San Agustín nos habla de Santa Mónica (3)
Mónica proyecta el matrimonio de su hijo
Se me instaba solícitamente a que tomase
esposa. Ya había hecho la petición, ya se me había concedido la demanda,
sobre todo siendo mi madre la que principalmente se movía en esto,
esperando que una vez casado sería regenerado por las aguas saludables
del bautismo, alegrándose de verme cada día más apto para éste y que se
cumplían con mi fe sus votos y tus promesas.
Sin embargo, como ella, así por ruego mío como por
deseo suyo, te rogase con fuerte clamor de su corazón todos los días de
que le dieses a conocer por alguna visión algo sobre mi futuro
matrimonio, nunca se lo concediste. Veía, sí, algunas cosas vanas y
fantásticas que formaba su espíritu, preocupado grandemente con este
asunto, y me lo contaba a mí no con la seguridad con que solía cuando tú
realmente le revelabas algo, sino despreciándolas. Porque decía que no
sé por qué sabor, que no podía explicar con palabras, discernía la
diferencia que hay entre una revelación tuya y un ensueño del corazón.
Con todo, se insistía en el matrimonio habiéndose
pedido ya la mano de una niña que aún le faltaban casi dos años para ser
núbil; y como era del gusto, había que esperar.
Capítulo XIV
Las mujeres desvanecen el proyecto de vida en común
También muchos amigos, hablando y
detestando las turbulentas molestias de la vida humana, habíamos
pensado, y casi ya resuelto, apartarnos de las gentes y vivir en un ocio
tranquilo. Este ocio lo habíamos trazado de tal suerte que todo lo que
tuviésemos o pudiésemos tener lo pondríamos en común y formaríamos con
ello una hacienda familiar, de tal modo que en virtud de la amistad no
hubiera cosa de éste ni de aquél, sino que de lo de todos se haría una
cosa, y el conjunto sería de cada uno y todas las cosas de todos.
Seríamos como unos diez hombres los que habíamos de
formar tal sociedad, algunos de ellos muy ricos, como Romaniano, nuestro
conmunícipe, a quien algunos cuidados graves de sus negocios le habían
traído al Condado muy amigo mío desde niño, y uno de los que más
instaban en este asunto, teniendo su parecer mucha autoridad por ser su
capital mucho mayor que el de los demás. Y habíamos convenido en que
todos los años se nombrarían dos que, como magistrados, nos procurasen
todo lo necesario, estando los demás descargados. Pero cuando se empezó a
discutir si vendrían en ello o no las mujeres que algunos tenían ya y
otros las queríamos tener, todo aquel proyecto tan bien formado se
desvaneció entre las manos, se hizo pedazos y fue desechado.
De aquí vuelta otra vez a nuestros suspiros y gemidos y a caminar por las anchas y trilladas sendas del siglo, porque había en nuestro corazón muchos pensamientos, pero tu consejo permanece eternamente. Y por este consejo te reías tú de los nuestros y preparabas el cumplimiento de los tuyos, a fin de darnos el alimento que necesitábamos en el tiempo oportuno y, abriendo la mano, llenarnos de bendición.
Capítulo XV
Separación dolorosa
Entre tanto se multiplicaban mis pecados,
y, arrancada de mi lado, como un impedimento para el matrimonio, aquella
con quien yo solía compartir mi lecho, mi corazón, sajado por aquella
parte que le estaba pegado, me había quedado llagado y manaba sangre.
Ella, en cambio, vuelta al África, te hizo voto, Señor, de no conocer
otro varón, dejando en mi compañía al hijo natural que yo había tenido
con ella.
Pero yo, desgraciado, incapaz de imitar a esta mujer,
y no pudiendo sufrir la dilación de dos años que habían de pasar hasta
recibir por esposa a la que había pedido —porque no era yo amante del
matrimonio, sino esclavo de la sensualidad—, me procuré otra mujer, no
ciertamente en calidad de esposa, sino para sustentar y conducir íntegra
o aumentada la enfermedad de mi alma al servicio de mi inveterada
costumbre al estado del matrimonio.
Pero no por eso sanaba aquella herida mía que se
había hecho al arrancarme de la primera mujer, sino que después de un
ardor y dolor agudísimos comenzaba a corromperse, doliendo tanto más
desesperadamente cuanto más se iba enfriando.
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