambas tuvieron y tienen sus amantes. ¿Qué necesidad hay de describir cómo es esta breve vida? Todos hemos experimentado cuan llena está de aflicciones y lamentaciones; cómo está rodeada de tentaciones y rebosante de temores, abrasada por las pasiones y sometida a los imprevistos; cómo la adversidad le causa dolor, y la prosperidad temor; las ganancias la hacen saltar de gozo y las pérdidas la atormentan. Y aun en el mismo gozo de las ganancias tiembla ante el temor de perder lo adquirido y de que a causa de ello comiencen a ir tras él, lo que no ocurría antes de la adquisición. Verdadera la desdicha y falsa la felicidad. El humilde desea ascender y el elevado teme descender. Quien no tiene envidia a quien tiene; quien tiene desprecia a quien no tiene. ¿Quién explicará con palabras la fealdad tan grande y tan a la vista de esta vida? Y, sin embargo, esta fealdad tiene amantes tales que ojalá encontráramos algunos, aunque fueran muy pocos, que amasen la vida eterna que nunca acaba, como ellos aman ésta, que tan rápidamente se agota, y que, si se alarga, es para renovar día a día el temor de que se acabe a cada momento. ¿Qué he de hacer? ¿Cómo he de obrar? ¿Qué puedo decir? ¿Con qué punzadoras amenazas, con qué ardientes exhortaciones moveremos los corazones duros, perezosos y helados por el hielo del pasmo terreno para que sacudan de una vez la modorra del mundo y se inflamen en el amor de lo eterno? ¿Qué, repito, he de hacer? ¿Qué puedo decir? Se me ocurre entre tanto que los mismos acontecimientos cotidianos me están advirtiendo y sugiriendo lo que he de deciros. Pasa, si te es posible, del amor de esta vida temporal al amor de la eterna, la que amaron los mártires, que despreciaron esta temporal. Os ruego, os suplico, os exhorto, no sólo a vosotros, sino también a mí mismo, a amar la vida eterna. A pesar de que se merezca mayor amor, sólo pido que la amemos como aman la vida temporal sus amantes, no ya como la amaron los santos mártires, pues éstos no la amaron en absoluto o muy poco y con facilidad le antepusieron la eterna. No he mirado, pues, a los mártires cuando dije: «Amemos la vida eterna como se ama la temporal»; como aman la vida temporal sus amantes, así hemos de amar nosotros la eterna, de la que el cristiano se proclama amador.

En efecto, no nos hemos hecho cristianos por esta vida temporal. ¡Cuan numerosos son los cristianos arrebatados prematuramente y los hombres sacrílegos que aguantan en esta vida hasta la edad decrépita! Mas también muchos de éstos mueren antes de lo esperado. Muchas son las pérdidas de los cristianos y muchas las ganancias de los malvados; pero también muchas las pérdidas de los malvados y muchas las ganancias de los cristianos. Muchos, igualmente, los honores para los impíos y muchos los desprecios para los cristianos; pero también muchos los honores para los cristianos y muchos los desprecios para los impíos. Siéndoles, pues, comunes estos bienes y estos males, ¿acaso, hermanos, hemos consagrado nuestro nombre a Cristo y sometido nuestra frente a tan gran señal cuando nos hicimos cristianos para evitar estos males o para conseguir estos bienes? Eres cristiano y llevas en tu frente la cruz de Cristo, y este sello muestra lo que profesas. Cuando él colgaba de la cruz —cruz que tú llevas en la frente; no te deleita por ser un recuerdo del patíbulo, sino por ser signo de quien de él pendió—; cuando él, repito, pendía de la cruz, miraba a quienes se ensañaban contra él, soportaba a quienes le insultaban, oraba por sus enemigos. Al morir él, el médico, sanaba con su sangre a los enfermos. Dijo en efecto: Padre, perdónales, porgue no saben lo que hacen (Lc 23,34). No fueron inútiles e infecundas estas palabras. Miles de entre ellos creyeron luego en Cristo, a quien habían dado muerte, y aprendieron a sufrir por quien sufrió antes por ellos y bajo ellos. Por esta señal, hermanos, por este carácter que recibe el cristiano incluso al hacerse catecúmeno, a partir de una y otra cosa se comprende por qué somos cristianos: no en atención a las cosas temporales y pasajeras, sino para evitar los males que nunca pasarán y para conseguir los bienes que no conocerán fin.
Sermón 302, 2-3


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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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