jueves, enero 07, 2016

Razones para amar


"Todo cuerpo, por su peso, tiende al lugar que le es propio. No necesariamente hacia abajo, sino hacia su lugar. El fuego tiende hacia arriba; la piedra, hacia abajo. El aceite derramado en el agua se eleva sobre el agua; el agua vertida sobre el aceite se coloca debajo del aceite. Llevados por su propio peso, acuden a su lugar propio. Lo que no está en su sitio está inquieto; se pone en él, y descansa. Mi amor es mi peso. Por él soy llevado a donde quiera que voy" (Conf. 13, 9, 10).

"Amor meus, pondus meum. Eo feror, quocumque feror" (Conf 13, 9, 10). Ésta es una de esas frases de Agustín, breves y lapidarias, ampliamente conocidas, escritas en latín, su lengua original, y que dicen mucho con muy pocas palabras. Al traducirlas a cualquier lengua, pierden fuerza y sabor. En castellano viene a decir "Mi amor es mi peso. Por él soy llevado a dondequiera que soy llevado". Mucho más débil en su forma o formulación, aunque guarde íntegro su contenido.

Por la ley de la gravedad, por impulso recibido, por atracción física o por otros motivos, las cosas u objetos materiales son llevados hacia los "lugares que les son propios". Como el fuego, la piedra o el aceite de que habla Agustín. Hacia arriba, hacia abajo o en sentido horizontal. Depende del impulso que reciben y del propio peso.

Ocurre lo mismo en el campo del comportamiento humano. Hay fuerzas de orden moral que tiran del hombre, lo arrastran, lo llevan y lo traen, para arriba o hacia abajo. En ocasiones, hasta lo zarandean. Son como un peso. Fuerzas buenas, muchas de ellas; otras, destructoras. Que de todo hay. El amor y el odio, por ejemplo. Sin duda las más poderosas.
"Todo amor tiene su propia fuerza. Y no hay amor que esté ocioso en el alma del amante. Arrastra sin remedio. ¿Quieres saber cuál es tu amor? Mira a ver a dónde te lleva" (En. in ps. 121, 1).
EL PESO DEL AMOR
El peso del amor -bueno o malo en palabras de Agustín- actúa muchas veces con una fuerza incontenible. Repasa, si no, la historia de la humanidad y también tu historia personal. Todos los grandes logros y conquistas, las hazañas más importantes, el avance de las culturas de los pueblos, toda realización humana en el campo de la ciencia, el arte, la paz, la justicia y las libertades, y también la destrucción de muchas culturas y el exterminio de muchos pueblos, los asesinatos y las torturas, la explotación y miseria de muchos..., todo ha sido motivado y empujado por el peso del amor generoso o por la fuerza del odio y del egoísmo. Amores también, pero malos.

Ha ocurrido lo mismo en el pequeño campo de tu historia personal. Haz un poco de memoria. Fuera de los momentos y actuaciones en que te has dejado llevar por la inercia, la costumbre o la pereza, todo en tu vida ha estado motivado y empujado por el amor. Del malo o del bueno, tú sabrás. Pero quiero hablarte únicamente del amor generoso y bueno, del amor re-creador de la humanidad a lo largo de los siglos, a lo largo de toda tu vida, del que viene de Dios y en Él culmina.

EL BUEN AMOR

La fuerza de este amor no es devastadora, sino edificante; no es asesina, sino vivificadora; en palabras de Agustín, empuja siempre hacia arriba para "caer a lo alto". A Dios. Como el fuego de la parábola.

Dios es quien empuja y quien atrae, por Él eres llevado a "tu propio lugar", que es Él mismo, y allí descansas. Sólo entonces el corazón del hombre deja de estar inquieto e insatisfecho.

El peso del amor de Dios es fuerza de atracción. Como el amor de una madre que no arrolla, ni oprime, ni coacciona, ni empuja; simplemente atrae y es amada por ella misma, y también porque el hijo se siente amado por ella con un amor gratuito y generoso, fuerte y delicado.

Como el amor de los enamorados. El amado es un imán que atrae a quien ama con suavidad y fuerza irresistible, con dulzura y enorme poder. El amante es llevado hasta el amado por el peso de su amor. El amado está ya en él en cierta manera: en sus pensamientos, en su corazón, en su mirada, en todo su yo. Pero en realidad está fuera, y hacia él es dirigido y llevado. Todo lo que es y hace, lo que proyecta y planifica, lo que siente y vive, es en función del amado. El amado se ha convertido en el centro de gravedad de vida del amante.

