domingo, junio 10, 2018

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Reflexión

Pasados el tiempo pascual y las fiestas del Corpus y de la Sma. Trinidad, retomamos la lectura del evangelio de San Marcos. Este evangelio se distingue, además por ser el más breve, porque prescinde de  los grandes sermones o discursos de Jesús y se limita preferentemente a presentar los hechos de su vida.

Pero no por eso deja de presentar palabras y mensajes breves de Jesús muy importantes y transcendentales para nuestra vida cristiana. Ocurre en este caso en que los escribas, sus enemigos acérrimos, le tachan de tener dentro de sí a Belzebú, jefe de los demonios. Jesús desbarata tal afirmación y, una vez más, los deja en ridículo delante de todos los oyentes.

Y en ese momento llega su familia para llevárselo a casa. Creen que está, no endemoniado, sino fuera de sí. La presencia de sus familiares de y, con ellos, su madre, María, le va a ofrecer a Jesús la oportunidad para afirmar quiénes son los que, de allí en adelante, van a formar su verdadera familia. Y aquí viene una afirmación rotunda y magnífica: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. 

Jesús vivió en familia muchos años de su vida, mientras crecía en estatura, gracia y santidad. Nunca despreció a su familia natural. Pero cuando le llegó el momento de dedicar toda su actividad y su vida a predicar el Reino, la Buena Nueva (que para eso había sido enviado), abandonó su casa materna y su familia natural o biológica. Su única casa y su única familia pasaron a ser desde entonces todos los que querían seguirle, todos los que querían hacer y cumplir la voluntad de Dios. 

Nosotros, los que queremos seguir a Cristo y hacer su voluntad, somos familia de Cristo, familia de Dios. Es evidente que debemos seguir amando a nuestra familia natural, pero, en el orden espiritual nuestra única familia es Cristo y todos los que hacen la voluntad de Dios. Jesús quiere dejar claro que no es la cercanía de la sangre la que decide el auténtico parentesco con Él. 

Los que seguimos a Jesús y somos sus discípulos, pertenecemos a su familia y hemos entrado en la comunidad nueva del Reino. Esto nos hace decir con confianza la oración que Él nos enseñó: “Padre nuestro”. María es para nosotros la mejor maestra, porque fue la mejor discípula en la escucha de Jesús y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica en la vida.

Comentando este pasaje del evangelio, dice san Agustín refiriéndose a María: “Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella? Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre”.

Dios quiere que seamos felices. Lo seremos plenamente en el cielo, pero en la tierra… en lo humanamente posible. Y se puede mucho más de los que pensamos si nos dejamos ayudar por la gracia. La palabra o el término bienaventurado es lo mismo que feliz o dichoso. Todos deseamos ser felices y buscamos caminos para serlo. Pero dejamos de lado el camino que nos propone Jesús o la clave para lograrlo. ¿Y cuál des esta clave?: Una vez más, cumplir la voluntad de Dios. 

Nos preguntamos: ¿Cuál es la voluntad de Dios? Que, en lo humanamente posible y ayudados por la gracia del mismo Dios, vivamos la misma vida de Jesús. Él dijo de sí mismo: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Y la cumplió amando hasta el extremo, perdonando siempre y en todo, humilde y abnegado como el que más, atendiendo y haciendo el bien a los más necesitados, modelo de oración íntima con el Padre, pobre y sencillo, buscando siempre el bien de los demás más que el suyo propio…

¿Quién de nosotros podría decir lo que dijo san Pablo de sí mismo, Para mí, la vida es Cristo? ¿Y también: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí? ¿Nos creemos de verdad que Cristo, según lo dijo él mismo, es el camino, la verdad y la vida? Esta es la clave.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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