DOMINGO VI del TIEMPO ORDINARIO- B-
Vivirá solo y habitará fuera del poblado
De nuevo la primera lectura de este domingo, tomada del Libro del Levítico, es el mejor pórtico o la mejor antesala para comprender lo que nos relata el evangelista San Marcos en el evangelio. El recuerdo de las prescripciones de la antigua ley sobre los enfermos de la piel, denominados genéricamente “leprosos”, da ocasión para entender mejor lo libre que se siente Jesús frente a la ley y, a la vez, su respeto hacia ella. En la sociedad judía el leproso no era solo un enfermo. Era, antes que nada, un peligro. Un ser estigmatizado, sin familia, sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida. El Levítico lo decía claramente: “El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la cabeza desgreñada... Irá avisando a gritos: “Impuro, impuro”. Mientras le dura la lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del campamento”.
Los leprosos o
quienes tuvieran alguna mancha en la piel tenían prohibida la entrada en el
templo, no podían asistir a las fiestas ni participar en los banquetes
sagrados. Incluso eran expulsados de sus hogares, se les prohibía vivir en la
comunidad social y se les obligaba a habitar solos, “fuera del campamento”. En la visita a Tierra Santa todavía se
muestran espacios, un poco al abrigo de las inclemencias del tiempo, en los que
vivían estas personas, a las que se les proporcionaba lo necesario para
sobrevivir, pero fuera del “campamento”, de la población de vecinos. La lepra
destruía la integridad física de las personas, su plenitud personal,
condiciones requeridas para la pureza legal. Además se la consideraba
contagiosa. Por ello eran apartados del culto, de la familia y de la sociedad. Era,
además, un signo de pecado y de alejamiento de Dios. El leproso, aunque
inocente, presenta el aspecto de un enfermo que debe ser curado. Por ello, la
curación del leproso era signo de salvación, de reconciliación con Dios y con
el pueblo. Es el milagro que realiza Jesús en tantas ocasiones. Salud del
cuerpo, pero también del espíritu.
El relato del Libro del Levítico puede parecernos
demasiado alejado en el tiempo y hasta sorprendernos. Pero conviene que nos
fijemos en otro tipo de “leprosos” que
sufren en sus carnes las mismas consecuencias que las presentadas en el Libro
sagrado. Son muchos los hermanos que sufren la enfermedad de la pobreza y de la
marginación social: Los emigrantes, los que viven en las calles, los
dependientes de la droga, los enfermos mentales, los que tienen que abandonar
el hogar porque hacen difícil la convivencia. Muchos son también los que han
sido víctimas de abusos sexuales o de otro tipo. Leamos las páginas de la
Biblia, pero también las de nuestra historia y las de la realidad social en la
que vivimos.
Si quieres, puedes limpiarme
Jesús se muestra muy sensible al
sufrimiento de quienes eran marginados por la sociedad, olvidados por la
religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o
religiosamente. Le sale del
corazón, pues sabe que su Padre Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni
excomulga. Jesús no es solo de los buenos,
acoge a todos y a todos bendice. Es una vivencia sentida que nace de sus
encuentros con su Padre, que “hace salir
el sol sobre buenos y malos”. Por eso reclama que “no juzguéis y no seréis juzgados” o manda “no separar el trigo de la cizaña hasta el día del juicio final”.
Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de
Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes
indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con
fama de “hombre de Dios” comiendo y bebiendo animadamente con pecadores. Los dirigentes religiosos más respetables no
lo podían soportar. Su reacción fue agresiva: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores”. Jesús no
se defendió. Era cierto, pues en lo más íntimo de su ser sentía un respeto
grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la
religión.
Marcos recoge en su relato la
curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los
excluidos. Está atravesando una región solitaria y, de pronto, se le acerca un
leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la
marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un
ser impuro. El destino de este hombre es vivir
como pueda, pero al margen de la sociedad. Así lo establece la ley. A pesar de
todo, desesperado, pero lleno de fe, se atreve a desafiar todas las normas.
Sabe que está obrando mal, pero cree en Jesús. Por eso, se pone de rodillas y
con toda humildad, le hace esta súplica: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Sabe que Jesús lo puede curar, pero ¿querrá limpiarlo?, ¿se atreverá a sacarlo
de la exclusión a la que está sometido en nombre de Dios?
Sorprende la emoción que le produce
a Jesús la cercanía del leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la
situación de aquel pobre hombre, “se
conmueve hasta las entrañas”. La ternura lo desborda. ¿Cómo
no va a querer limpiarlo él, que sólo vive movido por la compasión de Dios
hacia sus hijos e hijas más indefensos y despreciados? Sin dudarlo, “extiende la mano” hacia él y “toca” su piel, despreciada por los puros y observantes. Sabe que
está prohibido por la ley y que, con este gesto, está reafirmando la
trasgresión iniciada por el leproso. Solo le mueve la compasión: “Quiero: queda limpio”.
Esto es lo que quiere el Dios
encarnado en Jesús: limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión
de Padre. No es Dios quien aparta, sino nuestras leyes e instituciones. Dice el
evangelio que Jesús, a partir de esa curación, “ya no podía entrar abiertamente en ningún
pueblo; se quedaba fuera, en descampado”. En adelante todos han de tener claro que
no se puede excluir a nadie en nombre de Jesús. Cuando, desde nuestra equivocada
superioridad moral, rechazamos a diferentes grupos humanos (vagabundos,
prostitutas, toxicómanos, psicóticos, inmigrantes, homosexuales...) o los
apartamos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando
gravemente de Jesús. Ser de los suyos es anteponer la compasión y la
misericordia a cualquier norma o criterio social. En el corazón de Dios cabemos
todos. Es lo que predicaba Pablo según la Carta
a los Corintios. Es lo que tenemos que hacer nosotros. El Papa Francisco
nos da también buen ejemplo.
P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.
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