domingo, agosto 28, 2016

XXII Domingo del Tiempo Ordinario C Reflexión

Yo creo que Jesús se sentía, en esta ocasión, fuera de lugar. Porque su lugar propio o natural era estar con la gente sencilla, comer con los pecadores, mezclarse con los marginados por la sociedad de entonces. Con ellos se sentía a gusto, y ellos con él también. Pero se había hecho tan conocido que su fama había trascendido ese mundo suyo.

Por eso, un rabino, siguiendo la costumbre de entonces de invitar a alguien importante a comer en su casa para figurar y para hablar de temas de carácter religioso, invita a Jesús, considerado maestro por el pueblo. Además, es sábado, día santo y de descanso para los judíos. Pero es una comida-trampa. No le invitan por amistad, sino para espiarle y ver en qué lo podían “cazar”; para sorprenderle en cualquier fallo. A este banquete están invitados también otros rabinos y fariseos. O sea, un grupo de escogidos o selectos.

Jesús ve cómo los comensales se disputan los primeros puestos. Van llegando a la casa, entran en la sala del banquete, y van ocupando los puestos más importantes, cerca del anfitrión. El deseo de figurar era uno de los defectos típicos de los fariseos. Jesús, como siempre, aprovecha la ocasión para dar una verdadera catequesis de valores y de comportamiento. Se referirá a la humildad y a la gratuidad.

Jesús ve este comportamiento y les dice: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Esta es una verdad que podemos comprobar en nuestras relaciones sociales de cada día. Oímos hablar muchas veces de la humildad y sencillez de  un deportista muy famoso, y la gente suele decir: nos gusta porque, a pesar de ser tan famoso, es una persona muy humilde y muy sencilla. Lo admiran por su juego, pero le quieren por su sencillez.

La parábola de Jesús sobre la actitud que deben tener los convidados a un banquete de bodas es muy realista y muy significativa. El que quiere, por encima de todo, sobresalir y ponerse por encima de los demás, el pagado de sí mismo, el engreído, suele ser mirado con cierto rechazo por los demás. Nadie busca la amistad de los arrogantes o prepotentes. En cambio los que se comportan ante los demás con humildad y sencillez espontánea, no estudiada, caen siempre bien a los que le observan y son más apreciados. El mismo Jesús dice en otro lugar que Dios se da a conocer a los humildes, no a los prepotentes. Hasta da gracias al Padre por ello. 

María era una joven humilde y sencilla y Dios la eligió para ser madre de su Hijo. Ella misma lo dice: “Engrandece mi alma al Señor porque se ha fijado en la humildad de su sierva”. El mismo Jesús dijo de sí mismo: “Aprended de mí que soy manso y humilde corazón”.  Y lo era en verdad según leemos en todas las páginas del evangelio. La afirmación de Jesús es clara y rotunda: Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido. 

Pero hay otra lección de Jesús muy importante también para nosotros. Podríamos llamarla la catequesis de la gratuidad o la generosidad. Cuando des un banquete invita a los que no pueden pagarte. ¿En qué sentido hay que entender estas palabras de Jesús? Jesús nos invita a ser generosos con los que nada o poco tienen, sabiendo que ellos no nos pueden pagar de ninguna manera. Nos invita a dar y darnos a fondo perdido (en Dios no hay fondo perdido), sin esperar recompensa y sabiendo que no nos pueden devolver el favor que les hemos hecho.

Vivimos en una sociedad en que todo es comerciable, donde es muy escasa la gratuidad (Hay gratuidad entre los que se aman, pero ¿la hay con quienes ni siquiera se conocen pero que sí se sabe que son verdaderamente pobres?) marginados, inmigrantes, familias sin techo, mendigos, parados… Y también enfermos, personas que viven solas… No es que busquemos recompensa, pero sí sabemos que quien da a algunos de estos necesitados, da a Jesucristo: Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque lo que hicisteis con uno de estos hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis.

La Eucaristía es un verdadero banquete. Quien invita es Jesús. Y el alimento es también él. Él no espera de nosotros recompensa alguna, pero sí espera que nos alimentemos debidamente, con su Palabra y su Cuerpo, para tener vida y vida abundante.
 P. Teodoro Baztán Basterra

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