domingo, diciembre 07, 2008

Domingo II de Adviento: Un semáforo en el desierto


A semáforo en el desierto puede sonar un Adviento costumbrista y rutinario. La voz del Bautista despierta del sueño. El Consuelo definitivo de Dios se acerca. No hay tiempo que perder.

«Errante como un taxi por el desierto, quemado como el cielo de Chernovil, solo como un poeta en el aeropuerto… así estoy yo, así estoy yo, sin ti». De esta forma cantaba su soledad Joaquín Sabina hace unos años en su canción Así estoy yo sin ti. Coloquémonos en el desierto, sí, en el desierto a bordo de ese taxi errante, entonando esta canción. Estaríamos justamente en el extremo contrario de lo que suele ser nuestra vida, llena de ruidos y ajetreos. En el desierto no hay lugar para los ruidos sino que el silencio y la soledad hacen que nos encontramos con lo que somos. Pues qué curioso que sea precisamente el desierto el lugar del encuentro con Dios, donde surge el gran grito, la gran voz por boca del Bautista que nos despierta de la monotonía y el agarbanzamiento y enciende la lámpara de nuestra esperanza: ¡Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos!

En este desierto, vamos a ponernos en la situación del pueblo de Israel cuando recibe un mensaje de alegría, de luz por boca del profeta Isaías. Consolad, consolad a mi pueblo. Todos tenemos experiencias de consuelo y consolación. Es una actitud de Adviento el esperar en este Dios consolador, que no es indiferente a los sufrimientos de su pueblo. Consolar significa estar con el que se halla solo, aliviar la carga, calmar la inquietud, fortalecer la fragilidad, suavizar la angustia, para que pueda vivir en plenitud y lleno de confianza. El consuelo no sustituye el dolor pero sí ensancha la esperanza y fortalece el coraje para afrontarlo. La situación de desolación que vivía el pueblo de Israel provoca que Dios tome partido de una vez para siempre, de forma que recuperen su territorio y se restaure el orden establecido. Dios se coloca al frente del rebaño como un pastor amoroso. Y aquí hay un detalle fundamental. Esto no se queda en un bla, bla, bla… de fervorín o de monserga. El consuelo va acompañado de acciones. El texto nos lo describe muy bien: los montes se abajan, los valles se levantan y Dios mismo se pone al frente. Las acciones orientan y abren caminos. El consuelo nos habla al oído en el presente y nos infunde una esperanza.

Igual de inútil que un semáforo en rojo o un paso de peatones en medio del desierto, puede sernos el tiempo de Adviento si no somos capaces de sumergirnos en el desierto y dejarnos encontrar por Dios. Al igual que lo fue para el pueblo de Israel, lo es hoy para nosotros. El desierto no es una losa o una tumba para cristianos inquietos, sino el camino necesario para llegar a la tierra que mana leche y miel. El desierto aparta la palabrería, hace del silencio escucha y da lugar al testimonio, a las obras, como sucedió con Dios, según nos cuenta Isaías. Necesitamos unos ojos nuevos, esperanzados, que nos permitan ser capaces de ver oasis en el yermo.

En este tiempo de Adviento, la esperanza gozosa y nerviosa tenemos que prepararnos para acoger el consuelo de Dios que se nos hace presente. La soledad acongojada de Sabina, si también es la tuya, pronto encontrará un consuelo definitivo. Por otra parte, hemos de ser capaces también de ir anulando las barreras, de ir abajando los montes y elevando los valles. Que la inminente llegada del Mesías la vivamos de verdad como una auténtica oportunidad de liberación de nuestras esclavitudes, que seamos capaces de detectar nuestros desiertos para que Dios pueda, de una vez por todas romper nuestros ruidoso silencio con el eco alegre del anuncio de su venida. Ya nos queda menos. Los pasos de cebra, los semáforos en rojo dejémoselos para aquellos que no han salido todavía del desierto, que no han vivido ni un Adviento ni una Navidad, porque no han sabido ver en Dios el verdadero Consuelo, porque viven aún apegados a sus prácticas rutinarias, hundidos en las dunas de lo rancio, cargados de preceptos. Como diría Sabina, Más triste[s] que un torero al otro lado del telón de acero. Es Adviento, no lo olvides.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)

(Tomado de www.agustinosrecoletos.org)

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