domingo, julio 23, 2017

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A) Reflexión


Seguimos con las parábolas del capítulo 13 del evangelio de Mateo. En este domingo, dos de ellas continúan con el tema de la siembra y la tercera habla de una mujer que amasa harina con la levadura. Jesús es un gran pedagogo y sus enseñanzas van dirigidas a mujeres y a hombres y, por eso, utiliza ejemplos con las que sus interlocutores puedan sentirse identificados. 

Las tres comienzan con las mismas palabras: “El reino de los cielos se parece a…” Jesús nos quiere hablar de cómo es este Reino que ya ha comenzado aquí, pero que alcanzará su plenitud en el futuro.

El trigo y la cizaña crecen juntos, sus raíces están entrelazadas y es difícil, por no decir imposible, separar uno de la otra. Si se intentara arrancar solamente la cizaña, se correría el riesgo de arrancar también el trigo. El punto central de la parábola es la respuesta del sembrador a los criados: “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Es decir, hay que tener paciencia y mucha tolerancia con quienes no piensan ni actúan como nosotros. Hay que obrar, en lo posible, con la paciencia de Dios.

Todos vemos cómo conviven personas buenas con otras que no lo son. Y muchas veces apelamos a Dios para que intervenga y erradique el mal, para que solucione situaciones injustas. Sin embargo, Dios responde con paciencia. Ya llegará el tiempo de la siega.

La paciencia de Dios muestra por otra parte que respeta la libertad del ser humano dándole lugar al arrepentimiento. La cizaña no se puede convertir en trigo bueno, pero siempre es posible la conversión del hombre, de malo a bueno. Nosotros debemos aprender de Dios para no convertirnos en jueces de los demás. Trabajemos para que se produzca la conversión de quien consideramos pecador, con paciencia, amor y mucha fe.

Jesús nos propone no hacer juicios precipitados sobre los miembros de la comunidad o de la sociedad en general, y no caer en la tentación de condenar tan alegremente como con frecuencia hacemos: “Al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. 

Respetar a los que no piensan como nosotros no es abdicar de nuestras convicciones ni de nuestras creencias, es sólo pensar que los demás también tienen derecho a pensar y que, con la misma seguridad con la que nosotros los creemos equivocados a ellos, ellos nos creen equivocados a nosotros. Si queremos que los demás respeten nuestras convicciones y creencias, empecemos nosotros por respetar las convicciones y creencias de los demás. Ya llegará el momento de la siega, y la siega la va a hacer el mismo Dios. 

Ese reino de los cielos también “se asemeja a un grano de mostaza”, primero muy pequeño, pero después se convierte en un gran arbusto, donde “vienen los pájaros a anidar en sus ramas”, donde todos y todas pueden cobijarse, sentirse acogidos. Pero, al mismo tiempo, se parece a la levadura que una mujer amasa con tres medidas de harina (una cantidad equivalente a 40 Kg.); la buena noticia del Reino, aunque parezca casi invisible o insignificante es capaz de transformar el mundo, la sociedad, el corazón de las personas.

Jesús lo repetía una y otra vez: ya está aquí Dios tratando de trasformar el mundo; su reinado está llegando. Mejor, ya ha llegado. 

Dios no viene a imponer desde fuera su poder, sino a trasformar desde dentro la vida humana, de manera callada y oculta. Como la levadura. Así es Dios: no se impone, sino trasforma; no domina, sino atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en su proyecto: como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y su amor de manera humilde, pero con fuerza trasformadora.

Los seguidores de Jesús no podemos presentarnos en esta sociedad «desde fuera» tratando de imponernos para dominar y controlar a quienes no piensan como nosotros. No es ésa la forma de abrir camino al reino de Dios. Hemos de vivir «dentro» de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida trasformada por el Evangelio. Hemos de aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús. 

Lo que necesita la Iglesia no es más poder social o político, sino más humildad para dejarse trasformar por Jesús y poder ser fermento de un mundo más humano. Que la Eucaristía nos “contagie” de los modos de actuar de Jesús para nuestro tiempo actual.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR

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