jueves, diciembre 11, 2008

María, la humilde sierva (Parte I)



"El agua fresca de la verdad brota de los humildes manantiales del valle, no de las altivas sequeras de los picachos" (Serm. 104, 2, 3).

Permítame Agustín que saque estas palabras del contexto real en que él las pronunció. No habla en esta ocasión de María, pero ¿qué más da, si ella es la humildad misma, la pura sencillez, y encarna como nadie lo que Agustín quiere decir con estas palabras? Por eso fue engrandecida, por eso fue dichosa y la llaman bienaventurada todas las generaciones. Dice el santo en otro lugar:

"María" había merecido dar a luz al Hijo del altísimo y, pese a ello, era humildísima" (Serm. 51, 18).

María personifica la humildad. Ella es la humildad. La explicación mejor de las palabras de Agustín. Como el buen samaritano de la parábola evangélica es la respuesta mejor a la pregunta "¿quién es mi prójimo?", María es la respuesta mejor a la pregunta: "Y qué es la humildad".

María, tierra buena

Si el Hijo de Dios eligió el camino de la humillación para acercarse al hombre (Fil 2, 8), María es el humus, la tierra buena donde Él germinó y nació y se hizo hombre.
Los picachos rocosos de las alturas no producen nada. Son altivos y arrogantes. Nada pueden dar, porque, por mucho que reciban, nada pueden contener; el agua que llueve sobre ellos se escurre toda hacia otros lados. Las tierras del valle sí son fecundas y generosas, porque viven al arrimo de la fuente inagotable.
María es el valle profundo y recoleto donde brota el agua limpia y fresca que dará vida nueva al mundo. Ella es la primera vivificada. Es la tierra madre donde nace la vida.
Escribo estas reflexiones durante la mañana de un día 24 de diciembre. El sol está radiante y el viento en calma. Pero en el ambiente se percibe, se palpa casi, una quietud tensa, a la vez que serena.
Todo parece en expectativa. Da la impresión de que la tierra y los hombres, los árboles y los pájaros, las cosas todas, estuvieran mirando hacia el punto del horizonte más lejano, esperando ansiosos la aparición de algo o de alguien, prometido y deseado desde siempre, y que hoy tendría que llegar.
No es, en mi caso, visión de soñador, sino impresión certera de creyente, avalado por la palabra que se ha ido pronunciando a través de todos los siglos y por boca de los profetas.

Un punto en el horizonte

En el amanecer de esta esperanza y de su "manifestación gloriosa" (Tt 2, 13) aparece la figura de una mujer. Ella es el punto del horizonte por donde asomará el esperado de todos, el prometido desde siempre, el Emmanuel, el enviado para salvar definitivamente a la humanidad herida de muerte. El nombre del esperado es Jesús, y la mujer, su madre, María.
Por ella nos llega el que existía desde siempre. "En el principio existía la Palabra, la Palabra era Dios..., y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 1.14). Se hace carne en las entrañas de María. Hijo de Dios, y Dios también. Y nacerá a los nueve meses. Como cualquier hijo de cualquier mamá.
Todo es misterio, no por secreto o arcano, sino por la maravilla de un Dios que elige lo sencillo y lo pequeño para presentarse entre nosotros.

María, la escogida

¿Por qué? Nadie lo sabe. Porque nadie puede penetrar en la hondura de los porqués de Dios. Sólo sabemos, porque lo dice ella, que Dios "puso sus ojos en la humildad de su esclava" (Lc 1, 48).
Humilde, sencilla, pequeña. Pequeña a los ojos de los hombres. Sencilla y humilde a los ojos de Dios. Frágil, porque, además de ser mujer, apenas está saliendo de su edad adolescente. De unos quince años apenas. O poco más.
Con manos prematuramente encallecidas: de llenar de agua todos los días el cántaro en la única fuente del pueblo, de barrer la casa hasta dejarla tan limpia como el sol de Nazaret, de acarrear y arrimar la leña al fuego para que nunca falte la comida caliente a los suyos, de lavar la ropa de todos. De trabajar.
Una mujer "normal y corriente", como las muchachas de su pueblo. Ninguna diosa, ni supermujer con poderes mágicos especiales. Con un corazón de carne y sentimientos humanos, como las mujeres de todos los tiempos. Pobre y trabajadora. Profundamente religiosa.

P. Teodoro Baztán- "Lámparas de Barro"

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