Te alaba toda la creación
Recibe, Señor, el sacrificio de mis Confesiones de la mano de mi lengua, que tú formaste y moviste para que confesase tu nombre, y sana todos mis huesos y digan: Señor, ¿quién semejante a ti? (Sal 34,10) Nada, en verdad, te enseña de lo que pasa en él quien se confiesa a ti, porque no hay corazón cerrado que pueda sustraerse a tu mirada ni hay dureza humana que pueda repeler tu mano, antes la abres cuando quieres, o para compadecerte o para castigar y no hay nadie que se esconda de tu calor (Sal 18,7). Pero te alaba mi alma para amarte, y confiese tus misericordias (Sal 106,8) para alabarte. No cesan ni callan tus alabanzas las criaturas todas del universo, ni los espíritus todos con su boca vuelta hacia ti, ni los animales y cosas corporales por boca de los que las contemplan, a fin de que, apoyándose en estas cosas que tú has hecho, se levante hacia ti nuestra alma de su laxitud y pase a ti, su hacedor admirable, donde está la energía y verdadera fortaleza.
Conf. V, 1,1
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