domingo, marzo 05, 2017

I Domingo de Cuaresma (A) Reflexión

El desierto es uno de los lugares bíblicos de hondo significado. Muchos de los acontecimientos de la historia de la salvación tuvieron lugar en él. Entre otros, los cuarenta años de paso por el desierto del pueblo hebreo camino de su liberación y llegada a la patria prometida. Fue un caminar lleno de peligros, carencias, dificultades y, sobre todo, de tentaciones de abandono de Dios. En ellos podía más lo que habían dejado en Egipto, su trabajo como esclavos, que el final del camino donde serían libres.

Fueron cuarenta años de formación de su identidad como pueblo, dado que hasta entonces eran tribus dispersas, y de purificación de su lejanía de Dios, de fortalecimiento en las pruebas y dificultades, y de confianza creciente en el Dios vivo y único.

Si Dios, por medio de Moisés, los sacó de Egipto al desierto, ahora es el Espíritu Santo quien empuja a Jesús a vivir la experiencia dura también en el desierto. A él fue Jesús a orar y prepararse para llevar a cabo la misión que el Padre le había encomendado. Jesús, en cuanto hombre era débil. De ello se valió el diablo para tentarle, con el fin  de hacerle desistir de la misión a que había sido enviado.

El desierto es carencia de todo. Caminar por él es una prueba dura y difícil. Hay miedo y desorientación. No hay caminos y el horizonte siempre está un poco más allá. Y, porque parece inalcanzable, surge la tentación del abandono.

Nuestra vida es un camino por el desierto. Abundan los peligros, la desorientación en muchos momentos, el cansancio, las tentaciones…

Y en este caminar por la vida surge la tentación y la prueba. Hay un aspecto positivo en la prueba o en la tentación: venciéndola, hace progresar al creyente, lo fortalece y lo anima. Todos tenemos experiencia de ello. Jesús fue tentado, superó la prueba y salió fortalecido para cumplir con su misión.

¿Cuáles fueron las tentaciones de Jesús? El evangelio habla de tres. Podríamos decir que son también las nuestras.

El hambre. La tentación de dar más importancia a lo que nos pide el cuerpo, que a lo que nos pide el espíritu. La sugerencia del diablo era absurda: valerse de su condición de Hijo de Dios para hacerle incumplir la voluntad de Dios, haciendo un milagro innecesario. Para Jesús era más importante cumplir la voluntad de Dios que saciar su estómago. El pan es necesario, pero más importante es cumplir la voluntad y la palabra de Dios.

La tentación de la vanidad. Ponerse en un peligro innecesario y después pedir a Dios que nos auxilie con un milagro extraordinario, es tentar a Dios. Querer poner a Dios a nuestro servicio y arrogancia es tentar a Dios. Tratemos nosotros de hacer las cosas bien, con humildad y prudencia, y después sí, pidamos a Dios que nos auxilie siempre con su fortaleza y con su gracia.

La tentación del tener, de dar más importancia a las cosas materiales que a la bondad y a la honradez de espíritu. Por aquí empieza siempre la corrupción, la extorsión y el despilfarro. Pero Jesús nos dice que es más importante servir a Dios que al dinero, saber vivir con menos cosas materiales y tener más libre el espíritu; es más importante ser bueno que tener muchas cosas. Es más importante el ser que el poseer. Sólo Dios merece nuestro culto y nuestra adoración.

¿Por qué fue tentado Jesús? San Agustín nos dice que permitió ser tentado para ayudarnos a resistir al tentador: "El rey de los mártires nos presenta ejemplos de cómo hemos de combatir y de cómo ayuda misericordiosamente a los combatientes. Si el mundo te promete placer carnal, respóndele que más deleitable es Dios. Si te promete honores y dignidades temporales, respóndele que el reino de Dios es más excelso que todo. Si te promete curiosidades superfluas y condenables, respóndele que sólo la verdad de Dios no se equivoca. En todos los halagos del mundo aparecen estas tres cosas: o el placer, o la curiosidad, o la soberbia". La diferencia entre Jesús y nosotros es que el triunfó donde nosotros sucumbimos.

El engaño del pecado. No podemos obviar la realidad del pecado. El pecado es dejarse llevar por la sinrazón. Es el engaño que nos seduce como aparece en el relato del Génesis. Sólo cuando se nos abren los ojos nos damos cuenta de que nos hemos equivocado. Porque el pecado es una traición al amor de Dios, es no ser fiel a nuestro compromiso bautismal, es alejarnos de Aquél que es nuestra vida. Por eso debemos pedir al Señor un corazón puro, renovado, transformado.
P. Teodoro Baztán Basterra

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