SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
Lectio Divina
El comienzo del año tiene en la liturgia un celebración entrañable: la solemnidad de María, Madre de Dios. Es una solemnidad que proclama la grandeza de María y la obra más maravillosa de Dios en Ella.
LECTURAS
Números 6, 22-27
El Señor dijo a Moisés: di a Aarón y a sus hijos: así bendeciréis a los israelitas... (Jn 6, 22). Esta bendición es una de las más famosas de todo el AT. De hecho, la bendición pretende afirmar el oficio del sacerdote como canal de la bendición que viene de Yahvé para el pueblo de Israel. Esto implica a su vez que la concesión de tal bendición es una acción continua de los sacerdotes pero que el dispensador de la bendición es únicamente Yahvé. Y la bendición es para todos.
La fuerza del poema-bendición radica en la intensidad con que proclama la providencia continua de Yahvé hacia su pueblo. Las prescripciones legislativas buscan preservar la santidad del campamento de Israel. La fórmula de le bendición, en cambio, es una forma de reconocer su vulnerabilidad, y el texto nos invita a incluirnos también nosotros en esta situación. Por nuestra fragilidad y por la incertidumbre de nuestros caminos, la bendición sacerdotal nos invita a interceder para que la presencia de Dios se nos manifieste y nos permita generar en otros esperanzas de paz y bienestar.
Por la triple invocación de Yahvé, “imponen” el nombre sobre los israelitas como prenda eficaz de bendición. No es raro encontrar en algunos salmos o secciones de ellos la triple invocación de Yahvé. Por otro lado, el bien invocado es aquí especialmente la “paz”, término que puede incluir la prosperidad.
Gálatas 4, 4-7
Los vv.4-5 desarrollan el evento cristológico que hace posible la filiación. Se trata de la solidaridad máxima de Dios en su Hijo, quien asume la historia en toda su dimensión humana: nacido de mujer y bajo la ley (4, 4). La liberación acontece desde abajo: consiste en abolir la esclavitud de la ley y de otro sistema esclavizante, convirtiendo a los esclavos y esclavas en hijas e hijos llamados a vivir en la libertad. El Hijo vino a rescatar esclavos de la ley, para hacerlos hijos y herederos de Dios (cf. Rom 8, 15).
Los liberados de la ley ahora tienen palabra. Antes la ley tomaba posesión de ellos y les imponía el camino. Ahora, por el don de la filiación divina, han pasado a ser personas, sujetos con palabra propia que claman: “Abba, Padre”. Dios le infundió el Espíritu del Hijo y los constituyó herederos por su gracia (cf. 4, 7).
Partes de esta carta se leen en tres ocasiones del año litúrgico, colocadas en el primero y segundo período del tiempo ordinario. El día primero de enero (hoy) se lee 4, 4-7 en la fiesta de María, Madre de Dios, para recordar que el hijo nace de mujer bajo la ley para rescatarnos de la ley y ser llamados hijos adoptivos. También se lee el 29 de junio para recordar donde los dos apóstoles se conocen en Jerusalén y durante los días 3 al 12 de octubre para recordar la gracia de Dios, la nueva vida en Cristo y fe unida al compromiso cristiano.
Lucas 2, 16-21
Los pastores se animan unos a otros y deciden ir a ver un acontecimiento tan grande. Van de prisa, como María en Lc 1, 39 y como Zaqueo en 19, 1ss. Lo que cuentan los pastores, creyentes y felices, es motivo de interiorizar, de aquí que María conservaba todas estas cosas en su corazón. Lo mismo va a decir Lucas en 1, 51 y en otros lugares. El remarcar que María lo vive en el corazón es expresar el lugar donde se guardan los recuerdos de la Palabra (cf. Dn 7, 28; Gn 37, 11; Lc 8, 4-21).
Los pastores reaccionan como María, Isabel, Simeón y Ana: alabanza y acción de gracias. Esta actitud es esencial en el mensaje de Lucas: no se puede permanecer indiferente ante las intervenciones salvíficas de Dios (cf. Lc 1, 64; 2, 28. 38; 5, 25.26:; 7. 16; 17, 15; 19, 37; 23, 47, 24, 53; Hech 2, 47).
En el época de Jesucristo se solía imponer el nombre al niño en el día de la circuncisión. José, de acuerdo con María, debió ser quien le impuso el nombre que el ángel había mencionado: Yehoshua (“Yahvé salva”). Jesús recibió el signo de la alianza que Dios estableció con su pueblo elegido, a través del cual habría de llegar la salvación del mundo. Las esperanzas de Israel alcanzan su cumplimiento en Jesús (cf. 4, 16-21). Su nombre mismo es significativo: Jesús es el que salva al pueblo de sus pecados. Para llevar a cabo su misión, él asume la condición de judío, nacido de mujer, circuncidado al octavo día, y sometido a la Ley para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. (Gál 4, 4-5).
MEDITACIÓN
El comienzo de un año nuevo tiene desde la fe un punto de partida y un horizonte insospechados. En realidad, un año nuevo tiene una mera expresión de días que se van a suceder sin descifrar de antemano los sucesos, buenos o malos, que puedan ocurrir. Desde la fe, no se pretende tener certeza de los acontecimientos del futuro sino encontrar desde el inicio la luz que va a dar a cada día un sentido real y trascendente.
El ejemplo de María, en el inicio del año que marca una nueva era en la historia, es el ejemplo más significativo: comenzar todo desde Dios. Y eso marca no solo el futuro, refuerza el presente ya que la presencia de Dios en el corazón y ante los ojos ilumina cada momento y hace que se valore todo sin perder de vista el misterio que se vive.
