sábado, septiembre 04, 2010

Solemnidad de Nuestra Señora de la Consolación

3. María, Virgen perpetua


En la plenitud de su gracia se incluye también la virginidad perpetua de María. El mundo antiguo vislumbró algo del misterio de la sagrada hermosura de la virginidad, enlazando etimológicamente la palabra “virgen” (parthenos) con uno de los fenómenos más admirables de la naturaleza: la floración. La virginidad es la florescencia del ser humano que resume en sí la energía vital creadora, la hermosura, la exuberancia de las fuerzas del espíritu cuando se abre a los horizontes de la vida. Por eso a los seres virginales se les consideraba dignos de vivir y ponerse en relación y proximidad con los dioses. Estas ideas —floración del ser, gracia, hermosura, proximidad a Dios— derraman su luz sobre el misterio virginal de María. Ella es la más estupenda floración del ser femenino, rebosante de frescura, de inocencia y lozanía en medio del desierto del mundo. “El custodio de la virginidad —dice San Agustín— es el amor, y el lugar de este custodio es la humildad. Porque allí habita el que dijo que sobre el humilde, y el sosegado, y el temeroso de sus palabras descansa su Espíritu” (De sancta virg. 52: PL 40, 426).

María ofreció su virginidad con voto a Dios, y así, cuando se desposó con San José, estaba consagrada con un vínculo que tampoco se rompió con el matrimonio. Esta virginidad perpetua la predicó muchas veces San Agustín como un artículo de fe (Ench. 34: PL 40, 249), poniendo en la Madre y el Hijo un sello de singularidad:

“Él nació singularmente de Padre sin Madre, de Madre sin Padre; Dios sin madre, hombre sin padre; sin madre antes de todos los tiempos, sin padre en el fin de los tiempos” (In Io. ev. tr. 8, 8: PL 35, 1455).


La virginidad de María singulariza al Hijo y a la Madre; es decir, los sella con un honor sublime y único, los hace ejemplares eternos de hermosura. La defensa de la virginidad de María no es tanto en privilegio y honra de la Madre como del Hijo. Por eso San Agustín no se cansa de repetir: “Ella concibió siendo virgen, le dio a luz quedando virgen, virgen permaneció” (Sermo 51, 18 (PL 38, 343).

(Tomado del libro San Agustín del P. Victorino Capánaga)


LA VIRGEN DE LA CONSOLACIÓN

La Virgen de la Consolación suele representarse entre los agustinos en el acto de entregar una correa a san Agustín y santa Mónica - como lo hace el pintor Juan Barba en el lienzo que reproducimos de la parroquia de Santa Rita, en Madrid-. Obedece esta representación a una leyenda piadosa de la Edad Media. Cuenta la leyenda que cuando, ya convertido Agustín, santa Mónica estaba pensando cómo debería vestir al lado de su hijo, se les apareció a los dos la Virgen y, mostrándoles una correa, les dijo: “Así deberás vestir. Esta correa será siempre una muestra de mis especiales cuidados para rti y para tus hijos”. Así fue como la correa, que es la del hábito agustino, pasó a tener un significado espiritual y mariano.

Rápidamente el uso de la correa se extendió entre los seglares que estaban en contacto cfon las casas e iglesias agustinas. En 1575 el papa Gregorio XIII crea en Bolonia la Archicofradía de Nuestra Señora de la Consolación. También llamada “de san Agustín y santa Mónica”. De ella entran a formar parte muchísimos cristianos comprometidos en todo el mundo.

Relieve especial merece la actuación de estos cofrades en territorios de misión, donde fueron inestimables colaboradores –como intérpretes, catequistas, guías y protectores- de los misioneros, a los que también acompañaban en el martirio. En octubre de 1630, el agustino recoleto beato Francisco de Jesús calculaba en unos 300 el número de cofrades japoneses martirizados: desde “que llegamos a esta tierra mi compañero y yo, bien han sido al pie de 300 mártires que ha habido de la cinta de nuestras cofradías, fuera de otros muchos que tendrán nuestros padres observantes”.

A ejemplo de ellos, muchos otros cristianos han buscado y buscan la perfección acogidos al cariño maternal de María, y siguiendo el ejemplo de vida y de fe que san Agustín y santa Mónica han legado a toda la Iglesia.

Tomado del Boletín Canta y Camina No. 10 (julio-setiembre 1988)

Texto de la Consagración de la Orden de Agustinos Recoletos a Ntra. Sra. de la Consolación

En honor y gloria de la Santísima Trinidad.

Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amantísima Madre de Dios y Madre nuestra!: Aquí tenéis humildemente postrada a vuestros pies a esta Hija de vuestra predilección, nuestra amada Orden de ermitaños recoletos de San Agustín, que hoy se consagra a vuestro servicio y a vuestro santo amor, y por vuestra mediación, a vuestro Santísimo Hijo Jesús.

Vos sabéis, ¡oh Madre amadísima! que desde los primeros días de nuestra existencia, desde la cuna misma de la recolección hemos sido siempre vuestros, y vuestros queremos ser perpetuamente. Animados por el espíritu de nuestros santos fundadores queremos en este día renovar en vuestra presencia aquellos sentimientos de amor y gratitud, de devoción ardiente que ellos os profesaron, haciendoos total entrega de cuanto somos y tenemos, para que de ahora en adelante dispongáis de nosotros como mejor os plazca; pues sólo anhelamos cumplir vuestra santa voluntad. Vos, Señora nuestra, habéis dirigido nuestros pasos. Vos habéis iluminado nuestras inteligencias para seguir sin vacilar las enseñanzas de la santa Iglesia, y habéis inflamado nuestros corazones en vuestro amor y en el vuestro divino Jesús para realizar grandes cosas por vuestro honor. Deseando caminar por esta senda de luz y amor que nos han trazado nuestros antepasados, venimos hoy, ¡oh Madre querida! a consagraros no sólo nuestras personas y nuestros actos, sino también esta Corporación Agustiniana Recoleta de la que somos hijos.

Os consagramos, pues, ahora y os dedicamos solemnemente, y ponemos en vuestras divinas manos, nuestra amada Orden con todos y cada uno de los religiosos que la forman, y con todas las Provincias, Conventos, Colegios y Casas que lo integran. Os consagramos la ciencia de nuestros sabios, la virtud de nuestros santos, el celo de nuestros misioneros y el heroísmo de nuestros apóstoles y mártires; os hacemos perpetua entrega de los Superiores y súbditos, de los jóvenes y ancianos, y de todos los hijos de la Recolección Agustiniana. En vuestras manos virginales ponemos, oh Madre amadísima nuestras almas con todas sus aspiraciones, nuestro corazón con sus afectos, nuestras potencias y sentidos, nuestros proyectos y necesidades, todo nuestro ser, toda nuestra vida, todo cuanto somos y poseemos, para que todo conspire siempre a honraros y glorificaros y amaros a Vos y en Vos a vuestro divino Hijo Jesús.

Reinad, Señora y querida Madre nuestra, reinad en nuestra Orden como en cosa y posesión vuestra; reinad en todos sus hijos para que todos sean esclavos de vuestro amor, y dignáos ratificar ante vuestro amantísimo Hijo Jesús esta consagración que acabamos de hacer para que cumpliéndola como Vos deseáis, vivamos siempre entregados a vuestro santo amor y muramos en el ósculo del Señor y cobijados bajo el manto de vuestra maternal protección.

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Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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