San Agustín nos habla de Santa Mónica (7)
Las Confesiones
Libro IX Capítulo XIII
Súplica de Agustín por sus padres difuntos
Pero sanado ya mi corazón de aquella herida, en la que podía
reprocharse lo carnal del afecto, derramo ante ti, Dios nuestro, otro
género de lágrimas muy distintas por aquella tu sierva: las que brotan
del espíritu conmovido a vista de los peligros que rodean a toda alma
que muere en Adán. Porque, aun cuando mi madre, vivificada en Cristo,
primero de romper los lazos de la carne, vivió de tal modo que tu nombre
es alabado en su fe y en sus costumbres, no me atrevo, sin embargo, a
decir que, desde que fue regenerada por ti en el bautismo, no saliese de
su boca palabra alguna contra tu precepto. Porque la Verdad, tu Hijo,
tiene dicho: Quien llamare a su hermano necio será reo del fuego del
infierno, y ¡ay de la vida de los hombres, por laudable que sea, si tú
la examinas dejando a un lado la misericordia! Mas porque sabemos que
no escudriñas hasta lo último nuestras pecados, vehemente y
confiadamente esperamos ocupar un lugar contigo. Porque quien enumera en
tu presencia sus verdaderos méritos, ¿qué otra cosa enumera sino tus
dones? ¡Oh si se reconociesen tales los hombres, y quien se gloríe se
gloriase en el Señor!.
Así, pues, alabanza mía, y vida mía,
y Dios de mi corazón; dejando a un lado por un momento sus buenas
acciones, por las cuales gozoso te doy gracias, te pido ahora perdón por
los pecados de mi madre. Óyeme por la Medicina de nuestras heridas, que
pendió del leño de la cruz, y sentado ahora a tu diestra, intercede
contigo por nosotros. Yo sé que ella obró misericordia y que perdonó
de corazón las ofensas a sus ofensores; perdónale también tú sus
ofensas, si algunas contrajo durante tantos años después de ser
bautizada. Perdónala, Señor, perdónala, te suplico, y no entres en
juicio con ella. Triunfe la misericordia sobre la justicia, porque
tus palabras son verdaderas y prometiste misericordia a los
misericordiosos, aunque lo sean porque tú se lo das, tú que tienes
compasión de quien la tuviere y prestas misericordia a quien fuere
misericordioso.
Yo bien creo que has hecho ya con ella lo
que te pido; mas deseo aprobéis, Señor, los deseos de mi boca. Porque
estando inminente el día de su muerte, no pensó aquélla en enterrar su
cuerpo con gran pompa o que fuese embalsamado con preciosas esencias, ni
deseó un monumento escogido, ni se cuidó del sepulcro patrio. Nada de
esto nos ordenó, sino únicamente deseó que nos acordásemos de ella ante
el altar del Señor, al cual había servido sin dejar ningún día, sabiendo
que en él es donde se inmola la Víctima santa, con cuya sangre fue
borrada la escritura que había contra nosotros, y vencido el enemigo
que cuenta nuestros delitos y busca de qué acusarnos, no hallando nada
en aquel en quien nosotros vencemos.
¿Quién podrá devolverle su
sangre inocente? ¿Quién restituirle el precio con que nos compró, para
arrancarnos de aquél? A este sacramento de nuestro precio ligó tu sierva
su alma con el vínculo de la fe. Nadie la aparte de tu protección. No
se interponga, ni por fuerza ni por insidia, el león o el dragón. Porque
no dirá ella que no debe nada, para ser convencida y presa del astuto
acusador, sino que sus pecados le han sido perdonados por aquel a quien
nadie podrá devolverle lo que no debiendo por nosotros dio por nosotros.
Sea, pues, en paz con su marido, antes del cual y después del cual no
tuvo otro; a quien sirvió, ofreciéndote a ti el fruto con paciencia, a
fin de lucrarle para ti. Mas inspira, Señor mío y Dios mío, inspira a
tus siervos, mis hermanos; a tus hijos, mis señores, a quienes sirvo con
el corazón, con la palabra y con la pluma, para que cuantos leyeren
estas cosas se acuerden ante tu altar de Mónica, tu sierva, y de
Patricio, en otro tiempo su esposo, por cuya carne me introdujiste en
esta vida no sé cómo. Acuérdense con piadoso afecto de los que fueron
mis padres en esta luz transitoria; mis hermanos, debajo de ti, ¡oh
Padre!, en el seno de la madre Católica, y mis ciudadanos en la
Jerusalén eterna, por la que suspira la peregrinación de tu pueblo desde
su salida hasta su regreso, a fin de que lo que aquélla me pidió en el
último instante le sea concedido más abundantemente por las oraciones de
muchos con estas mis Confesiones, que no por mis solas oraciones.
0 comentarios:
Publicar un comentario