miércoles, noviembre 23, 2016

Jesucristo, Rey del Universo. Reflexión

    En la solemnidad de Cristo Rey recordamos a Jesús elevado sobre un trono     que es patíbulo de muerte, despreciado y condenado por los hombres de la tierra. Jesús no ha querido convertirse en causa de “maldición” para la humanidad. Con él terminó la cadena de la ofensa y de la venganza; en él se rompió aquella línea de pecado y maldición que amenazaba sobre el mundo. 

    Precisamente allí donde el pecado ha sido decisivo (muerte de Jesús) viene a mostrarse el poder infinito del perdón que a todos se ha extendido. Y la primera expresión desde el “trono” de la cruz, será: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Jesús, condenado por los jefes del pueblo del antiguo testamento, viene a mostrarse como el dueño de la salvación: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. El anuncio de la salvación-liberación la ha repartido Jesús a todos los pecadores en tiempo de su vida; rodeado ahora por la muerte, la reparte ahora al ladrón. Eso significa que no va solo, van también con él los que le aceptan, los perdidos y los publicanos, todos los malditos, nosotros… ¡para todos llega la liberación!

    En la solemnidad de Cristo Rey se manifiesta el Reino: “el reino de la verdad, el reino de la santidad, el reino de la justicia, el amor y la paz”. Esta es la total expresión para todos los que, creyendo en Cristo, se convierten en sus discípulos y testigos. Así comienza y permanecerá por los siglos la redención de los hombres. Más aún: el reino de Cristo es reino de luz, es la vida, ver la luz es vivir. Esta atmósfera que trae la Redención de Cristo de tal manera transforma al hombre que lo convierte en cristiano, en un ungido. Y, en este contexto es lógico que el apóstol Pablo exulte de gozo cuando anuncia: “nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”. 

    La vida cristiana tiene así una fundamentación en cuanto que los méritos son de Cristo y en virtud de ello surge una naturaleza recreada, libre y luminosa que manifiesta la fuerza del bien, el perdón sobre el pecado, la presencia de Dios ante el mal, la vida ante la muerte. El hecho de creer en nuestra redención, liberación de las ataduras del pecado y entrada en una nueva vida, es el marco espléndido de la liberación humana, un milagro de la gracia y que nos hace inaugurar una existencia de personas cristianas, ungidas, y cuya misión en el mundo es vivir como personas libres.

    Desear y sentir una liberación es la experiencia de gozar la salvación que Dios nos otorga por medio de Jesucristo. Vivir una liberación interior, siempre gracia, es experimentar que es posible una existencia humana con fondo y forma de redimidos y eso motiva inmediatamente que, en el interior, dentro del cristiano, hay una gran alegría y una llamada a vivir con un sentido de renovación interior. En un momento de tanta estrechez en cuanto a la valoración de la vida desde un plano humano -la violencia es algo habitual-, la Palabra de Dios nos introduce en la causa, en el modo y en la finalidad de nuestra existencia.

    La solemnidad de Cristo Rey es ciertamente la luz en el camino y para quienes sentimos la necesidad de la única y verdadera felicidad, es como una llamada que llega a nosotros en un momento providencial para creer que “cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas todas las naciones”.

    Nosotros somos, en este momento de la historia, la creación de Dios y, como tal, siempre estamos con el signo de la libertad: “por Él, -Cristo, el Hijo de Dios-. quiso reconciliar todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre su cruz”. Cristo es el “comienzo”, las “primicias” de la resurrección y, por consiguiente, de todo el nuevo orden restaurado. Con Cristo ha comenzado la nueva etapa, que llegará a su plenitud al final de los tiempos.

NUESTRA REALIDAD
    Pensamos poco sobre la liberación de uno mismo, una forma completa de vivir y de gozar. Tal vez no echamos de menos una liberación ya que pasa la vida entre cosas que de alguna manera nos bloquean un tanto y que nos dejan sin margen suficiente para ponernos a pensar si somos libres o no. ¿Hasta qué punto puede golpearnos hoy la oración-colecta cuando pedimos a Dios “haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin”? Nosotros somos, en este momento de la historia, la creación de Dios y, como tal, estamos siempre con el signo de la libertad.

    El evangelio de hoy nos lleva a recordar algo fundamental: hacer todo en honor de Jesús mismo. Es ahí donde se basa la rectitud de intención, la generosidad de espíritu, el vivir desprendidos para servir a los demás, la aceptación mutua sin discriminaciones de ningún tipo, el romper barreras y facilitar un reino en el que Dios “se sienta como rey eterno… y bendice a su pueblo con la paz”.

EXAMEN y ORACIÓN
    El misterio de Cristo, rey del Universo, es la esperanza para todos nosotros y es también la fortaleza para cuantos luchan contra el mal; es el gozo y la alegría de cuantos han dicho y dicen que sí a los mandatos del Señor.

    Su reino no es de este mundo; por eso, en un Reino de Dios el lenguaje tiene el fundamento de la gran y única verdad: “venid, benditos de mi Padre, heredad el reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Parece una utopía este lenguaje y es comprensible ya que, estando acostumbrados a que nos bombardeen con promesas de un presente-futuro, casi en “un país de maravillas”, cerramos los ojos y hasta casi dudamos de una Palabra que nos habla de esta manera: 
“Así seguiré el rastro de mis ovejas, y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones”.
    Oh Señor Jesús: Tú buscaste a los pobres y a los hambrientos y entre ellos estábamos nosotros.
    Oh Señor Jesús: Tú invitaste a tu mesa a los oprimidos y a los perseguidos y entre ellos estábamos nosotros.
    Oh Señor Jesús: Tú acogiste en tu redil a las ovejas que estaban dispersas y entre ellas estábamos nosotros.    GRACIAS, SEÑOR

CONTEMPLACIÓN
Cuando escuchamos su voz (la de Cristo) debemos oírla como voz de la Cabeza y del cuerpo, puesto que, cuando sufrió él, en él lo sufrimos también nosotros y lo que sufrimos nosotros, lo sufre también él con nosotros. En efecto, si la Cabeza padece algo, ¿puede decir la mano que no sufre? O, si sufre algo la mano, ¿puede decir la cabeza que no sufre ella misma? O si padece algo un pie, ¿puede decir la cabeza que ella no sufre? Cuando un miembro nuestro sufre algo, todos los demás corren para ayudar al que sufre. Por tanto, su cuando sufrió él, sufrimos también nosotros en él, aunque él haya subido al cielo y esté sentado a la derecha del Padre, él sufre también cuanto padece su Iglesia en medio de las tribulaciones y estrecheces de este mundo pues es necesario que sea instruida, para lo cual ha de ser purificada como el oro, por el fuego… Así, pues, si hemos muerto en él y en él hemos resucitado; e igualmente si él muere en nosotros resucita, pues él en la unidad entre la Cabeza y el Cuerpo, con razón se considera como voz nuestra su voz y voz suya la nuestra. (san AGUSTÍN en el comentario al salmo 62, 2).

ACCIÓN.- Reflexionemos si es verdad en nosotros el VAMOS ALEGRES a la CASA del SEÑOR.

P. Imanol Larrínaga

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Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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