martes, diciembre 13, 2016

Mt 11, 2-11: Mis palabras son mis obras. Id y contestad

¿Y qué dijo Cristo de Juan? Acabamos de oírlo: Comenzó a decir a las turbas acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña movida por el viento? No por cierto: Juan no giraba según todo viento de doctrina. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de holandas? No, Juan lleva un vestido áspero: tenía un vestido de pelos de camello, no de plumas. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿un profeta? Eso es, y más que un profeta. ¿Por qué más que un profeta? Porque los profetas anunciaron al Señor, a quien deseaban ver y no vieron, y a éste se concedió lo que ellos codiciaron. Juan vio al Señor; lo vio. Tendió el índice hacia él y dijo: He ahí el cordero de Dios, he ahí quien quita los pecados del mundo. Helo ahí. Ya había venido y no lo reconocían; por eso se engañaban con el mismo Juan. Y ahí está aquel a quien desearon ver los patriarcas, a quien anunciaron los profetas, a quien anticipó la Ley. He ahí el cordero de Dios, he ahí quien quita los pecados del mundo. Y él dio excelente testimonio del Señor y el Señor de él, al decir: Entre los nacidos de mujer, nadie fue mayor que Juan Bautista: pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él; menor por el tiempo, mayor por la majestad. Al decir eso, se refería a sí mismo. Muy grande ha de ser Juan entre los hombres, cuando sólo Cristo es mayor que él entre ellos. También puede distinguirse y resolverse el problema de este modo: Entre los nacidos de mujer, nadie fue mayor que Juan Bautista; pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él. Es solución diferente de la que antes dije. Quien es menor en el reino de los cielos es mayor que él. Llama reino de los cielos al lugar en que están los ángeles; el que es menor entre los ángeles es mayor que Juan. Recomendó ese reino que hemos de desear; presentó la ciudad cuyos ciudadanos debemos desear ser. ¿Qué ciudadanos hay allí? ¡Grandes ciudadanos! El menor de ellos es mayor que Juan. ¿Qué Juan? Al que no igualó ninguno entre los nacidos de mujer.

Hemos oído un verdadero y buen testimonio tanto de Juan sobre Cristo como de Cristo sobre Juan. ¿Qué significa entonces el que le enviase sus discípulos Juan, encerrado en la cárcel y ya próximo a la muerte, y dijese a los mismos discípulos: Id y preguntadle: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? ¿A eso se reduce toda la alabanza? ¿Qué dices, Juan? ¿A quién hablas? ¿Qué hablas? Hablas al juez y hablas como pregonero. Tú extendiste el dedo, tú lo mostraste, tú dijiste: He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo. Tú dijiste: Todos nosotros recibimos de su plenitud. Tú dijiste: No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¿Y ahora dices: Eres tú el que vienes o esperamos a otro? ¿No es el mismo? ¿Y tú quién eres? ¿No eres tú su precursor? ¿No eres tú aquel de quien se profetizó: He ahí que envío mi ángel ante tu faz, y preparará tu camino? ¿Cómo preparas el camino si te desvías? Llegaron, pues, los discípulos de Juan y el Señor les dijo: Id y decid a Juan: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos curan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. ¿Y preguntas si soy yo? Mis palabras, dice, son mis obras. Id y contestad. Y ellos se marcharon. Para que nadie diga quizá: Juan era antes bueno, pero el Espíritu de Dios lo abandonó; por eso dijo esto cuando marcharon los discípulos que había enviado Juan. Después de haberse marchado, Cristo alabó a Juan.
¿Qué significa entonces ese oscuro problema? Que nos alumbre el sol en que se encendió aquella candela. De ese modo la solución es una solución evidente. Juan tenía sus propios discípulos; no estaba separado, pero era testigo preparado. Convenía, pues, que ante ellos diese testimonio de Cristo, el cual reunía también discípulos: podían sentir celos si no podían ver.

Y como los discípulos de Juan estimaban tanto a su maestro Juan, oían el testimonio de Juan sobre Cristo y se maravillaban; por eso, antes de morir, quiso que él los confirmara. Sin duda decían ellos dentro de sí: éste dice de él tan grandes cosas, pero él no las dice de sí mismo. Id y decidle, no porque yo dude, sino para que vosotros os instruyáis. Id y decidle; lo que yo suelo decir, oídselo a él; habéis oído al pregonero, oíd ahora al juez la confirmación. Id y decidle: ¿Eres tú el que vienes o esperamos a otro? Fueron y lo dijeron; por ellos, no por Juan. Y por ellos dijo Cristo: Los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos curan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Ya me veis, reconocedme. Veis los hechos, reconoced al hacedor. Y bienaventurado quien no se escandalizare de mí. Y me refiero a vosotros, no a Juan. Por eso, para que viéramos que no se refería a Juan, dijo: Habiéndose marchado ellos, comenzó a decir a las turbas acerca de Juan. Y cantó sus alabanzas verdaderas el veraz, la Verdad.

Pienso que ha quedado suficientemente resuelta la dificultad. Basta, pues, haber prolongado el discurso hasta la solución. Pero parad mientes en los pobres; hacedlo los que aún no lo hicisteis; creedme, no perderéis; o mejor, eso sólo perdéis: lo que no lleváis al vagón. Hay que entregar ya a los pobres lo que habéis reunido, los que lo reunisteis; y esta vez tenemos mucho menos para la suma que soléis ofrecer; sacudid la pereza. Yo soy ahora mendigo de los mendigos; pero ¿qué me importa? Sea yo mendigo de los mendigos, para que vosotros seáis contados en el número de los hijos.
San Agustín, Sermón 66, 2-5


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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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