domingo, noviembre 17, 2019

DOMINGO XXXIIIdel TIEMPO ORDINARIO - C - Reflexión

El señorío de Dios
Estamos terminando el año litúrgico y los textos de la misa nos invitan a que miremos al futuro, en el que brillará Dios como Señor de todas las cosas, de la humanidad y de la vida de cada uno. Las palabras del profeta Malaquías no dejan lugar a dudas, tampoco las de Jesús, como luego veremos. Ambos mensajes quedan reflejados en las palabras del salmo interleccional: “El Señor llega para regir la tierra con justicia”.

La página del profeta Malaquías comienza diciendo: “Mirad que llega el día”: Es el día mesiánico, el día del juicio, en que Dios quemará a los malvados como paja, mientras que a los que honran su nombre los iluminará un sol de justicia. Esto lo pregona Malaquías para animar a los judíos que, ya de vuelta del destierro de Babilonia, están desilusionados por los pocos resultados de su reconstrucción. No es el pueblo que fue antes del destierro.

También en nuestra sociedad descubrimos grandes deficiencias y tremendas injusticias: Vicios, crímenes, desigualdades. Esto nos debe hacer reflexionar seriamente. Pero esa reflexión no puede quedarse solo en eso; debe movernos a trabajar y hacer cuanto esté en nuestras manos para corregir tantas desgracias, a orar y a mirar el futuro con esperanza. Dios sigue actuando y en ocasiones hace sentir su presencia justiciera. Vivamos preocupados por lo que está sucediendo en nuestro alrededor, pero no angustiados. Debemos mirar hacia delante y escuchar el mensaje del profeta, aunque utilice un lenguaje quizá demasiado duro  y no del todo acomodado a nuestro modo de entender.

El profeta Malaquías, lo hemos dicho, quería animar, de parte de Dios, a unos judíos que se sentían defraudados, a la vuelta del destierro, porque no conseguían tan fácilmente como habían esperado la reconstrucción de su sociedad. Les invita a mirar hacia delante, hacia "el día del Señor". Ese día, en el horizonte futuro mesiánico, será, por una parte, "ardiente como un horno", porque los malvados serán quemados como la paja; y, por otra, un día de luz y de liberación para los "que honran el nombre de Dios". En ese día se verá el destino de unos y de otros y se pondrá de manifiesto la justicia de Dios.
Es bueno mirar hacia delante. Contribuye a animarnos en el trabajo o en la lucha, nos recuerda que hay caminos que llevan al éxito y a la felicidad verdadera, y otros que parecen fáciles, pero no llevan más que al fracaso absoluto y a la muerte; unos que conducen a la vida y otros, al desastre. El profeta nos viene a decir que el día final será de esterilidad para los que no han trabajado el campo, y de cosecha gozosa para los que han sudado durante la temporada; de sobresalientes y matrículas para los estudiantes buenos, y de suspensos para los malos; de descalificación para los deportistas perezosos y de triunfos para los diligentes. 

El salmo nos ha dado una interpretación muy positiva de ese "día del Señor": "el Señor llega para regir la tierra con justicia". Nosotros no sabemos hacer justicia, pero Dios, sí. Esta convicción es la que ilumina de esperanza nuestro camino. 

¿Miedo o serenidad?
Lucas mezcla aquí dos planos: el anuncio de la caída de Jerusalén a manos de los romanos, cosa que sucedería muy pronto, en el año 70, con los ejércitos de Vespasiano, que "no dejaron piedra sobre piedra", y la visión enigmática del final de los tiempos, que "no vendrá en seguida". No es fácil distinguir los dos estratos. El lenguaje que utiliza Jesús es el típico de esta clase de anuncios proféticos: guerras, revoluciones, espantos en el cielo...

Pero Jesús no quiere infundirnos miedo, sino una esperanza serena. Nos pone sobre aviso de falsas alarmas y, sobre todo, nos invita a ver en este anuncio un mensaje de salvación: “no tengáis pánico... ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con perseverancia salvaréis vuestras almas”. 

A los que caminamos por este mundo en medio de sustos y de fatigas, nos interesa mucho saber que nuestro destino, como incorporados a Cristo Jesús, es un destino de victoria y felicidad. Las penalidades que tengamos que padecer no tienen que desesperarnos:“así tendréis ocasión de dar testimonio”. 

Vivir el "hoy" sin dejar de mirar al "mañana"
El final de los tiempos no es inminente. Pero vendrá. Por eso no podemos quedarnos distraídos en el camino, perdidos entre las criaturas de este mundo. Esta mirada hacia el futuro no pretende amargarnos la fiesta de la vida, sino ayudarnos a ser sabios y a ser más felices, más nosotros mismos. La vida actual hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos señala Dios y sin dejarnos engañar por presuntos mesías que nos ofrecen recetas salvadoras más apetitosas. Jesús ya nos advierte que en nuestro  camino encontraremos persecuciones y dificultades, si queremos en verdad serle fieles y dar testimonio de él. Cuando Lucas escribía esto, ya la comunidad cristiana tenía experiencia de cárceles, envidias, odios y muertes. Jesús nos dice que sólo “con nuestra perseverancia” salvaremos nuestras vidas. 

Pablo desautoriza a los que no quieren trabajar alegando que el fin del mundo está cerca. La vigilancia ante la vuelta de Dios no consiste en desanimarse o dejarnos arrastrar por la pereza, sino en tomar una actitud positiva, constructora de esos cielos nuevos y tierra nueva que están en los planes de Dios. Mirar al mañana no es olvidarse del hoy, sino tener luz y fuerza para vivirlo con mayor compromiso y espera activa. 

La llamada de Pablo sigue válida: “el que no trabaja, que no coma”. Es una invitación al trabajo de cada día en todos los sentidos: en el aspecto humano, contribuyendo al mantenimiento de la familia o de la comunidad, y también en cuanto a la tarea evangelizadora en este mundo. El trabajo, el dedicarse a construir un mundo mejor es lo que nos produce la mayor satisfacción y felicidad.
Nuestro destino está en el futuro y se llama Dios. Pero el futuro ya está en el hoy de cada día. La Eucaristía es nuestro alimento para este camino y la garantía de la vida eterna: “quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna: yo le resucitaré el último día”.
P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.


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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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