domingo, diciembre 13, 2015

Domingo III de Adviento (C) Reflexión

(Sofonías 3, 14-18ª; Filipenses 4, 4-7; Lucas 3, 10-18)

De nuevo aparece la figura de Juan el Bautista, el profeta que viene a decirnos que es necesario cambiar de vida para recibir al que viene. Y todos, sin excepción, podemos cambiar o mejorar. Todos tenemos necesidad de convertirnos al Señor. 

Los oyentes de Juan estaban convencidos de la necesidad de convertirse y cambiar de vida para acoger al Mesías que anuncia Juan. Pero no sabían qué tenían que hacer. Eran cumplidores de las normas de su religión, asistían regularmente al culto, pero eso no les bastaba. Y se preguntaban: ¿Qué tenemos que hacer? Juan el Bautista pedía un cambio interior que se tradujera en una apertura a Dios y al hermano. Pedía ser solidarios con el que no tenía para comer y vestir, no engañar a nadie cuando se trata de negocios, ni extorsionar o violentar a nadie para ganar más. 

Respuestas concretas y rotundas. Es bueno que también nosotros nos preguntemos, lo mismo que los oyentes de Juan: ¿Qué tenemos que hacer? Cada cual verá. Si lo preguntáramos, no ya a Juan, sino al mismo Jesucristo, sin duda que encontraríamos respuestas bien claras. Quizás, más de uno no se atreva a preguntar, porque la respuesta podría comprometerlo de verdad. Hace falta valentía para preguntar y aplicar después la respuesta. Podríamos hacer a Cristo muchas preguntas. Cada cual verá. Por ejemplo:

 ¿Qué tengo que hacer yo para poder acoger a Cristo en mi vida, o, lo que es lo mismo, para ser un cristiano de verdad. 

¿Qué tengo que hacer en mi vida familiar para que la familia aparezca como una unidad de amor, de acogida amable, viva en un ambiente de hogar, donde, además, se sienta la cercanía de Dios como un
miembro más de la casa? Quizás, desprenderme de mi egoísmo, mal genio, aprender a dialogar y tratar a todos con delicadeza y más cariño.

¿Qué tengo que hacer en mi vida profesional, para que mi trabajo sea un servicio a los demás y un medio para vivir dignamente? 

¿Qué tengo hacer en mi relación con los demás, ser con ellos un cristiano de verdad, que no oculta su fe, sino que se da a conocer con toda naturalidad, como algo integrado en mi vida y todos se den cuenta de que soy creyente?

¿Qué tengo que hacer para cambiar o mejorar mi vida cristiana, para reavivar mi fe? ¿Estoy dispuesto a compartir lo que tengo con los que menos tienen? ¿Puedo callar cuando alguien se ríe de lo más sagrado, Dios, la Iglesia, los sacramentos,…? ¿Puedo cruzarme de brazos ante la injusticia, la violencia, la indiferencia religiosa? ¿Qué podría hacer en estos casos?

Yo creo que sabemos la respuesta a cada una de estas preguntas. Quizás por eso no nos atrevemos a preguntarnos de verdad todo esto. Mucho menos, a preguntar al mismo Cristo. Pero valdría la pena hacerlo.

En el fondo, no se trata de hacer cosas extraordinarias en la vida, sino de hacer bien lo que tenemos que hacer, pero con actitudes nuevas, con un corazón nuevo, convertido, donde habita Dios. Porque ser cristiano no consiste en tener el título de bautizado, sino en dar los frutos que pide la transformación del corazón que produce el encuentro con el Dios de Belén y con su Palabra encarnada, hecha niño, que viene a nuestra vida a quedarse con nosotros para siempre.

Si respondiéramos de verdad a estos interrogantes e iniciáramos un camino de acercamiento a Jesús, todo nos iría mejor. Habría más paz en nuestro corazón, aunque siguieran los mismos problemas. Una paz de la que brotaría un gozo grande, una alegría, en lo que cabe, plena. 

Estad alegres, nos dice hoy San Pablo y también el profeta Sofonías. La alegría y el gozo íntimo y fuerte, porque Dios es la fuente del gozo y de la vida feliz. Creedme: no ha habido hombres y mujeres más felices que los santos, a pesar de sus muchas tribulaciones, persecuciones y, en muchos casos, el mismo  martirio. 

Estad alegres, porque el Señor está cerca. Estad alegres porque el Señor está con nosotros y en nosotros. Esto es lo que celebramos en Navidad. En ella celebramos la presencia de Cristo en nosotros. ¿Qué más podemos pedir? Así lo creemos y así lo confesamos.
P. Teodoro Baztán Basterra

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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