domingo, marzo 26, 2017

IV DOMINGO DE CUARESMA (A) Reflexión

Hay muchas formas de mirar. Jesús ve al ciego. Su mirada es compasiva, curativa, cargada de misericordia, ternura, confianza y esperanza. La mirada de otras personas es curiosa, indiferente, condenatoria...

Según la doctrina de la retribución, la pobreza y la enfermedad sólo se podían explicar como un castigo de Dios por el pecado. Jesús rechaza esta creencia, libera de esta estrecha -e interesada- interpretación, revelando al Dios de la vida y del amor. Enseña que el Padre no mira a los seres humanos como pecadores sino como hijos e hijas incondicionalmente amados y necesitados de Él.

Jesús es la luz que nos ilumina y da sentido a nuestras alegrías, a nuestras tristezas, a nuestra salud, a nuestra enfermedad, a nuestra vida, a nuestra muerte...

El ciego supo responder con valentía, libertad, con plena fe y confianza. Se sabía ciego y pobre. Se dejó embarrar los ojos –extraña medicina- No le curó el barro, ni el agua. Le curó la Palabra de Jesús y su fe.

También a nosotros nos invita Jesús a poner rumbo a la piscina de Siloé para sentir la nueva vida, y decidir una mayoría de edad en la que dar testimonio razonado, convencido y esperanzado de la fe en Jesús. Una fe  que nos ayuda a descubrir a Dios por otros caminos que los de la Ley, a descubrirlo por las sendas de la fraternidad.

Son precisamente los dirigentes religiosos, los que se nombran a sí mismos representantes autorizados de la divinidad, los que no saben reconocer a Jesús ni a sus obras. Ven amenazados los presupuestos del sistema, no les importa la gracia concedida, ni la verdad; les importa el cumplimiento de la ley.

¿Cómo es posible que un hombre que no cumple la ley religiosa ac-túe en nombre de Dios? Según las enseñanzas tradicionales, pecador es quien actúa contra la Ley. En esta ocasión, Jesús no respeta la rigurosa ley del sábado.

Jesús guía hábilmente al ciego curado –y a nosotros- hacia otra luz más profunda, la de la fe. Le hace pasar de la ceguera a la visión. Su respuesta a los fariseos es contundente. Sabe defender su postura ante quienes le acosan. Han calado profundamente en él la Persona y la Palabra de Jesús. Su testimonio, firme y personal, representa a quienes se interrogan, creen y dan testimonio.

Los padres y vecinos  tienen miedo, no se atreven a dar su testimonio personal. La persona que se deja iluminar por Jesús comienza a ver las cosas de modo diferente y no le da miedo su nueva situación, aunque sea conflictiva.

Quien pone sus ojos en la ley para medir la conducta de los demás sólo consigue ver que todos son malos, menos él. Quien pone sus ojos en las necesidades de los otros descubre lo mucho que puede hacer por los demás y cómo el Padre sonríe, compasivo, ante los fallos propios y ajenos.

Como al ciego, Jesús nos libera de nuestras cegueras para que nuestros ojos vean de forma nueva e iluminen toda oscuridad. La fe salva, es contagiosa y lleva a dar testimonio. El ciego no sólo recibió la luz, sino que se convirtió en luz.

La inseguridad y falta de argumentos, ante el testimonio valiente y libre, se traduce “echando fuera” y persiguiendo a Jesús y a quien da testimonio de Él.

Jesús no aparece durante la discusión. Ahora vuelve para “encontrar” al ciego y conducirle plenamente a la fe, devolverle la dignidad y curarle todo tipo de cegueras. No hay conversión ni fe auténtica sin un encuentro personal con Jesús.El ciego se convierte en un verdadero testigo, proclama sin reservas su fe. 

¿Cómo vivo mi proceso de fe? ¿Lo siento avanzar y madurar? Al ciego le falta la luz física de los ojos. Los escribas y fariseos son ciegos morales, que no ven ni quieren ver ni toleran que otras personas vean. 

Es la actitud de quienes se empeñan en no salir de su ceguera y de su hipocresía, apoyados en las instituciones y en los criterios que ellos mismos se han construido. Jesús nos invita a optar por la luz en nuestra vida. La luz que él nos comunica. La luz que nos encarga comunicar a los demás.

P. Teodoro Baztán Basterra. OAR

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