jueves, enero 14, 2016

Razones para Creer (1)

"Cada mañana te pones tus vestidos para cubrir tu desnudez y defenderte del clima. ¿Por qué no cubres también tu alma con el vestido de la fe?" (Serm. 58, 11).

San Agustín sabe que la fe no es un vestido de quita y pon, como lo es la ropa que te pones cada mañana o a lo largo del día, a tenor de las circunstancias o necesidades. Un vestido de hilo o algodón, por muy precioso que sea, es algo externo a quien lo lleva, útil en ciertas ocasiones y estorbo en otras. Si hace calor, molesta. Si el frío es intenso, cuanto más abrigo, mejor. Vestido informal, para andar por casa. Elegante, en los momentos que así lo requieran. 

La fe es un vestido para "cubrir el alma". Es un símil que está cargado de resonancias bíblicas y hace relación, especialmente, a la nueva vida del creyente en Jesús.

Es un vestido interior, en estrecha relación con la presencia del Espíritu; es parte integrante, y nunca desechable, del hombre creyente que ha surgido como criatura nueva en el bautismo, y así ha crecido y así vive. Es el mismo Jesucristo que vive en nosotros. En tu bautismo fuiste revestido del mismo Jesucristo.

El único vestido interior desechable es "el hombre viejo". El "nuevo" es para siempre.
"Dejando, pues, vuestra antigua conducta, despojaos del hombre viejo..., renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas" (Ef 4, 22-24).
Para muchos –es posible que para ti no-, la fe es algo circunstancial, utilizable cuando se acude al templo o a ciertas celebraciones y que, al volver a casa, se suele colgar del perchero que hay siempre detrás de la puerta, para echar mano de ella según convenga.
La fe no eso. Es un vestido siempre nuevo.

PERO ¿QUÉ ES LA FE?

Pero, a todo esto, ¿qué es la fe? ¿Un sentimiento?, ¿una actitud?, ¿un concepto? ¿Cómo la definirías tú? ¿O es que la fe se puede definir? Claro que sí. Pero, ¿existe, acaso, una definición que lo abarque todo, que lo diga todo, que satisfaga del todo, y que no deje nada ambiguo ni oscuro? Lo dudo.

Recordarás, por ejemplo, aquella definición popular que decía así: "Fe es creer lo que no vemos". Y es verdad.

Pero no del todo. Es como si alguien te dijera que a pocos kilómetros de tu casa hay un tesoro de monedas de oro escondido en el campo. Y lo crees porque te lo ha dicho una persona amiga que nunca te miente. Esta afirmación puede ser verdad, pero si no vas a buscarlo y cavas en la tierra hasta encontrarlo, de nada te serviría. No cambiaría nada tu vida económicamente pobre.

Quiero que conozcas la definición de la fe que nos presenta el Catecismo de la Iglesia Católica. Dice así:
"La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica 1814).
No tiene desperdicio alguno este párrafo. Cada frase, cada palabra, contienen una verdad teológica y, en su conjunto, presentan una síntesis doctrinal muy rica y completa de lo que es la fe.

UNA ACTITUD VIVENCIAL

Pero dejemos de lado las formulaciones teológicas o doctrinales. No es que no interesen. Son necesarias y válidas. Y ayudan, además, a clarificar el contenido mismo de la fe. Pero tienen el peligro de que nos presenten definiciones frías, rígidas, conceptualistas o poco más.

La fe es, ante todo, algo dinámico, vivencial y comprometedor. Parte de una realidad que la fundamenta, que es Dios, y supone un conjunto de verdades que Él ha revelado. Las conoces por el catecismo. Y crees en ellas. El credo que recitas en la misa de los domingos es una síntesis de las más importantes. Pero la fe va más allá.

Aceptar estas verdades es el primer paso para decir que tienes fe. Si no dieras el segundo -el más importante- te quedarías con la fe del pecador que, a pesar de todo, cree en muchas cosas; o con la fe del que vive de espaldas a Dios y a la Iglesia; o con la fe de los demonios: "¿Tú crees que hay un solo Dios? También los demonios creen y, sin embargo, tiemblan" (Sant 2, 19).

