lunes, marzo 13, 2017

MARÍA DE BETANIA (5)

 Una última reflexión.

A María de Betania se le considera prototipo de la vida contemplativa en la vida religiosa.

La dimensión contemplativa, en un sentido más amplio pero lleno de significado, se expresa en la escucha y meditación de la Palabra, en la comunión sacramental, en la búsqueda de Dios y de su voluntad en los acontecimientos y en las personas. Es también una actitud de apertura permanente a Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- como única referencia de toda nuestra existencia.

Todo ello lo condensa y sintetiza san Agustín diciendo que la contemplación es “vida para Dios, vida con Dios, vida en Dios, vida de Dios mismo” (Cf. Serm. 297, 5).

Vida para Dios

Vivir totalmente y sólo para Dios es una hermosa utopía, a la vez que un compromiso para todos los creyentes. San Agustín vivió esta experiencia y la expresaba con unas palabras muy conocidas: Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti (Conf I, 1, 1). ¿Seríamos capaces de pronunciar estas mismas palabras expresando con ellas lo que en verdad siente nuestro corazón?

Se producirá desasosiego interior, si el corazón se inclina hacia otros intereses, hacia otras metas. La aguja de la brújula, dirigida siempre al norte, ante un movimiento cualquiera se mueve temblorosa y no se aquieta hasta que encuentra su lugar señalando de nuevo el norte.

Nosotros somos “sacudidos por movimientos extraños”, es decir, halagos del mundo, intereses y objetivos engañosos, querencias perturbadoras, caminos placenteros que a nada conducen, etc. ¿Nos sentimos, entonces, como la aguja de la brújula, inquieta o quizás quieta porque no busca ya su norte o se ha dañado la brújula? Como la aguja “contempla” su norte y vuelve a él si alguien o algo la ha movido, así también nuestro corazón, dirigido a Dios, vuelve a él y contempla su rostro cuando de él nos hemos apartado.

Vida para Dios es también estar atentos a su palabra, quedar fascinados por ella y dejar que penetre suave y fuertemente en nuestro interior. No otra cosa hace el artista-pintor cuando contempla un paisaje bellísimo: lo mira atentamente, lo goza, y deja que su belleza invada su anterior. Ha contemplado la belleza y su interior se ha enriquecido. Es también mirarse por dentro, emprender un camino de interioridad, encontrar la verdad, vaciarse del todo y dejarse llenar por ella. Y la verdad es Dios.

Vida en Dios

Vida en Dios  significa estar sumergidos en el mar profundo y amplio del co-razón de Cristo, fuente inagotable de amor y fuente también de vida. Significa también depositar en él toda nuestra confianza, ahondar nuestra vida en la única raíz que tiene vida perenne por sí misma, o construir, como el hombre sabio, sobre roca firme. Con Cristo, una misma raíz, una misma vida, una sola unidad. Es encontrar en él la seguridad en el camino de la fe, amar como él nos ama, esperar siempre y aún contra toda esperanza.

Vida con Dios

Tenemos vida con Dios, como los sarmientos tienen vida con la vid a la que están vitalmente unidos. Dios, en Cristo, nos incorpora a él, y él, Cristo, se hace cabeza del cuerpo del que somos miembros.
Vida con Dios significa contemplar con ojos siempre nuevos -los ojos del corazón, amar lo que se contempla y gozar con lo que se ama. La contemplación no es, por tanto, una actitud estática ante tanta Belleza, Verdad y Bondad, sino que tiene fuerza para recrear en nosotros y en nuestro entorno esa misma Belleza, Verdad y Bondad que contemplamos.

Vida de Dios mismo

Esta última expresión de San Agustín recapitula todo lo anterior. Porque somos creyentes, vivimos para él, en él y con él, hemos entrado en comunión con el mismo Señor y vivimos en gracia, y la gracia, en últimas, es, en mi opinión, Dios mismo.

La contemplación que surge de la unión de dos personas que se aman no consiste en estar mirándose mutuamente siempre, sino en la vida de comunión de los dos. Se contemplan en la vida, no tanto en la mirada. Nos sentimos referidos a Dios como fin último para vivir en comunión con él. No hay otro fin, no hay otra meta, no hay otra razón de ser. Es la única cosa necesaria; dice Jesús, María ha elegido la parte mejor y no se la quitarán.

Recordemos una vez más la escena de Marta y María con Jesús en Betania. San Agustín comenta así este pasaje: Su hermana María se hallaba sentada a los pies del Señor, oyendo su palabra. Aquella, Marta, trabajaba, ésta, María, holgaba; la primera daba y la segunda se llenaba… Marta pensaba en cómo alimentar al Señor, María en cómo ser alimentada por él. Marta preparaba un convite para el Señor, Marta disfrutaba ya del convite del mismo Señor… (Serm. 104, 1). María eligió la contemplación (S.  169, 17).
Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
Padre Teodoro Baztán Basterra.











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