DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO
Cuando todo el mundo habla de los últimos días del año, nosotros, los cris-tianos, nos preparamos para comenzar uno nuevo, vivido en tres momentos, Adviento, Navidad y Epifanía o venida, nacimiento y manifestación a todas las gentes. Son tres momentos que se refieren al hecho singular de la venida de Jesús hasta nosotros, la decisión de Dios de compartir nuestra historia por medio de su Hijo, hecho criatura humana como nosotros. Su nombre es Jesús, que en hebreo se pronunciaba Yeshúa y significa “salvador”, que nace en el hogar de José y María y vivió y murió de la forma ya conocida. Al fin, un ser humano como nosotros, pero que trae la salvación a todo el género humano.
Esta novedad comienza a percibirse ya en los escaparates de algunos comer-cios, en la iluminación de la ciudades, al menos en España, y en las propias iglesias, no solo en la liturgia, sino en la ambientación y en la instalación de la “corona de adviento” y de la representación de este acontecimiento en los “nacimientos” o “belenes”. Tiempos nuevos que sugieren y en cristiano exi-gen o piden “vida nueva”: cambio de mentalidad y de vida.
El Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna del Reino de Dios
Isaías es el profeta del Adviento. Es el profeta de la unidad y de la paz, de la reconciliación y del buen entendimiento entre las naciones. Hoy nos presenta a judíos y paganos acudiendo gozosos al monte Sión, a Jerusalén, que será como un faro que guía a los viajeros y donde esperan que Dios les enseñe su ley y les instruya en sus caminos: “caminemos a la luz del Señor”. Signo de estos nuevos tiempos serán el cese de las guerras y la conversión de las ar-mas en herramientas constructivas: “De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas”. Por eso el salmo es el famoso canto de alegría de los pe-regrinos que acuden a Jerusalén: “qué alegría cuando me dijeron...”. En Je-rusalén encuentran paz y seguridad.
San Pablo, en la carta a los romanos, les advierte que deben despertar y es-tar en vela, pues la salvación está cerca, la noche está para acabar y ya se acerca el día. Tienen que vivir no al amparo de la oscuridad del pecado o del mal, sino a la luz del nuevo día que nos trae el salvador. Jesús es la luz del mundo, la que ilumina y da sentido a la realidad de las cosas y de las perso-nas. Es lo que nos dice en este pasaje del evangelio de san Mateo: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor… Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.
Estad en vela para estar preparados
Tanto las palabras de Isaías y las de Pablo como, sobre todo, las de Jesús, nos invitan a la vigilancia, a estar despiertos y atentos, preparados, porque la venida del Señor a nuestra vida sucede en los momentos más inesperados: Está sucediendo ya. Pablo nos advierte que “es hora de espabilarse”, “el día se echa encima”. Los que están dormidos, distraídos, satisfechos con las co-sas de este mundo, no esperan a ningún salvador. Y corren el peligro de perder otra vez la ocasión: la cercanía del Señor, que siempre está viniendo a nuestras vidas para llenarnos de su salvación.
Jesús pone el ejemplo de lo que pasó en tiempos de Noé: solo una familia supo darse cuenta de lo que se les venía encima. Los que no supieron estar atentos, quedaron anegados por las aguas de la tremenda inundación. Tam-bién pone la comparación de la “visita” de un ladrón, que no avisa. En otros pasajes del evangelio de Mateo, Jesús pone otras comparaciones exhortando a esta misma vigilancia: los siervos que no saben cuándo volverá su amo, las diez muchachas que esperan entrar a la fiesta de boda, los talentos prestados que hay que hacer fructificar. Siempre es la misma lección: Hay que estar preparados. Con la casa en orden. Con aceite en las lámparas. Así es como podemos decir que vivimos vigilantes y atentos a Dios. Ya que no sabemos el día ni la hora de nuestros encuentros con Él, y sobre todo de nuestro en-cuentro final, en la hora de nuestra muerte, es fundamental que nunca este-mos desprevenidos o distraídos en mil ocupaciones. El que está siempre preparado es el que mejor puede acoger los acontecimientos importantes.
Cuando leemos en este Adviento las páginas optimistas del profeta sobre los tiempos mesiánicos, no deberíamos tacharlas de utópicas o irrealizables. Son el anuncio del proyecto de Dios, del programa que nos ofrece y del que ha mostrado su inicio y eficacia en su enviado, Cristo Jesús. Nos conviene mi-rar hacia adelante con ilusión, con confianza. Tenemos derecho a soñar, co-mo sigue soñando Dios con unos cielos nuevos y una tierra nueva. Dios no pierde la esperanza. Tampoco nosotros la deberíamos perder. El Adviento es una invitación a la utopía. A buscar nuevas fronteras. El Adviento no nos puede dejar indiferentes. Nos hace mirar con atención a nuestro Dios, que es siempre Dios-con-nosotros. Esa mirada y esa convicción nos hacen vivir con confianza y alegría interior. El Adviento es una puerta abierta al futuro. No ha terminado la historia de la salvación, sino que apenas ha comenzado.
¿Esperamos de verdad algo o a alguien? ¿o hacemos ver como que espera-mos, porque toca, porque cada año leemos páginas de estos profetas y can-tamos cantos de Adviento y Navidad? ¿sabemos interpretar los signos de los tiempos, o sea, los acontecimientos personales e históricos que van suce-diendo, viendo en ellos pasos adelante o atrás en el encuentro con Dios?
Esperemos, oremos para que esa venida se haga realidad en nosotros y en todo el universo. “Es hora de espabilarse... dejemos las actividades de las tinieblas y armémonos de las armas de la luz”; “venid, caminemos a la luz del Señor”. La Eucaristía que celebramos, escuchando la Palabra de Dios y reci-biendo en la comunión a Cristo Jesús, alimento de vida, es la mejor manera de expresar que estamos atentos a ese Dios que es Dios-con-nosotros y que quiere llegar a todos.
P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR
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