Te muestran el cadáver de alguien, y dices: "es un hombre". Pero no es verdad. No es un hombre. Le falta la vida. No puede poner en movimiento sus miembros, no tiene un corazón que palpite, unos pulmones que oxigenen día y noche su sangre. No oye, no ve, no siente, no piensa, no ama. No es un hombre. Es un cadáver.

Así también tu fe cuando no es viva, cuando es una serie de creencias nada más, o un depósito de verdades cerrado con siete llaves. Las verdades recibidas en tu niñez o a lo largo de tu vida tienen que madurar en convicciones personales. Si así no fuera, serías un "cadáver".

Creer en un conjunto de verdades, por muy hermosas que ellas sean -aunque eso sea un verdadero acto de fe también- de nada te serviría, si no te dejaras habitar por ellas y no las hicieras vida en ti.
San Agustín abunda en afirmaciones relativas a la fe, en cuanto creencia en una serie de verdades, pero también en cuanto vivencia. Para muestra, "tres botones":
"Tu fe es tu santidad de vida, porque ciertamente, si crees, evitas los pecados; si los evitas, intentas buenas obras" (En. in ps. 32, II, s. 1, 4).
"Con la fe, ciertamente, es con lo que nos acercamos a Dios, y ésa está en el corazón, no en el cuerpo" (De civ. Dei 22, 29, 4).
"Si vuestra fe duerme, duerme Cristo en vosotros. Y la fe de Cristo consiste en estar Cristo en vosotros" (En. in ps. 120, 7). 
DE QUÉ SIRVE CREER, SI...
- ¿De qué te sirve, por ejemplo, aceptar como verdad revelada que Dios es tu Padre, si no lo amas como a tal, y no aceptas y tratas como hermanos a los hombres, hijos de un mismo Dios, Padre común de todos?
- ¿De qué te sirve conocer a Jesucristo y saber quién es y creer en su palabra, si no te identificas con Él, hasta tener, en lo que cabe, sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes, su misma vida?
- ¿De qué te sirve creer que el Espíritu Santo está en ti, que te habita, si no te dejas transformar por Él, si te lo guardas únicamente para ti, si lo encierras bajo llave en el baúl de tu historia personal, y no dejas que se desborde y se derrame a otros a través de ti?
- ¿De qué te sirve orar -orar mucho, orar en todo momento-, si tu vida transcurre por derroteros de pecado, indiferente a los problemas del mundo y de tus hermanos, sin preguntarte lo que Dios quiere de ti y cumplir con su voluntad?
- ¿De qué te sirve creer a la Iglesia católica y apostólica, si la limitas a la jerarquía clerical o poco más, si acudes a ella únicamente para aprovecharte de sus servicios y la rehuyes cuando no te sirve, si no te consideras, por tu bautismo, miembro pleno de ella y parte de una verdadera comunidad de hermanos?
- ¿De qué te sirve creer en el bautismo, en el perdón de los pecados, en la Eucaristía, en el matrimonio como sacramento de amor..., si, en la práctica, son para ti ritos vacíos que nada te dicen y a nada te comprometen?
Y la lista de ejemplos podría ser larga. Tú mismo la puedes ampliar. Sería un buen ejercicio de reflexión cristiana. Inténtalo. Te encontrarás, quizás, con sorpresas insospechadas. Te conocerás un poco más y te darás cuenta, quizás, de que necesitas una conversión de verdad, un paso de la muerte a la vida. Un paso de las creencias a la fe.

Se trata de que no haya divorcio entre fe y vida. O lo que es lo mismo, que la fe vaya siempre acompañada y animada por el amor. De lo contrario sería una fe vana y vacía.
"A la fe, el apóstol unió el amor, porque la fe sin el amor es vana. La fe con el amor es la fe del cristiano. La fe sin el amor es la fe de los demonios" (In ep. Io. 10, 2).
Lámparas de Barro. Págs. 173-177
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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