viernes, febrero 12, 2016

El ayuno cuaresmal

Ahora, pues, amadísimos, para que no os engañe Satanás, en el nombre de Cristo os exhorto a que hagáis propicio a Dios con ayunos diarios, limosnas más generosas y oraciones más fervientes. Es el tiempo en que los maridos han de abstenerse de sus esposas, y las esposas de sus maridos, para entregarse a la oración (Cf 1Co 7,5), cosa que deberían hacer a lo largo del año en fechas determinadas, y cuanto más frecuentemente, tanto mejor, puesto que quien apetece sin moderación lo que se le ha concedido, ofende a quien lo ha concedido. La oración, en efecto, es algo espiritual y, en consecuencia, tanto más agradable cuanto más responde a su naturaleza. La oración es una obra tanto más espiritual cuanto más alejado está del placer carnal el espíritu que la eleva.

 . Durante cuarenta días ayunó Moisés, el ministro de la ley (Cf Ex 24,18); durante cuarenta días ayunó asimismo Elías, el más destacado de los profetas (Cf 1R 19,8), y durante cuarenta días también el Señor (Cf Mt 4,2), de quien dieron testimonio la ley y los profetas. Con esta finalidad se manifestó en el monte acompañado de ellos (Mt 17,3; Lc 9,30). Nosotros, que no podemos prolongar el ayuno por tanto tiempo, pasando, como lo hicieron ellos, tantos días y tantas noches sin probar alimento, hagamos, al menos, cuanto podamos. Exceptuando los días que, por sólidos motivos, la costumbre de la Iglesia prohíbe ayunar, agrademos a Dios nuestro Señor con el ayuno diario o, al menos, frecuente. Es imposible la abstinencia ininterrumpida de comida y bebida durante tantos días; pero ¿lo es también el abstenerse del matrimonio? ¿No estamos viendo que, en el nombre de Cristo, muchas personas de uno y otro sexo conservan inmaculados en este aspecto sus miembros consagrados a Dios? Pienso que no es gran cosa para la castidad conyugal conseguir durante toda la solemnidad pascual lo que la virginidad logra para toda la vida.

Aunque no debí amonestaros, como estamos en el tiempo de humillar el espíritu, os he encarecido lo dicho cuanto he podido. Pero, pensando en los errores de algunos hombres que, mediante engaños de palabras sin contenido y costumbres perversas, no cesan de hacer fatigosa nuestra preocupación por vosotros, no puedo callar otra cosa. Hay quienes durante la cuaresma manifiestan ser más amantes de los placeres que de la piedad; más que mortificar las antiguas pasiones, buscan nuevas exquisiteces. Con abundantes y costosas provisiones de diversos frutos intentan superar los sabores y variedades de cualesquiera otras viandas. Temen, como si fuesen inmundas, las ollas en que se cuece la carne, y no temen en la suya el exceso y la gula. Ayunan, pero no para moderar con la templanza su habitual voracidad, sino para aumentar, difiriendo el saciarlo, su apetito inmoderado. Cuando llega el momento de la comida, se abalanzan sobre las opíparas mesas como las bestias sobre el pesebre. Con las abundantísimas viandas sepultan los corazones y dilatan sus vientres, y con extrañas y artificiosas variedades de condimentos estimulan la gula por si la abundancia la tiene ahogada. Para acabar, es tal la cantidad de alimentos que toman, que no pueden digerirlos ni aun ayunando.

 Hay otros que dejan el vino para irse tras nuevos licores extraídos del jugo de otras frutas, no por motivos de salud, sino por deleite, como si la cuaresma, en vez de ser tiempo de piadosa humillación, fuese ocasión de un renovado placer. En el caso de que una enfermedad de estómago impidiese beber agua, ¿no sería más correcto usar con moderación el vino acostumbrado que buscar otros vinos que no conocen la vendimia ni el lagar, no por elegir una bebida más pura, sino por despreciar la más frugal? ¿Hay cosa más absurda que procurar tantas exquisiteces a la carne precisamente en el tiempo en que debe ser mortificada con mayor intensidad, de forma que sea la misma gula la que no quiera que pase la cuaresma? ¿Hay actitud más incongruente que vivir en estos días de humillación, en que todos han de imitar la mesa del pobre, de tal manera que, en el caso de vivir así a diario, ni siquiera el patrimonio de los ricos lo podría soportar? Estad atentos, pues, amadísimos; pensad en lo que está escrito: No vayas en pos de tus malos deseos (Si 18,30). Si a diario hay que observar este salutífero precepto, ¡cuánto más en estos días, en que resulta tan bochornoso conceder a nuestra pasión los placeres desacostumbrados, que hasta se reprende, con razón, a quien no modera los acostumbrados!

Sermón 210, 9-11

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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