miércoles, agosto 25, 2010

1er Día del Triduo a san Agustín



En este primer día del Triduo recogemos una noticia de Zenit sobre lo que el Santo Padre ha dicho de san Agustín y un artículo que aparecio en el boletín Canta y Camina en el año 1986.

EL PAPA VUELVE A HABLAR DE AGUSTÍN, SU SANTO PREFERIDO


“No encontró la Verdad, sino que fue encontrado por ella”

CASTEL GANDOLFO, miércoles 25 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- A pocos días de la fecha en que la Iglesia católica celebra la memoria de san Agustín y su madre, santa Mónica, el Papa Benedicto XVI volvió a dedicarle una catequesis, durante la audiencia general celebrada hoy en el palacio de Castel Gandolfo.

El Papa reconoció ante los peregrinos, muchos de los cuales no pudieron acceder al patio interior por falta de espacio, su predilección por el santo obispo de Hipona, junto con san José y san Benito, de quienes lleva el nombre.

“San Agustín, a quien tuve el gran don de conocer, por así decirlo, de cerca a través del estudio y la oración”, afirmó, “se ha convertido en un buen 'compañero de viaje' en mi vida y en mi ministerio”.

Este santo “fue un hombre que nunca vivió con superficialidad”, una lección de vida “actual también en nuetsra época, en la que parece que el relativismo sea, paradójicamente, la 'verdad' que debe guiar el pensamiento, las decisiones, los comportamientos”.

“En nuestro tiempo se tiene una especie de miedo al silencio, del recogimiento, de pensar en los propios actos, en el sentido profundo de la propia vida, a menudo se prefiere vivir solo el momento fugaz, esperando que traiga felicidad duradera; se prefiere vivir, porque parece más fácil, con superficialidad, sin pensar; se tiene miedo de buscar la Verdad, o quizás se tiene miedo de que la Verdad nos encuentre, nos aferre y nos cambie la vida, como le sucedió a san Agustín”.

El camino vital de Agustín, recordó el Papa, “no fue fácil: creyó encontrar la Verdad en el prestigio, en la carrera, en la posesión de las cosas, en las voces que le prometían la felicidad inmediata”.

Agustín “cometió errores, atravesó tristezas, afrontó fracasos, pero nunca se detuvo, nunca se acontentó con lo que le daba solamente un incidio de luz; supo mirar en lo íntimo de sí mismo y se dio cuenta, como escribe en sus Confesiones, de que esa Verdad, ese Dios que buscaba con sus fuerzas era más íntimo a él que el mismo”.

Benedicto XVI recordó su propio comentario durante la presentación, el año pasado, de un reciente film sobre la vida de san Agustín: éste “comprendió, en su inquieta búsqueda, que no era él quien había encontrado la Verdad, sino que la propia Verdad, que es Dios, le persiguió y le encontró”.

En compañía de los santos

Siguiendo la estela de san Agustín, el Papa invitó a todos, “también a quien está en un momento de dificultad en su camino de fe, a quien participa poco en la vida de la Iglesia o a quien vive como si Dios no existiese, que no tengan miedo de la Verdad, que no interrumpan nunca el camino hacia ella, que no cesen nunca de buscar la verdad profunda sobre sí mismos y sobre las cosas con los ojos internos del corazón”.

“Dios no dejará de dar Luz para hacer ver y Calor para hacer sentir al corazón que nos ama y que desea ser amado”, añadió.

Por otro lado, de la misma forma que san Agustín le ha acompañado en su vida personal, el Papa propuso a los presentes que encuentren a su “santo compañero” en el viaje de la vida.

“Cada uno debería tener algún santo que le fuese familiar, para sentirle cercano con la oración y la intercesión, pero también para imitarlo”, sugirió.

“Quisiera invitaros, por tanto, a conocer más a los santos, empezando por aquel cuyo nombre lleváis, leyendo su vida, sus escritos. Estad seguros de que se convertirán en buenos guías para amar cada vez más al Señor y ayudas válidas para vuestro crecimiento humano y cristiano”.

Al saludar a los peregrinos españoles, volvió a insistir en su invitación a familiarizarse “con la vida y los escritos de los Santos, pues os ayudarán a amar cada vez más al Señor y a crecer como personas y como cristianos”.

[Por Inma Álvarez]


CON LETRAS DE ORO


“Tu oración es lo mismo que
tu deseo; si el deseo es continuo,
la oración es continua”
(San Agustín)

La carta 130 de San Agustín es un tratado sobre la oración. Está dirigida a Proba, viuda de un gobernador de Roma, cabeza de una de las familias aristocráticas de la capital del imperio y abuela de Demetriades, la joven que conmocionó a todo el imperio al consagrarse a Dios. San Agustín compone esta epístola en plena madurez humana y espiritual; tenía 58 años.

La experiencia le había enseñado la importancia del diálogo con Dios. Su enseñanza, por esto, recalca sin cesar la necesidad de la oración constante. ¿Cómo se puede vivir esta interrupción? Con el deseo, grito interior que anhela conocer a Dios, cumplir su voluntad y poseer sus dones, y silencio humilde que reconoce a todas las cosas un don de lo alto y solo eleva los ojos para dar gracias.

Esta es la gran enseñanza de la oración agustiniana: vivir con el deseo constante de alcanzar a Dios y de agradarle. De esta forma el hombre es capaz de entrar en contacto con su Creador: “El Señor no pretende que le mostremos nuestra voluntad, pues no puede desconocerla; pretende que ejercitemos con la oración nuestro deseo y así nos prepara a recibir lo que nos ha de dar”. El hombre, aguijoneado por el deseo, tiende a Dios y puede presentarle todos sus actos como una ofrenda agradable, pues aun cuando dormimos el deseo sigue velando: “¿Trabajas? Bendiga tu alma a Dios. ¿Comes? Escucha al Apóstol: ‘ya comáis, ya bebáis, haced todas las cosas para gloria de Dios’. Y yo me atrevo a decir: cuando duermes, bendiga tu alma al Señor”.

Pero todo esto requiere una ayuda insustituible, los momentos diarios dedicados en exclusiva a la oración. En ellos “excitamos nuestro deseo, no sea que al comenzar a entibiarse por nuestros quehaceres, se extinga por no renovarlo con frecuencia”. Necesitamos avivar la llama interior que nos alumbre en todos nuestros pasos el camino hacia El y nos permita palpar en cada uno de nuestros actos el sentido de lo eterno.

El deseo es, por tanto, el centro de gravedad de nuestra oración. El recogimiento diario lo mantiene en su justo lugar para guardar el equilibrio en esta marcha por las alturas. Y de este modo es como nos enseña San Agustín a cumplir el precepto paulino: “¿Qué significa ‘orad sin interrupción’ sino desead si n interrupción?”.

(Tomado del Boletín Canta y Camina No 3- octubre 1986)

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