viernes, marzo 10, 2017

MARÍA DE BETANIA (4)

 Si hubieras estado aquí…

Con estas palabras Marta expresó al Señor una queja o reproche cariñoso, que implicaba, a la vez, una total confianza en el amor y poder de Cristo. Se le quejó, llorando: “Debías haber venido antes. O no debías haberse marchado. Tu amigo, Lázaro, no merecía estar desatendido por su amigo, el Maestro. Y ha ocurrido lo peor: ha muerto. ¿Por qué?". Un porqué parecido lanzará Jesús a su Padre momentos antes de morir: Por qué me has abandonado.

También en ti, en tu interior, en tus momentos de oración o fuera de ella, pueden surgir muchos porqués: Por qué me discriminan o marginan, por qué está enfermedad que me aqueja y tanto sufrimiento, por qué me asaltan tantos momentos de hastío o cansancio en mi vida cristiana, por qué cunde tan fácil-mente el desánimo. Muchos porqués.

Y piensas, como Marta, que si el Señor “estuviera aquí”, no ocurriría todo esto: tantas catástrofes, y guerras, y la muerte de tantos inocentes, y el hambre en el mundo… Y surgen dudas en tu interior acerca de la providencia divina y del amor de Dios.

Estos porqués, cuando implican una confianza total en el amor y poder de Dios desde la propia debilidad e impotencia, como en el caso de María de Betania y de Jesús, constituyen una oración hermosa, aunque dura y sufriente. Y también, cuando María, la madre, encuentra a su hijo de doce años en el templo, después de varios días de búsqueda angustiosa: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tenía razón Marta para quejarse y lanzar este reproche, duro, aunque cariñoso, a su hijo. Y tanto Marta de Betania, como Jesús y también la madre, encuentran el gozo del encuentro, de la glorificación y la paz sosegada.

No es oración hermosa cuando estos “porqués” expresan desconfianza, duda y despecho. Y generan, entonces, una mayor tristeza y desaliento.

Unción en Betania     (Jn 12, 1-11)

Seis días antes de la Pascua, la víspera de su entrada en Jerusalén, Jesús va, una vez más, a Betania. Se avecinan días tensos, días de dolor, pasión y muerte; una semana en que culminará su vida en la tierra, entregada por nosotros en manos de sus verdugos. Su alma, como reconocerá en Getsemaní, está triste y turbada. Necesitaba un poco de solaz y descanso. Y para ello nada mejor que la casa de los amigos.

Y estos amigos le ofrecen un banquete. Marta, lo mismo que otras veces, servía. Lázaro, vuelto por Jesús a la vida, era uno de los comensales. Y María, también como “otras veces”, a los pies de Jesús. En esta ocasión, no para escucharle, sino para expresarle su amor ungiéndole los pies con un perfume muy costoso. La casa se llenó del olor del perfume.

Ante el escándalo de Judas -¡quién sabe si real!- por el derroche que suponía un perfume tan caro derramado a los pies de Jesús, éste responde: Déjala que lo guarde para el día de mi sepultura. A los pobres los tenéis siempre con vosotros, a mí no me tenéis. María quiere expresar la intensidad de su amor con un derroche de calidad y precio. Judas no entiende el lenguaje del amor. Sólo entiende el del interés disfrazado de caridad.

Es cierto que el Señor no necesita que le expresemos nuestro amor y nuestra adhesión personal con cosas materiales, mucho menos si son costosas. María lo hizo porque ella pensaba que sí necesitaba expresar su amor de esa manera. Cuanto más costoso o valioso era lo que le ofrecía, más y mejor expresado, según ella, quedaba su amor a Jesús. Y Jesús acepta porque ve su intención y el deseo de quien quería demostrarle así su amor y su fe.

Porque eres humano, tu fe y tu amor a Jesús requieren expresiones externas: gestos, actitudes, ofrendas, palabras, etc. En tu caso, ¿cómo expresas tu amor al Señor? No tengas miedo al qué dirán quienes puedan ver o percibir tus expresiones externas en tu vida de fe y de amor. No debes esconder la luz dentro de una caja cualquiera herméticamente cerrada, sino colocarla sobre el candelero, de tal manera que brille vuestra luz ante los hombres, de modo que, al ver vuestra buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo”, dice Jesús (Mt 5, 16).

Quizás María, al derramar ese perfume en los pies de Jesús, quería expresar también su agradecimiento por haber devuelto la vida a su hermano Lázaro. Porque, ¿cómo pagar un favor tan grande y maravilloso?: ofreciendo o privándose de aquello que consideraba lo más precioso o caro que poseía en ese momento. Agradecimiento, fe y amor: todo unido en un gesto tan expresivo.
Y he aquí, una vez más, la invitación de san Agustín dirigida a todos los creyentes:

Toda alma que quiera ser fiel, únase a María para ungir con perfume precioso los pies del Señor... Unja los pies de Jesús: siga las huellas del Señor llevando una vida digna. Seque los pies con los cabellos: si tienes cosas superfluas, dalas a los pobres, y habrás enjugado los pies del Señor (In Io. ev., 50, 6).

Has recibido de Dios a lo largo de tu vida muchos beneficios, favores o gracias. ¿Cuál, en tu opinión, ha sido o es el más excelente? ¿Por qué? Sin duda que habrás sabido agradecer todo lo que el Señor graciosamente te ha concedido. No olvides nunca la oración de agradecimiento. Dios no necesita que le agradezcamos nada, pero acepta con agrado tu oración.

Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
Padre Teodoro Baztán Basterra

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