IV Domingo de Pascua (C) Jn 10, 27-30: Yo y el Padre somos una sola cosa
Pero
es poco el convencerlos de esta manera si no podemos mostrarles un ejemplo de
la creación visible donde el que nace sea coetáneo con quien lo engendra. Para
expulsar las tinieblas de este error presentemos la comparación de una candela
que expande la trémula llama alimentada por la mecha que arde. Ciertamente es
el fuego el que arde; la sustancia es fuego, mas lo que se ve es un
resplandor-, mas no se origina el fuego del resplandor, sino el resplandor del
fuego. Pero, con todo, nunca existió el fuego sin su resplandor, aunque el
resplandor se origine del fuego: desde el primer momento en que aquel pequeñito
fuego comenzó a existir, se levantó ya con su resplandor, ciertamente coetáneo.
Así, pues, el resplandor es contemporáneo con el fuego del que nace, y, si el
fuego fuese eterno, el resplandor sería también, con toda certeza, eterno'.
Mas
lejos de nosotros el dar siquiera la impresión de haber hecho una injuria a
nuestro Señor mediante esta vilísima comparación. Debemos mostrar esto con el
evangelio, donde el mismo Hijo se muestra ya en la forma en la que dijo ser
inferior al Padre: haciéndose obediente hasta la muerte, en la que manifestó ya
ser igual a quien lo engendró: Yo y el Padre somos una sola cosa. Ellos nos
objetan: «Ved que el mismo Hijo dijo: El Padre es mayor que yo», sin entender
que él dijo esto cuando existía en la carne, en la que no sólo era menor que el
Padre, sino que también, según indica el salmo divino, fue hecho algo menor que
los ángeles. Si esto es lo único que quieren escuchar con agrado, ¿por qué no
consideran lo que también él dijo en otra ocasión: Yo y el Padre somos una sola
cosa? Además, reflexionen por qué dijo: El Padre es mayor que yo. Cuando se
hallaba para subir al Padre, se entristecieron los discípulos, porque los
abandonaba en su forma corporal; entonces les dijo: Porque os dije que voy al
Padre, la tristeza inundó vuestro corazón. Si me amarais, os alegraríais de que
vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Lo que equivale a decir:
«Sustraigo a vuestros ojos esta forma de siervo, en la que el Padre es mayor
que yo, para que, apartada ella de los ojos de la carne, podáis ver al Señor
espiritualmente.»
Por
tanto, en atención a la forma de siervo que había recibido, es verdad lo que
dijo: El Padre es mayor que yo,
porque ciertamente Dios es mayor que el hombre; y en atención a su verdadera
forma de Dios, en la que permanecía con el Padre, dijo con verdad: Yo y el
Padre somos una sola cosa. Ascendió, pues, al Padre en cuanto era hombre, pero
permaneció en el Padre en cuanto era Dios, porque vino a nosotros en la carne
sin apartarse de Dios. Repito: ascendió al Padre la Palabra que se hizo carne
para habitar entre nosotros, pero volvió a prometernos su presencia con estas
palabras: He aquí que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo. El apóstol Juan dice de él según la forma divina: Él es el Dios
verdadero y la vida eterna. Según su forma de siervo, dice de él el apóstol
Pablo: Quien, existiendo en la forma de Dios, no juzgó una rapiña el ser igual
a Dios; antes bien se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo. Según su
forma de Dios, dice de sí mismo: Yo y el Padre somos una sola cosa; según la
forma de siervo, dice: Mi alma está triste hasta la muerte. ¿De dónde procede
aquel atrevimiento? ¿De dónde este temor? Las primeras palabras tienen su
origen en la propiedad de la sustancia; las segundas, en la participación en la
debilidad asumida.
San
Agustín, Sermón 265 A, 5-7
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