Surge así una nueva experiencia interior. Cuando el evangelio afirma que María conservaba todo esto en su corazón no era solo relacionado a un solo momento, es una experiencia vital que comienza ahí pero que va a ser la ley constante que ilumine toda su existencia. El hecho de vivir en presencia del Señor, nunca mejor dicho ya que la vida de María es encuentro diario y total con el Hijo de Dios y también Hijo suyo, es una síntesis de mirada, escucha y experiencia de amor divino y humano. Nunca podemos llegar a vislumbrar, a admirar y a comprender lo que es la común-unión entre el Hijo y la Madre, misterio de vida interior y exterior, intuición inmediata compartida por ambos y expresividad que no tiene medida.
Es la experiencia que comenzó en la Anunciación: hágase, y es la experiencia que diariamente, sin posibilidad de duda, tendrá lugar en Nazaret. Cada día, como cada momento, es tiempo de Dios, es providencia humana y divina. Lo que se puede tomar como lenguaje “normal” entre Jesús y María trasciende sobre todo lenguaje humano ya que quienes se comunican tienen una identidad que supera toda medida. De ahí que quien entrar en la oración de vida tiene que configurar la actitud de Jesús y María en sí mismo.
En Nazaret no puede existir sino el lenguaje de la vida de Dios tal como lo presentan Jesús y María; entonces, el desarrollo del día no está en razón de las circunstancias o de los meros acontecimientos de la sociedad ni tampoco absolutizando los problemas de la familia. En cada día habrá siempre un soporte de lo divino que se expresará luego en el afecto mutuo, en el diálogo abierto buscando siempre la voluntad de Dios.
A la luz del ejemplo de María en Nazaret y que Jesús comparte con ella no cabe otra cosa que meditar cómo caminar de manera nueva cada día viviendo en un corazón siempre nuevo.
ORACIÓN
Señor: Tú abres nuestro año nuevo con una bendición ante la cual no podemos menos de sentirnos felices y vivir seguros porque Tú estás siempre con nosotros.
Bendícenos, Señor, desde tu misterio uno y trino, desde tu Amor eterno y desde tu misericordia. Tú nos dices que tu bendición es eterna y que está en nosotros porque Tú siempre estás con nosotros. Bendícenos y conságranos, bendícenos y úngenos con el crisma santo para que nunca rechacemos los que conlleva el ser cristianos. Y con tu bendición, guárdanos siempre con tu mirada y así nos sintamos amados siempre.
Señor: tu bendición es mostrarnos tu rostro, un rostro divino y un rostro encarnado en nosotros y con nosotros; haz brillar, Señor, tu rostro en nosotros para que seamos testimonio de tu presencia en el corazón de todos. Haz brillar tu rostro en la calma y en la tentación, en el dolor y en la enfermedad, en el buen tiempo y en la crudeza del frío, en la abundancia y en la crisis, en el templo y en la calle, en la amistad y en la familia, en el canto y en el llanto, y haznos sentir tu presencia en el silencio.
Y, mientras nos bendices, nos concedes tu favor, nos favoreces en el perdón y en la compasión, nos favoreces al defendernos de nuestros enemigos, al darnos tu Palabra y tu Pan y nos llenas de esperanza.
Señor: danos la paz desde este día de la Paz con el que inauguras cada día y que tu Iglesia quiere presentar como don que nace de Ti y en Ti permanece. Danos la paz del corazón, “la paz del sábado, la paz que no tiene fin”; danos la paz en la humildad y en la sencillez, en la verdad y en el diálogo, en el día y en la noche. Una paz, la tuya, que anunciaste en Belén y quieres que sea el amanecer cotidiano.
Así queremos invocar tu nombre, Señor, siempre compasivo y misericordioso, siempre Dios y Padre, siempre Dios e Hijo, siempre Dios y Espíritu. Concédenos , Señor, comenzar, seguir y terminar el año en el nombre de la Santa Trinidad.
CONTEMPLACIÓN
Así se cumplió lo que había predicho el salmo: «la verdad ha brotado de la tierra» (-salmo 84, 12-). María fue virgen antes de concebir y después de dar a luz. ¡Lejos de nosotros el creer que desapareció la integridad de aquella tierra, es decir, de aquella carne de donde brotó la verdad…! En efecto, en el seno de la virgen, se dignó unirse a la naturaleza humana el Hijo unigénito de Dios, para asociar a sí, cabeza inmaculada, a la Iglesia, inmaculada también, a la que el apóstol Pablo da el nombre de virgen no solo en atención a las vírgenes en el cuerpo que hay en ella, sino también por el deseo de que sean íntegros los corazones de todos. «Os he desposado –dice- con un único varón para presentaros a Cristo como virgen casta -2 Cor 11, 2-». Así, pues, la Iglesia imitando a la madre de su Señor, dado que en el cuerpo no pudo ser virgen y madre a la vez, lo es en el corazón.
Lejos de nosotros el pensar que Cristo al nacer privó a su madre de la virginidad, él que hizo a su Iglesia virgen, liberándola de la fornicación, de los demonios. En este día de hoy, celebrad con gozo y solemnidad el parto de la Virgen; vosotras las vírgenes santas, nacidas de su virginidad inviolada; vosotras que despreciando el matrimonio terreno, elegisteis ser vírgenes en el cuerpo. Ha nacido de mujer quien, en ningún modo, fue sembrado por varón en la mujer. Quien os trajo lo que ibais a amar, no quitó a su madre eso que amáis. Quien sana en vosotras lo que heredasteis de Eva, ¡cómo iba a dañar lo que habéis amado en María (Sermón 191).
ACCIÓN
Renovar durante el día la oración: BAJO TU AMPARO NOS ACOGEMOS, SANTA MADRE de DIOS…
P. Imanol Larrínaga
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