lunes, febrero 08, 2016

SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR (1)

Una vez estaba Jesús en un lugar orando. Cuando terminó, uno de los discípulos le pidió: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”. Les contestó: “Cuando oréis, decid: Padre nuestro…”(Lc 11, 1-2)
1.  Jesús, maestro de oración


  No consta que fuera uno de los Doce quien le pidiera a Jesús que les enseñara a orar. Pudo haber sido uno de tantos discípulos que también le seguían. No sa-bemos si habló en nombre de los Doce, si era de este grupo, o si lo hizo a título personal. 

Este discípulo veía que Jesús se retiraba muchas veces a orar solo y sabía, además, que Juan Bautista enseñaba a orar a los que estaban con él. Y por curiosidad, por envidia sana o necesidad, formula, sin saberlo quizás, una oración muy breve, pero larga y profunda por el alcance de su petición: Señor, enséñanos a orar.

Ha orado, pidiendo, y pide aprender a orar. No le satisface del todo estar cerca de Jesús, seguirle a donde él va, oír sus palabras, ver lo que hace, admirar sus milagros… No le basta con lo que los sentidos ven, oyen o tocan. Desea compartir con Jesús, en el interior de su corazón, su experiencia de relación con el Padre, su vida de oración. 

Con esta petición ha dado un paso importante en el seguimiento de Jesús. En adelante le seguirá también con los pasos del amor, en expresión de San Agustín. Porque discípulo, en cristiano, no es solamente aquel que hace suyas las ense-ñanzas de un maestro – como ocurría con los grandes filósofos de la antigüedad o en las escuelas de los rabinos -, sino quien, además y por encima de todo, intenta vivir la misma vida del Maestro. Y orar, como es debido, es un paso decisivo y determinante para ello.

2.    Quizás, nunca aprenderás del todo a orar como conviene

Aun los grandes místicos han encontrado en ciertas etapas de su vida mucha aridez o sequedad en su vida de oración. Ciertamente, la oración es gracia, pero también aprendizaje. Es don, pero también conquista. 

Es verdad que la oración, animada por la gracia, surge espontáneamente del co-razón del hombre. El creyente expresa sin mayor dificultad su gratitud al Señor, le alaba y le pide. Es verdad también que el creyente que tiene alma de niño, fe firme y amor del bueno, no necesita conocer o aprender técnicas especiales para orar a su modo y manera.

A ellos revela el Padre “sus cosas”, en palabras de Jesús: “¡Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra! Porque has ocultado estas cosas a los entendidos, y se las has re-velado a los sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido mejor” (Mt 11, 25).

Pero no es menos cierto que muchas veces no se sabe orar como conviene. Hasta el egoísmo se mete a veces en las entrañas de la oración y coloca al hombre en el centro de ella misma. 

3.    ¿Desplazas a Dios a un segundo término?: 

Qizá dirás: “Yo hablo a Dios y él me responderá”, dirás, cuando es él quien tiene la iniciativa. Comentando la parábola de los obreros de la hora undécima, dice Agustín que, para seguir a Cristo, hay que ir vacío de todo para dejarse llenar del todo; y hace esta afirmación que bien se podría aplicar cuando uno va a su encuentro en la oración: “Ha de llevarse el cántaro vacío a tan amplia fuente” (Serm. 87, 12). Tendrás que ir a la oración vacío del todo para dejarte llenar.

O la soberbia te impide, como al fariseo de la parábola, reconocer tu debilidad y tienes en cuenta únicamente los pecados o deficiencias de los demás.
O la rutina “mata” el espíritu o lo adormece.
O vas a la oración sólo por cumplir, para “salir del paso”.
O derrochas palabrería, en vez de abundar en silencio para escuchar la Palabra y dejar hablar al corazón. “Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha” (Ep. 130, 10, 19)
O el cansancio, la imaginación, las prisas, el ritualismo, etc., la vuelven vacía del todo.
O que el demonio acecha, y no se cansa de hacerlo, para apartarte de tus momentos de oración, te desanima y te distrae, e intenta alejarte de lo que es el centro de tu vida, Dios. 

4.    Señor, enséñanos a orar

No basta la buena voluntad. No es suficiente muchas veces sentir la necesidad de orar. Ni conocer las técnicas mejores para ello. La oración es don, pero también hay que saberla hacer. Y ambas cosas, la oración y “el saberla hacer”, te vienen de lo alto si lo pides con la oración de petición. 

El Espíritu pondrá palabras en tus labios y sentimiento en el corazón para ex-presar esta primera necesidad.

El mundo del hombre es muy complejo, y son muchas las circunstancias adversas que lo rodean: preocupaciones y problemas, cansancios y desánimos, carencias y penuria, falta de horizonte en la vida o sociedad que mata las mejores ilusiones.

“Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”, dice el Señor (Mt. 11, 28). Pero tienes que aprender a ir a él con los pasos del amor. Él te indicará el camino.

Palabras para el Camino. Págs. 11-13
P. Teodoro Baztán Basterra

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