Reflexiones
PORVENIR
El hombre de hoy mira más que nunca hacia adelante. El futuro le preocupa. No es sólo curiosidad. Es inquietud. Estamos ya escarmentados. Sabemos que los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Son pocos los que creen hoy en grandes proyectos para la humanidad.
Hemos progresado mucho, pero el futuro del mundo es tan incierto como siempre o incluso más oscuro e indescifrable que nunca. ¿Quién se atreve hoy a arriesgar algún pronóstico? ¿Quién sabe hacia dónde nos está llevando esto que llamamos «progreso»?
Las posturas pueden ser diversas. Algunos se encierran en un optimismo ingenuo: «el hombre es inteligente, todo irá cada vez mejor». Otros caen en una secreta resignación: «no se puede esperar otra cosa de los políticos, nada nuevo van a aportar las religiones, hay que agarrarse a lo que tenemos». Hay quienes se hunden en la desesperanza: «ya no somos dueños del futuro, estamos cometiendo errores que nos acercan a la destrucción».
Hay una manera sencilla de definir a los cristianos. Son hombres y mujeres que tienen esperanza. Es su rasgo fundamental. Ya san Agustín decía que «esperar a Dios significa tenerlo» y el poeta Peguy nos recordaba que la esperanza es «la fe que le gusta a Dios».
Los cristianos no pretendemos conocer el futuro del mundo mejor que los demás. Sería una ingenuidad entender el lenguaje apocalíptico de los evangelios como un reportaje sobre lo que va a suceder al final. Viviendo día a día la marcha del mundo, también nosotros nos debatimos entre la inquietud y la resignación. Sólo Dios es nuestra esperanza.
El Porvenir último del mundo es Dios. Lo sepamos o no, estamos colocados ante él. La historia se encamina hacia su encuentro. Al final, todo lo finito muere en Dios, y en Dios alcanza su verdad última. Dios es el final misterioso del mundo: Dios encontrado para siempre es el «cielo»; Dios perdido para siempre es el «infierno»; Dios como verdad última es el «juicio».
Esto que puede hacer sonreír a algunos es para el creyente la fuerza más real para mantener la esperanza, criticar falsas ideas de progreso y combatir por un hombre siempre más humano y más digno de Dios.
CONTRASTE
El contraste entre las dos escenas es total. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar su propia gloria y explotar a los más débiles. No hay que admirarlos ni seguir su ejemplo. En la segunda, Jesús observa el gesto de una pobre viuda y llama a sus discípulos. De esta mujer pueden aprender algo que nunca les enseñarán los escribas: una fe total en Dios y una generosidad sin límites.
La crítica de Jesús a los escribas es dura. En vez de orientar al pueblo hacia Dios buscando su gloria, atraen la atención de la gente hacia sí mismos buscando su propio honor. Les gusta «pasearse con amplios ropajes» buscando saludos y reverencias de la gente. En la liturgia de las sinagogas y en los banquetes buscan «los asientos de honor» y «los primeros puestos».
Pero hay algo que, sin duda, le duele a Jesús más que este comportamiento fatuo y pueril de ser contemplados, saludados y reverenciados. Mientras aparentan una piedad profunda en sus «largos rezos» en público, se aprovechan de su prestigio religioso para vivir a costa de las viudas, los seres más débiles e indefensos de Israel según la tradición bíblica.
Precisamente, una de estas viudas va a poner en evidencia la religión corrupta de estos dirigentes religiosos. Su gesto ha pasado desapercibido a todos, pero no a Jesús. La pobre mujer solo ha echado en el arca de las ofrendas dos pequeñas monedas, pero Jesús llama enseguida a sus discípulos pues difícilmente encontrarán en el ambiente del templo un corazón más religioso y más solidario con los necesitados.
Cuántas gentes humildes, como la viuda del evangelio, aportan más a la humanización de nuestra sociedad con su vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los necesitados, que tantos protagonistas de nuestra vida social, económica y política, hábiles defensores de sus intereses, su protagonismo y su posición.
Esta viuda no anda buscando honores ni prestigio alguno; actúa de manera callada y humilde. No piensa en explotar a nadie; al contrario, da todo lo que tiene porque otros lo pueden necesitar. Según Jesús, ha dado más que nadie, pues no da lo que le sobra, sino «todo lo que tiene para vivir».
En la vida misma de familia, ¿no es a veces más fácil dar cosas a los hijos que darles el cariño y la atención cercana que necesitan? ¿No resulta más cómodo subirles la paga que aumentar el tiempo dedicado a ellos?
No nos equivoquemos. Estas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin reservas, son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Ellas son las que hacen el mundo más humano, las que creen de verdad en Dios, las que mantienen vivo el Espíritu de Jesús en medio de otras actitudes religiosas falsas e interesadas. De estas personas hemos de aprender a seguir a Jesús. Son las que más se le parecen.
P. Julián Montenegro Sáenz
0 comentarios:
Publicar un comentario