jueves, febrero 11, 2016

Perdiéndola no la pierde, y, si no la pierde, la pierde más

Mas ¿qué puedo decir sobre los mártires? ¡Cuán grande fue la seguridad que se les dio para no importarles ni siquiera el despedazamiento de sus miembros! Quien se preocupa hasta del número de tus cabellos, ¿va a despreocuparse, en el momento de la resurrección, de la integridad de los miembros? Confiesa, pues, a Cristo. Elige una de las dos cosas. —¿Quieres que te confiese Cristo en presencia de su Padre? —Sí —responde. —Entonces confiesa también tú a Cristo delante de los hombres.

Los santos mártires no presumieron de sí mismos, sino que buscaron el apoyo en Cristo. Por eso vencieron. Escucha la voz de los que no presumen de sí mismos; es la voz de los santos mártires: Si el Señor no hubiera estado con nosotros; que lo diga ahora Israel: Si el Señor no hubiera estado con nosotros cuando los hombres se levantaron contra nosotros, quizá nos hubiesen tragado vivo (Sal 123,1-3). Dicen los mártires: Si el Señor no hubiera estado con nosotros, si él no nos hubiese ayudado, si él no hubiese afianzado el corazón en la fe, si no nos hubiese donado la paciencia, si no hubiese otorgado fuerzas a los combatientes, quizá nos hubiesen tragado vivos. ¿Qué significa nos hubiesen tragado vivos? Conocemos a Cristo, sabemos que sufrió la pasión y que resucitó, sabemos que ha de venir a juzgar a vivos y a muertos; con todo, si él no nos hubiese ayudado, nos hubiesen tragado. Llama vivos a quienes saben lo dicho. Un caso distinto es el de quien desconoce a Cristo. Este es tragado, puesto que no cree que él es el salvador; es tragado, pero estando muerto. En cambio, quien cree que Cristo es el salvador y lo niega es tragado vivo. Lo sabe como quien lo sabe estando vivo, y en su prudencia perece. Niega a Cristo y tiene la impresión de que no perece. Pero entonces la perdición es mayor. Negaron a Cristo, y se vieron libres de las cadenas de la cárcel. Decidme: «¿Perecieron o no perecieron?» Dirijo mi pregunta a la fe del corazón, no a los ojos de la carne. Veis que existe un no perecer que es perecer y un perecer que no es perecer. Por eso se dijo: Quien encuentre su alma, la perderá (Mt 10,39). Perdiéndola, no la pierde, y, si no la pierde, entonces la pierde más. —¿Por qué niegas a Cristo, tú que te alegras ahora de verte libre de las cadenas? —Temí por mi alma —respondes—. Iba a ser matado. Por eso le negué. Miré por mi alma, para no perderla. —Más la has perdido así; has sido tragado vivo. Si hubieras temido, no la habrías perdido.— ¡Necio! Temiste por tu cuerpo, no por tu alma. ¿No escuchaste a quien dijo: No temáis a quienes matan al cuerpo, mas nada pueden hacer al alma? (Mt 10,28) Ni siquiera miraste por tu cuerpo, puesto que, en el día del juicio, los cuerpos arderán junto con las almas. Temiste que el perseguidor diera muerte a tu cuerpo. He aquí que por haber negado a Cristo no te dio muerte. Alejaste de ti al perseguidor negando a Cristo. Aleja la fiebre, si puedes. Llegará, subirá más y más, y te alejará del cuerpo. ¿Adónde irás tú una vez abandonado el cuerpo? Como había comenzado a decir, ni siquiera por tu cuerpo miraste. Mientras tu alma se consume y se abrasa en la tortura del fuego, tu cuerpo se pudre y se convierte en cenizas. «Los mártires, pregunta, ¿no fueron hombres? También sus cuerpos se convierten en cenizas.» Mas, cuando llegue la voz del cielo, resucitaréis los dos. Sale el mártir, sales también tú. Pero fíjate en el quién y en el adonde: adónde va él y adónde tú. La resurrección es tanto para uno como para otro; mas quienes hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida, y quienes obraron el mal, para la resurrección del juicio (Jn 5,29). «¿De qué juicio? ¿De qué suplicio?» Escucha al profeta Isaías: Su gusano no morirá y su fuego no se extinguirá. Si no te enmiendas en vida, mira adonde irás al resucitar: al fuego, a las llamas, donde el fuego no se extinguirá (Is 66,24) y el gusano no morirá. ¿Qué cosa temiste? ¿Por quién temiste? Por el cuerpo. Mira que a ese cuerpo se le pegará la gehena del fuego y el gusano. Estás viendo cómo, al temer por él, ni siquiera por él miraste. No temas y teme. No temas que el perseguidor haga salir de aquí a tu alma. No temas la muerte de tu cuerpo. Ni temiste por tu alma ni miraste por tu cuerpo. Dios será quien reciba a tu alma y a tu cuerpo; él te restituirá tu alma y restaurará tu cuerpo.
Sermón 335 F

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Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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