Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (A).
Lo narrado en el evangelio de hoy guarda una relación muy íntima con la celebración de la eucaristía. La misa o la eucaristía que celebramos consta de dos partes diferentes, pero muy unidas entre sí. Una es la liturgia de la Palabra y la otra el Sacrificio eucarístico.
En el evangelio de hoy vemos a una gran multitud de personas que acuden a un lugar despoblado para escuchar a Jesús. Dejan su trabajo, se apartan de su lugar o de su pueblo, con la familia o sin ella, y caminan al encuentro con Cristo. Pero no por curiosidad, sino porque sentían hambre de escuchar la Palabra que predicaba Jesús.
Hombres y mujeres, mayores y también niños, campesinos, gente sencilla de Galilea, pescadores. Y no solamente en esta ocasión. El evangelio habla muchas veces de que una gran multitud acudía a ver a Jesús y a escucharle, además de presentarle los enfermos para que los curara. En esta ocasión no llevan enfermos. Solamente quieren ver y escuchar al Maestro.
Sorprende que la multitud del evangelio de hoy tenga tanta hambre de Jesús que se olviden de llevar con ellos u poco de comida. Quizás han comprendido que “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8, 3; Mt 4, 4).
A esto mismo nos invita el Señor en la primera lectura del profeta Isaías, cuando dice: “Escuchad atentos y comeréis bien, saborearéis platos substanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis” (Is 55, 2-3).

Jesús sigue hablando hoy. Y emplea el mismo lenguaje de entonces: el lenguaje del amor, de la verdad, de la cercanía. El lenguaje de la vida y de la salvación ofrecida a todos. Su palabra es vida. Es como la semilla buena que necesita la tierra apropiada para ser sembrada y pueda germinar y dar fruto abundante.
Y para que pueda germinar y dar fruto abundante en nosotros se requiere que tengamos hambre de su palabra, que sintamos la necesidad apremiante de acudir a él para escucharle. Porque su palabra es alimento, es pan para el camino -y todos estamos en camino-, luz en nuestro caminar, como dice el salmo.
Esta palabra tiene una resonancia especial y produce un impacto mayor cuando se escucha en la celebración eucarística. Los domingos con tres lecturas: normalmente, una del Antiguo Testamento, otra del Nuevo y el Evangelio. Todo es palabra de Dios.
Nos dan ejemplo estos campesinos de Galilea. (Mujer indígena de Kankintú). Son gente o personas que se ponen en camino, a quien no les importa la incomodidad de recorrer a pie largas distancias para escuchar y conocer más a Jesús.

Tenemos a nuestro alcance todas las facilidades posibles: La Biblia en la casa, libritos con las lecturas de la misa, al iglesia muy cerca, varias misas con distintos horarios. Tenemos la Palabra muy cerca, pero si no tenemos hambre de ella…
Después de alimentarnos del "pan de la Palabra", nos alimentamos del "pan de la Eucaristía". La Eucaristía más que una obligación es una necesidad. Aquí venimos a saciar nuestra hambre, a celebrar nuestra fe. Seríamos necios si no aprovecháramos este alimento que nos regala.
Vivamos con intensidad cada gesto, cada palabra de la Eucaristía con actitudes sinceras de agradecimiento, alabanza, perdón, petición de ayuda y ofrecimiento de nuestra vida.
P. Teodoro Baztán
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