domingo, agosto 14, 2016

XX Domingodel Tiempo Ordinario (C) Reflexión


Las palabras del evangelio de hoy nos pueden sorprender y desconcertar: “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz. No, sino división… He venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo”. Y añade: “En adelante, una familia de cinco estará dividida…” 

¿Cómo es posible que aparezcan estas palabras en el evangelio? ¿Por qué Jesús habla así de la paz? ¿A qué tipo de división familiar se refiere? Sorprenden estas palabras porque, entre otras cosas, el saludo de Jesús cuando se aparecía a los discípulos después de su resurrección era siempre: “La paz esté siempre con vosotros”. 

Y San Pablo dice que él, Cristo, es nuestra paz y que por medio de la cruz ha dado muerte a la hostilidad y al odio (Ef  2, 14-16). Y los ángeles cantan así cuando anuncian a los pastores el nacimiento del Mesías: “¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!”. Son múltiples los textos en los que se nos dice que Cristo sí vino al mundo a traernos la paz.
Y la paz, como don de Dios, aparece repetidas veces en la celebración eucarística. En la oración después del Padrenuestro: “Señor Jesucristo que dijiste a los apóstoles “la paz os dejo, la paz os doy”. Poco después el sacerdote invita a todos los fieles a darse la paz. Y al final, el sacerdote despide a todos diciendo: “Podéis ir en paz”.

¿Cómo se corresponde todo esto con las afirmaciones hechas por Jesús en este Evangelio? ¿Por qué dice que no ha venido a sembrar paz sino la división? 

Jesús no ha venido a la tierra para establecer componendas fáciles haciendo dejación de la propia responsabilidad. El seguimiento de Jesús produce o suele generar división. Ocurrió así en las primeras comunidades cristianas. Quienes se convertían a la fe entraban en litigio y división con otros miembros de la familia que no podían tolerar que abandonaran la ley mosaica. No había paz en la casa. El mismo Jesús sufrió la violencia en carne propia, hasta morir ajusticiado. Si hubiera predicado un evangelio facilón - cosa totalmente impensable - nada le hubiera ocurrido. El cumplimiento de su misión produjo violencia a su alrededor.

El caso de los mártires es  parecido. Provocaban, sin pretenderlo, persecución y violencia. Preferían morir antes de renegar de su fe. Por lo tanto, si había persecución no había paz. Si hubieran accedido a la pretensión de los perseguidores se hubiera evitado la violencia y se habría impuesto una paz ficticia y falsa. Jesús no trajo la violencia, sino la paz, pero la opción por él podía generar violencia.
Habla también de un “fuego” que tiene que venir al mundo. Se refiere a un fuego purificador, a la acción del Espíritu, que es “fuego” que quema el pecado y purifica el corazón. El fuego, y la división de la cual nos habla Jesús, viene cuando nos posicionamos claramente en el lado de la fe y optamos valientemente por Cristo. 

La fe, cuando se vive radicalmente, crea estos contrastes: adhesión,  indiferencia o rechazo; aplausos y reproches; caminos abiertos y dificultades; reconocimiento y martirios. Esta es la realidad. Una fe, llevada a feliz término, no significa vivirla “felizmente”. Entre otras cosas porque estaríamos traicionando el espíritu evangélico. 

Por eso, cuando a la Iglesia se le ataca porque no se deja domesticar, porque que no está a la altura de los tiempos…, habría que responder con el evangelio en mano: “No he venido a traer paz sino división, y ojala estuviera el mundo ardiendo”. Ardiendo, por supuesto, por el fuego de la justicia, de la paz, del amor de Dios, de la fraternidad, del perdón, del bienestar general y no particular.

La Iglesia en cuanto tal, y los cristianos, tenemos mucho que ver y mucho que denunciar dentro de las estructuras del mundo; tenemos que hablar de la injusticia; de la pobreza; de la paz o de la guerra; del hambre o del confort; de la vida o de las muertes; Y, por ello mismo, porque hay muchos intereses creados, siempre padeceremos las divisiones, las presiones para que “esa opción por el reino de Dios” sea mucho más suave y más descafeinada. Quieren una Iglesia descafeinada, recluida en las sacristías. Y como no lo consiguen, se crea un ambiente hostil hacia ella. Y muchas veces, de persecución.  Pidamos al Señor que no seamos tan prudentes ni tan cobardes a la hora de vivir y testificar nuestra fe.
 P. Teodoro Baztán Basterra

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