Así, pero en grado infinitamente superior, es el amor entre Dios y el hombre, y entre el hombre y Dios.

UN DIOS "HUMANO"

No siempre se ha entendido así; pero ya está bien de presentar a un Dios siempre exigente, frío y severo, que pasa factura de lo que haces, para premiarte o castigarte, ajeno a los problemas de este mundo, el Dios temible, el que todo lo puede, indiferente ante lo que le ocurre al hombre, y con muchas otras imágenes falseadoras de la realidad.

Yo no creo en este Dios. Si así fuera este hipotético Dios, me declararía ateo convencido. Este Dios lo han inventado los hombres. Éste no es el Dios que nos reveló su Hijo Jesucristo.

Yo creo sobre todo en el Dios "Padre de nuestro Señor Jesucristo": Padre también tuyo y mío. Creo en un Dios cercano al hombre, hasta hacerse hombre como tú y como yo, Jesucristo, y que cargó sobre sí todas nuestras miserias y pecados para liberarnos y salvarnos. Un Dios solidario con el sufrimiento del hombre, especialmente con los pecadores y desheredados de este mundo, misericordia entrañable, capaz de morir para que todos tuviéramos vida, compañero de viaje y meta final. Lo único necesario para que el hombre pueda ser feliz.

Creo en ese Dios de quien habla Agustín en su libro de los Soliloquios:
"Dios, de quien separarse es morir, a quien acercarse es resucitar, con quien habitar es vivir. Dios, de quien huir es caer, a quien volver es levantarse, en quien apoyarse es estar seguro. Dios, a quien olvidar es perecer, a quien buscar es renacer, a quien ver es poseer. Dios, a quien nos urge la fe, nos acerca la esperanza y nos une la caridad" (Sol 1, 1, 3).
"Dios es amor", y no otra cosa. Y nada sabe ni puede hacer si no es por amor y con amor. Es un amor de Padre bueno: gratuito, fiel, sacrificado, total. Al amar así, no se busca a sí mismo, pues nada necesita. No solamente da al hombre de lo que tiene: inteligencia, libertad, capacidad de amar y vida para siempre, sino que, en Jesucristo, se da a sí mismo, "hasta el extremo".

El amor de Dios al hombre es más fuerte y más tierno que el de una madre. Que ya es decir. "¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49, 15). ¿Podrías dudar tú del amor de tu madre? Nunca. Pues ya ves, mucho menos del amor de Dios.

TODO AMOR. ÚNICAMENTE AMOR

Una de las expresiones más bellas de todo amor es el perdón. No importa cuál sea la culpa o la ofensa recibida, no importa quién sea el ofendido ni el ofensor, ni el porqué o el cómo. Si, a pesar de todo, el ofendido perdona, es que ama de verdad. Y si algo no perdona, su amor es manco.

Dios perdona siempre porque ama de verdad. Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia y el perdón. Tu capacidad para pecar nunca podrá superar la capacidad de Dios para perdonar. La parábola del hijo pródigo es la parábola del padre misericordioso. Desde que vino Jesús, murió, 
resucitó y se quedó con nosotros, el camino de acceso al Padre está siempre abierto para ti. Siempre.

La Biblia lo llama también "Dios de todo consuelo", "Padre de la misericordia", "Dios de la paz", "el Dios de toda esperanza", el "único bueno", "mi Padre y vuestro Padre", "Dios de toda gracia", el "Buen Pastor", el "Sembrador de la semilla buena". Y mil etcéteras más.

Da la impresión de que no encuentra palabras capaces de expresar la enorme riqueza del amor de Dios. Y, como prueba final y contundente, acaba diciendo que "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en Él" (Jn 3, 16).

Llevado por el peso de este amor, Dios se ha volcado al hombre como si fuera "su propio lugar". Y allí descansa. Como descansó el séptimo día de la creación después de formarlo a "su imagen y semejanza", casi como Él mismo. "Se dignó compartir nuestra mortalidad para que nosotros pudiéramos compartir su divinidad" (En. in ps. 118, 19, 6).
P. Teodoro Baztán Basterra
Lámparas de barro  Págs.199-203

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Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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