domingo, enero 17, 2016

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C) Reflesión

Jesús comienza su ministerio público asistiendo, como invitado, a una boda. Y aquí realiza también su primera actuación pública.  Asisten también como invitados su madre y sus primeros discípulos.

 ¿Qué es lo que motiva a Jesús a hacerse presente en una boda? Porque en el plan de Dios no existen las casualidades. Todo tiene su sentido y su significado. Y esto aparece más claramente en el evangelio de Juan. Los otros tres evangelistas llaman milagros a los hechos prodigiosos de Jesús. Juan los llama signos o señales de algo. Como en este caso. Este fue el primero de los signos que hizo Jesús, dice.

¿Qué nos quiere decir Jesús con este hecho? La clave nos la da la primera lectura del profeta Isaías, cuando dice: Como un joven se casa con su novia, así se desposa contigo el que te hizo; la alegría que encuentra  el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo. Es decir, para expresar el amor que Dios tiene a la humanidad, o su relación con nosotros, su alianza de amor, la Biblia utiliza en muchas ocasiones la imagen de la boda o del matrimonio. 

El mismo San Pablo viene a decir que la unión en matrimonio del hombre y la mujer es signo de la unión de Cristo con la Iglesia. Para que nos demos cuenta de cuánto valora Dios la institución familiar.

Por eso no es casualidad que esta primera comparecencia pública de Jesús se haga en una boda. Él, Jesús, es el verdadero protagonista de la fiesta y nos quiere decir desde el primer momento que ha venido a desposarse con la humanidad, a formar una alianza de amor irrompible con su pueblo. Y en esta boda de Dios con la humanidad, todos nosotros estamos llamados a participar como invitados.

Hay unas tinajas vacías. También esto tiene su significado. Quiere decir también lo que somos nosotros sin Dios: vacíos, aunque estemos llenos de muchas cosas. Nos falta lo único que nos puede llenar y satisfacer: el vino bueno de la presencia de Dios, el vino bueno del amor, de la esperanza gozosa. El vino bueno de la fe viva y madura.  

Y aquí interviene la madre, María. Es otra presencia llena de sentido y significado. Por mujer y por madre está atenta a los más pequeños detalles y a las grandes carencias. Nos ve necesitados y vacíos, y le dice a su Hijo: No tienen vino. Estas palabras, en boca de la madre, se hacen súplica eficaz.
Ella se solidariza con nosotros. Se preocupa de nosotros. Nos ve necesitados y despistados, por decir lo menos, o vacíos, como las seis tinajas de piedra, y pide a su hijo que haga algo. 

Aquí hay una primera lección para nosotros. Una lección de amor. Interés por los demás y solidaridad. Quien se encierra a sí mismo o en sí mismo, no es discípulo de Jesús. Podríamos decir que no es cristiano. A nuestro alrededor y a miles de kilómetros hay muchas vidas vacías de lo más necesario. Y oímos las palabras de Jesús: Llenad las tinajas de agua. El resto lo hará él.

Pero antes tenemos que escuchar las palabras de María, la madre: Haced lo que Él os diga. Son las últimas palabras que el evangelio pone en boca de María. Vienen a ser como su testamento para todos nosotros. El domingo pasado oíamos la voz del Padre en el momento en que era bautizado Jesús: Es mi Hijo; escuchadle. Hoy es la madre, que nos dice: Haced lo que él os diga.

Atentos, pues, a lo que nos va diciendo Jesús a lo largo de todo el año, al escuchar el evangelio en cada misa en que participamos. Nos invita a llenar nuestras vidas con el agua de las buenas intenciones, del esfuerzo personal y constante, con la voluntad de crecer en nuestra fe, etc. 

Él pondrá el vino bueno del perdón y  la gracia, de la misericordia y el amor generoso, de la paz en el corazón; el vino bueno de su presencia entre nosotros. 

Esta presencia se hace real y personal en la eucaristía que celebramos. El pan y el vino que ofrecemos se convierten en su cuerpo y su sangre. Vínculo de unión con Cristo y de Cristo con nosotros.

P. Teodoro Baztán Basterra

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