Señor, enséñanos a orar (2)
5. El Señor está contigo
Respiras desde siempre sin que nadie te haya enseñado a hacerlo, pero tienes que aprender a andar. Sabes mirar, pero te tienen que enseñar a leer y entender lo que lees. Oyes, pero quizás tienes que aprender a escuchar.
Sabes que Dios está ahí, muy dentro de ti, pero necesitas conocer muy bien el camino para llegar a él. Y el Señor, que es paciente y misericordioso, te va atra-yendo, casi sin darte cuenta, hacia él.
Vives muchos momentos de paz y tranquilidad, las cosas te salen bien, tu casa es un hogar acogedor y lugar de encuentro de amor con la familia, tienes amigos que te quieren de verdad y a quienes amas, el trabajo está asegurado y debidamente remunerado, te sonríe el futuro…
Pero olvidas o no sabes cómo agradecer tanta riqueza. Eres como los nueve le-prosos del evangelio que, viéndose curados por la palabra y el amor de Jesús, no supieron agradecer. Solamente uno de los diez regresó para dar gracias. Y recibe entonces la salvación por su fe agradecida.
Admiras las obras de los mejores artistas, gozas con ellas y quedas embelesado contemplándolas. Disfrutas contemplando la puesta del sol en el horizonte o sobre el mar, vibras con la música de las más brillantes melodías…, y no sabes contemplar y admirar al Dios fuente de toda belleza y te pierdes el gozo que se deriva de esta contemplación.
El Señor abrirá, si se lo pides, los ojos de tu corazón y afinará los oídos de tu espíritu para entrar en relación personal con él y poder admirar y contemplar, en clima de oración, tanta belleza.
6. Con humildad y sencillez
No hay otro camino para acercarte al Señor que la humildad, unida a la fe y el amor. Recuerda: el fariseo soberbio que oraba en el templo volvió a su casa con el mismo pecado con que había llegado al templo. El publicano, arrepentido, quedó justificado.
Te reconoces pequeño y desvalido, expuestos al vaivén de los caprichos y velei-dades de un mundo tan voluble que te zarandea y puede contigo. Eres nada si te falta la gracia y el poder del Dios único. Sientes un vacío interior, que te duele, aunque dispongas de muchas cosas.
Necesitas un apoyo seguro, la roca firme del evangelio para edificar sólidamente tu “casa”. Y Dios, que es la roca, y el arquitecto, y la plenitud de todo, y la fuente de una vida con futuro, se te ofrece para ayudarte a acercarte a él, para dejarte llenar por él.
Sabes que Dios es un padre bueno, que te ama como a hijo muy querido, que perdona siempre, “setenta veces siete”, tus pecados y deficiencias, que te ha dado a su mismo Hijo en una entrega hasta la muerte, que te ofrece y te regala gratui-tamente el don de la salvación o la vida para siempre...
Pero a veces, o en muchas ocasiones, le temes como juez, con la vara del juicio en la mano, lejano o muy ajeno a tu vida, omnipotente más que misericordioso…
De ahí que tu oración adolezca a veces de frialdad y sea rutinaria, difícil para la escucha y el diálogo, reducida a palabras más que expresión callada pero llena de vivencias y sentimientos.
7. Como un padre bueno
Pero Dios sigue siendo padre bueno, se acerca a ti y te habla al corazón. Es, en palabras de Agustín, “más íntimo a mí que mi misma intimidad (Conf. 3, VI, 11). A Dios no lo ves. Ámalo, y lo tienes”, dice en otra ocasión. Él tiene la iniciativa en la oración. Te facilita así el encuentro con él. Sólo te pide que le escuches y le hables, con palabras o sin ellas.
Él te envía su Espíritu para enseñarte a rezar como conviene. Y envía también a su Hijo para que sea tu mediador y garante. El resto depende de ti.
8. Palabras de Agustín
“¿Por qué desviar la atención a muchas cosas, preguntando qué hemos de pedir y temiendo no pedir como conviene? Más bien hemos de repetir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo…. Para alcanzar esa vida bienaventurada nos enseñó a orar la misma y auténtica Vida; pero no con largo hablar, como si nos escuchase mejor cuanto más habladores seamos, ya que, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos…
No será inútil ni vituperable el dedicarse largamente a la oración cuando hay tiempo, es decir, cuando otras obligaciones y actividades buenas y necesarias no nos lo impidan, aunque también en ellas hemos de orar siempre con aquel deseo” (Ep. 130, 8, 15; 9, 18).
9. Ora
Busca el momento más oportuno, el lugar adecuado, rodéate de silencio, pide la ayuda de la gracia, ponte a la escucha y ora. Ya estás aprendiendo a orar.
Haz tuya la oración de los discípulos: Señor, enséñanos a orar. Ora con ella una y otra vez. En silencio, con deseo ardiente, con paz interior, y escucha al Maestro.
Oración final
Señor y Dios mío, atiende a mi oración y escucha mis deseos. No sólo pido por mí, sino también por mis hermanos. Y con tanto mayor ardor, cuanto mayor es mi deseo de servirles. Tú, que lees los corazones, sabes que no miento Amén. San Agustín
Palabras para el camino. Págs.14-17
P. Teodoro Baztán Basterra
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