I Domingo de Cuaresma -B-
En Cristo fuimos tentados, en Él vencimos al diablo
Escucha, oh Dios, mi
clamor, atiende a mi plegaria. ¿Quién habla? Parece uno; pero mira a ver si es
uno sólo: Te invoqué desde el confín de la tierra, con el corazón angustiado.
Luego no es uno sólo; pero sí lo es, porque Cristo es uno sólo, de quien todos
somos miembros. ¿Pero quién es este hombre único que clama desde los confines
de la tierra? Nadie clama desde los confines de la tierra, sino aquella
herencia de la que se dijo: Pídeme y te
daré en herencia las naciones, y en posesión los confines de la tierra (Sal
2,8). Luego esta posesión de Cristo, esta herencia de Cristo, este cuerpo de
Cristo, esta única Iglesia de Cristo, esta unidad que somos nosotros, clama
desde los confines de la tierra. ¿Y qué es lo que clama? Lo que he dicho antes:
Escucha, oh Dios, mi clamor, atiende mi plegaria; te invoqué desde el confín de
la tierra. Es decir, esto te lo he gritado desde el confín de la tierra; o sea,
desde todas partes.
¿Y por qué he
elevado este mi clamor? Por estar angustiado mi corazón. Se muestra estar con
una gloria sublime entre todos los pueblos, por toda la tierra, pero bajo una
gran prueba. Nuestra vida, en la actual peregrinación, no puede estar sin
pruebas, puesto que nuestro progreso se realiza a través de la tentación. Nadie
se conoce a sí mismo si no es tentado, y nadie podrá ser coronado sin vencer,
ni podrá vencer si no hay lucha, por falta de enemigo y tentaciones. Este que
clama desde el confín de la tierra está angustiado, pero no abandonado. Y esto
porque quiso prefigurarnos a nosotros en aquel cuerpo suyo, en el cual ya ha
muerto y resucitado, y ya ha ascendido al cielo, para que confíen los miembros
en que han de llegar adonde ya les precedió la cabeza. Por eso quiso que nos
viéramos transfigurados en él cuando quiso ser tentado por Satanás (Cf Mt 4,l).
Escuchábamos ahora en el Evangelio que el Señor Jesucristo era tentado en el
desierto por el diablo. Sin duda, Cristo era tentado por el diablo. Tú eras
tentado en Cristo, puesto que Cristo tomó de ti la carne, y a ti te vino de él
la salvación; de ti le vino a él la muerte, y a ti la vida de él; de ti a él
los ultrajes, y a ti de él los honores. Por eso asumió de ti la tentación, para
darte él su victoria. Si somos en él tentados, en él venceremos al diablo. No
te fijes sólo en que Cristo fue tentado, fíjate también en que venció.
Reconócete tentado en él, y también reconócete en él vencedor. Bien podía por
sí mismo haber impedido que el diablo le tentase; pero si no se hubiera dejado
tentar, no te habría enseñado a vencer cuando tú seas tentado.
Nada tiene,
pues, de extraño que el salmista, en medio de las tentaciones, clame desde los
confines de la tierra. ¿Y por qué no es vencido? Sobre la roca me has levantado.
Ahora nos damos cuenta de quién es el que clama desde los confines de la
tierra. Repasemos el Evangelio: Sobre
esta roca edificaré mi Iglesia (Mt 16,18). La que clama, pues, desde el los
confines de la tierra, es la que él ha querido que sea edificada sobre roca. Pero
para ser edificada la Iglesia sobre roca, ¿quién se ha hecho roca? Escucha a S.
Pablo: Y la roca era Cristo (1Co 10,4).
En él fuimos edificados. Por tanto, la roca en la que hemos sido edificados,
fue antes batida por los vientos, por los ríos, por la lluvia (Cf Mt 7,24-25), cuando
Cristo era tentado por el diablo. Fíjate en qué firmeza sólida te quiso
edificar. Por eso nuestro clamor no es en vano, sino que es escuchado. Sobre
una firme esperanza estamos colocados: Sobre la roca me has levantado.
San Agustín, Comentario al salmo 60, 2-3
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