viernes, enero 15, 2016

Razones para Creer (2)

TU FE EN JESÚS


Una definición que se aproxima mucho a la verdad y que dice casi todo, al menos en lo que se refiere a una actitud de vida, sería ésta: "Fe es la adhesión total e incondicional a Cristo". 

Así lo reconoce el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma que "la fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios". Y a continuación añade que "es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado" (n. 150).

Quizá te haga falta todavía dar el paso de una fe como creencia, así recibida y tenida desde niño, a una fe como encuentro; de una fe como asentimiento a una doctrina o a unas verdades, a la adhesión personal a Cristo; del sometimiento y cierto miedo a Dios a la confianza amorosa en un Padre que nos revela y se nos revela. Cuando des este paso, te encontrarás con el Dios de la Verdad, con Cristo dador de una vida nueva.

Agustín hace esta afirmación:
"El que cree en Cristo, por la fe Cristo habita en él, y se une, en cierto modo, a Él y se hace miembro de su cuerpo" (Serm. 144, 2).
Ya lo ves: fe, según nuestro santo, es habitación, unión e incorporación. Todo en cadena, todo inseparablemente unido, todo una cosa.

Esta adhesión personal a Cristo implica o comporta muchas cosas. Entre otras:

CONOCERLE

Saber quién es. Conocer su mensaje, su misión, su obra, su vida; el alcance y significado de su muerte y resurrección; su presencia entre nosotros. "En esto consiste la vida eterna: en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3).

AMARLE

Sobre todas las cosas. Más que a nadie en este mundo y más que a tu propia vida. Sin regatear nada, sin condicionar nada, sin exigir nada a cambio. Hasta la muerte. Mejor, hasta la vida para siempre.

ACEPTAR SU MENSAJE

Puedes conocer a la perfección todo el contenido de la biblia, creer en él "a pie juntillas", pero si no lo aceptas y haces tuyo, de nada te serviría. Podrás ser un buen profesor de religión en uno de los mejores colegios o universidades de la ciudad y su entorno, e ir, a la vez, de ateo por la vida. Una pena.

Es necesario aceptar la Palabra en su totalidad, no sólo lo que te convenga o lo que más te guste o agrade. Sin mutilar los párrafos más exigentes del evangelio, ni arrancar las páginas que te puedan resultar más incómodas. Y aceptarla con amor, que es la única manera como puede engendrar vida y comunicarla.

SEGUIRLE

Es la conclusión lógica y necesaria de todo lo anterior.
No se trata únicamente de seguir sus enseñanzas, que ya sería mucho, sino de vivir su misma vida,
tener sus mismos sentimientos (Fil 2, 5), identificarse con Él, que sería todo. Al menos en el empeño, que ya sería mucho.

Entiéndeme bien: No te pido que te hagas o pretendas una fotocopia fiel de Jesucristo. En modo alguno. 

Tienes tu propia individualidad, regalo de Dios: no la destruyas. Tienes tus propias características diferenciales: no las elimines. Sé tú mismo siempre. Así te quiere Dios.
Pero no olvides que tu personalidad debe estar animada, penetrada y siempre renovada por Cristo. Que Cristo sea la vida de tu propia vida. 

Es lo que quería decir san Pablo con aquellas palabras un tanto contradictorias, pero, por su misma contradicción, facilitan el conocimiento de lo que él vivía y sentía:
"Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí" (Gal 2, 20).
COMPROMETERSE

Conoces a Jesús, lo amas, aceptas su mensaje, le sigues. ¿Qué te faltaría para que tu fe fuera verdadera y auténtica? Si vives todos estos "pasos", no te faltaría nada.

Pero hay una palabra, o mejor, una actitud que lo sintetiza todo, que aglutina todo: Me refiero al "compromiso". Creer es comprometerse por la causa de Jesús.

Quien conoce a Jesús, le ama. Quien le ama, acepta su Palabra y le sigue. Quien le sigue, se identifica con su causa. Y la causa de Jesús es la construcción del reino, es llevar a cabo su misión hasta el final de los tiempos, hasta los límites últimos de la tierra. Es ser testigo y evangelizar con renovado fervor, con expresiones adecuadas, con los métodos del Espíritu, que son siempre nuevos.\

San Marcos lo dice todo con otras palabras:
"Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó a doce, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14).
Llamada, obediencia, convivencia de conocimiento y amor, y misión. Éste es el camino de la fe. O, si prefieres, de la vida de fe. La vida que Dios, el buen sembrador, depositó en ti el día de tu bautismo en forma de semilla y que ha ido creciendo hasta convertirse en una planta hermosa y siempre prometedora.

MIRATE UN POCO A TI MISMO

¿Cómo vives hoy tu adhesión a Jesucristo? ¿Qué supone para ti tu condición de creyente? ¿Qué te exige, en qué te enriquece, cómo la vives?

Si la respuesta a estas preguntas fuera negativa -que no lo creo- no me podrás negar que tu vida se ha tornado vacía y con una gran dosis de frustración e impotencia. "Desde que me he alejado de Dios, todo me sale mal, y mi vida es una cadena de errores y pecados". Lógico, natural, explicable
.
Pero si sigues en la línea de la fidelidad al compromiso contraído, tampoco me podrás negar que tu vida es otra. Te sientes, en lo que cabe, feliz. Vives en todo momento la experiencia de la cercanía de Dios que te ama; la proximidad del otro, con amor de hermano; tu trabajo, como realización del esfuerzo humano que te llena y satisface; tu casa es un hogar donde se está bien, a pesar de las muchas dificultades y contratiempos que nunca faltan; el amigo es más amigo; tus problemas, sin dejar de serlo, son menos problemas, y las alegrías son más gozosas.

En una palabra: sientes que tu vida tiene sentido y que vale la pena vivirla, porque está centrada en Cristo y en Él culmina.

Y todo es así por la sencilla razón de que tu fe en Jesús es una vida nueva para ti. Recuerda lo que dice Él mismo acerca del hombre, necio o sabio, que construye su casa sobre arena o sobre roca (Mt 7, 24-27).

Los vientos, las aguas, los terremotos, sacuden por igual a una y a otra, pero una, la del necio, es abatida, y la otra, la del sabio, sigue en pie.

Lámparas de Barro, Págs.178 -181
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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