domingo, enero 28, 2018

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -B- Reflexión

La primera parte de la vida pública de Jesús se desarrolla en Galilea, la región del norte de Israel, donde se encuentra los nombres de varios pueblos muy conocidos para los cristianos: Caná, Naim, Cafarnaún, el Tabor, Nazaret, etc. 

Una vez recibido el bautismo de Juan, Jesús se instala en Cafarnaún. En esta localidad inaugura Jesús su actividad pública, y lo hace con palabras y obras. Allí se desarrolla la escena del evangelio de hoy: “Jesús, entrando en la sinagoga de Cafarnaún, enseñaba”. Y estaban sorprendidos por su magisterio: él enseñaba “como quien tiene autoridad, no como los escribas”. 

La primera cosa que la gente percibe en la sinagoga es que Jesús enseña de forma diferente. No es tanto lo referente al contenido, sino es la forma de enseñar lo que impresiona. Los escribas de la época enseñaban citando autoridades. Jesús no cita ninguna autoridad, sino que habla a partir de su experiencia de Dios y de la vida. Su palabra tiene raíz en el corazón. Habla desde sí mismo, con fuerza y convicción.

Hablar con autoridad no significa hablar con autoritarismo, ni desde una posición de superioridad. Habla con autoridad quien se expresa con sencillez, con cercanía, con claridad, desde la vida y con coherencia, es decir, cuando las obras, los hechos acompañan a las palabras. Dicho más brevemente: el que habla con autoritarismo, con poder, “vence” porque impone, y quien habla con autoridad moral “convence” y no precisamente porque hable para satisfacer o contentar a la galería.

Nadie enseñó en Israel, ni en el mundo entero, como él enseñó. Bien pudo decir a sus discípulos que a nadie llamaran maestro, "porque uno sólo es vuestro Maestro", ni tampoco doctores "porque uno sólo es vuestro Doctor, el Mesías". 

Como señal y prueba de esta autoridad, manda a los demonios y le obedecen. Es decir, libera al hombre del mal que en ocasiones le domina: la ira, el placer de los sentidos como suprema aspiración, la soberbia y el orgullo, la codicia y la avaricia, el egoísmo, etc. También nosotros estamos constituidos en autoridad: padres, sacerdotes…

En nuestra historia personal nos ha servido el pobre diablo como chivo expiatorio sobre el que cargar nuestras responsabilidades. Con qué facilidad decimos: “me tentó el diablo”, cuando en realidad fuimos nosotros los que, en uso de nuestra libertad, optamos por el mal y no por el bien. No nos engañemos a nosotros mismos. En esto somos maestros. El diablo tienta. Es su tarea. Pero nosotros somos libres.

El mejor exorcismo para librarnos del mal es invitar a Jesús a que se haga presente en nuestra vida. Nadie, al abrir la puerta de su casa, comienza a expulsar las tinieblas. Basta encender la lámpara y estas desparecerán de inmediato. 

El sacramento de la reconciliación ratifica esa presencia salvadora de Cristo: “El Señor te conceda el perdón y la paz”. Cuando el hombre se encierra en sí mismo, cuando se busca sólo a sí mismo, se encuentra con el vacío y las tinieblas.

El hombre necesita abrirse a la luz de Cristo, al amor, a la paz, a la fraternidad, para liberarse de esos bajos fondos que sólo cobran fuerza en el desamor. Y es el Señor Jesús el que viene a ofrecernos su programa de amor, ternura,  cariño, luz, alegría. Y esa verdad nos hará libres y nos liberará de tantos demonios que llevamos dentro. 

Esta es la Buena Nueva que nos trae el Señor: que nos quiere como somos, débiles y pecadores, pero libres; no traídos y llevados por costumbres malsanas, no masificados, ni robots movidos por el poder de otros, por el miedo, por la amenaza, o por los bajos placeres que nos ofrecen en bandeja. El Señor Jesús viene a traernos esa libertad que nos hace dueños de nosotros mismos y nos da señorío sobre todas las cosas. 

Un profeta de entre los tuyos, de entre tus hermanos, te suscitará el Señor. A él lo escucharéis. Nosotros, los cristianos, hemos aplicado siempre a Jesús de Nazaret esta frase del libro del Deuteronomio que Moisés dice a su pueblo. Jesús de Nazaret fue y es nuestro hermano y nuestro maestro. Dios, nuestro Padre, puso sus palabras en la boca de Jesús; Jesús de Nazaret es la Palabra del Padre. Si nosotros escuchamos las palabras de Jesús y las ponemos en práctica estaremos caminando por el camino recto que nos lleva a Dios. Jesús de Nazaret es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.

La eucaristía es fuerza liberadora, porque entra Jesús en nuestra vida.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.
Francisco en Chile y Perú, ACI Prensa
 

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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