Lectio Divina Segundo Domingo de Pascua
La gran alegría de Cristo Resucitado
nos ha hecho entrar en un ambiente de gozo y de mirada hacia delante.
Es como si se nos abriera un marco impresionante de luz y de esperanza
mientras mantenemos y cantamos el Aleluia. Llegó el momento de la
alabanza y así va a continuar un buen tramo de tiempo mientras somos
capaces de confesar en la fe: Dios de misericordia infinita, que
reanimas con el retorno anual de las fiestas de Pascua, la fe del pueblo
a ti consagrado, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia.
En
plena Pascua aparece hoy el dia de la Divina Misericordia. Cristo
Resucitado es un presente y una presencia y hace “encuentro” con
nosotros para que aspiremos y gocemos la paz y la verdad que Êl viene a
darnos. El Amor de Dios que habita en nosotros es, junto al perdón que
Él siempre nos otorga, la prueba más elocuente de la Pascua; no se le ve
a Él, se nos ve a nosotros que amamos con su mismo amor generoso y
constante. Por eso, dad gracias al Señor porque es bueno, porque es
eterna su misericordia (Salmo 117).
Estamos
en Pascua y a la vez que se hace radiante la misericordia infinita,
analicemos la dirección de nuestra fe que nos invita a encontrar el modo
de ser felices desde la misericordia de Dios: No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo véis, y creéis en Él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado.
Son las palabras del apóstol Pedro que nos manifiesta el contraste
entre la vivencia de la alegría y la cruda realidad del sufrimiento y de
la persecución. La fe en Jesucristo suscita una alegría que arrebata.
Las vicisitudes propias del momento presente constituyen una oportunidad
extraordinaria para hacer desarrollar una fe que se concentra
exclusivamente en el amor entrañable a la persona de Jesucristo, en
quien, una vez resucitado, está la fuente inagotable de la alegría y la
primicia de la salvación.
Vista
y vivida así la Pascua encontramos la forma de entender plenamente las
palabras de Jesús en el evangelio:“Porque me has visto has creído.
Dichosos los que crean sin haber visto”. ¿Qué nos plantea esta
afirmación? La última palabra de Jesús antes de la primera conclusión
del evangelio de hoy es una bienaventuranza. El acto de fe de Tomás
tiene sin duda un valor extaraordinario.
es abrirse a la gracia de Dios y obtener la vida eterna. Ver al Hijo
ha sido un privilegio de los apóstoles. Quizá el evangelista recuerda
aquellas palabras de Jesús: ,
Sin embargo, Jesús indica a continuación que también los que no le han
visto físicamente pueden participar en la dicha de la fe,
Esta “bienaventuranza” que dirige Jesús a Tomás está en estrecha relación con la pronunciada en la Cena: dichosos vosotros si lo hacéis. Lo que los discípulos han de cumplir son las obras del servicio mutuo que expresa el amor y hace libres. Ese amor hace a Jesús presente, vivo y activo en nosotros.
Todo creyente, de cualquier época, tiene que ver al Señor y esa visión se realiza al experimentar la vida que él comunica; Vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis. Es la comunicación del Espíritu la que produce esa clase de visión. La experiencia se perpetúa en la celebración de la Eucaristía y esa experiencia produce el conocimiento: la vida es la luz del hombre.
El evangelio queda abierto al futuro: dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer. Creerán por el mensaje de los discípulos, quienes continuarán manifestando en medio del mundo el amor de Jesús.
NUESTRA REALIDAD
Se
nos presenta una hermosa realidad: la fe en Jesús vivo y resucitado
consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes,
que es el lugar natural donde él se manifiesta y desde donde irradia su
amor. Si recordamos al apóstol Tomás caemos en la cuenta de que es la
figura de aquel (¿nosotros?) que no hace caso del testimonio de la
Iglesia ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se
manifiesta. En lugar de integrarse y participar de la fe, pretenden
obtener una demostración particular desde sus propios argumentos. Y, lo
más triste es que no buscan a Jesús, que es la fuente de la vida. ¡Cómo
deberíamos agradecer al Señor el don de la fe y de la realidad que se
nos señala con su gracia!
Recordemos:
la fe es la búsqueda serena de Dios, que sale a nuestro encuentro y
quiere penetrar en nuestro camino de la historia para dar sentido a
nuestra vida. La confesión de Tomás es una respuesta lógica y de
verdadera experiencia de su vida, tema que a todos nos debe llegar al
corazón ya que está en juego el seguimiento del Maestro. Ya no valen las
medias tintas. Jesús ha resucitado y su victoria es un triunfo de
alegría y de fuerza, de perdón y de gracia, un caudal impetuoso de luz y
de gozo que nos llega a todos y a cada uno de los que en Él creemos.
Llega
a nosotros el gozo: Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de
los justos. No es un canto sin más, es el Aleluia que suena con
esplendor y que debemos repetirla una y mil veces.
EXAMEN y ORACION
¿Alguna
vez nos hemos preguntado si somos testigos de Cristo? La pregunta no
nos debe sorprender, la debemos plantearnos con valentía ya que está en
juego la verdad de nuestra fe. Es fácil cantar repetidamente el Aleluia y
pretender que con ello creemos y por ello manifestamos el gozo. El
Señor dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente. Estas últimas
palabras son una invitación para provocar el acto de fe del discípulo y
la respuesta de Tomás es la confesión más clara de la divinidad de
Cristo: Señor mío y Dios mío.
Esta
respuesta nos hace recordar las palabras del salmo 35, 23: Despierta,
levántate en mi defensa, Dios mío y Señor mío, en mi causa. Dios nunca
nos deja solos siempre que vayamos caminando en su presencia y con fe.
La certeza de nuestro Dios no está solo en las palabras; la vida de fe
debe hacernos expresar la presencia del Resucitado en nuestro corazón.
Nunca mejor que recordar la oración después de la Comunión:Concédenos,
Dios todopoderoso, que el sacramento pascual recibido permanezca siempre
en nuestros corazones.
Puede ocurrirnos pensar que lo anterior está fuera de nuestro alcance y, si embargo, todo se nos pone a nuestro favor según nos dice san Pedro: No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación,
CONTEMPLACION. * UN CANTO a la MISERICORDIA de DIOS *
¿Y
pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y
precisamente el hombre que revestido de su mortalidad, lleva consigo el
testimonio de su pecado y el testimonio de que ?
Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú
mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque
nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse
en ti.
Dame,
Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o
si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si
antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar
una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrá de ser invocado para ser
conocido? Pero <¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído?
¿Y cómo creerán si no les predicas?> Ciertamente, , porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán.
Que
yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me
has sido hay predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e
inspíraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador
(san AGUSTIN en CONFESIONES I, 1).
ACCIÓN. Oremos: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti..
P. Imanol Larrínaga. OAR.
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